Contexto de la Revolución (1914-1917)
Resulta imposible hablar de la Revolución Rusa sin hablar del contexto en el que se enmarca, sin hablar del imperialismo, de la Gran Guerra Imperialista (o Primera Guerra Mundial) y de la traición de los partidos socialdemócratas a la clase obrera.
En primer lugar, debemos definir brevemente qué es el imperialismo. El imperialismo es una fase histórica del capitalismo que se caracteriza, fundamentalmente, por la sustitución de la libre competencia por el monopolio (en términos coloquiales, el capitalista grande se come al chico). A este proceso de concentración del capital no escapa el capital bancario, que se funde con el capital industrial, también monopolizado, para dar lugar al capital financiero monopolista, que adquiere una hegemonía total sobre los procesos económicos. Este capital financiero requiere de nuevos mercados, nuevas fuentes de materias primas de las que apropiarse y nuevas bases a las que exportar capitales. Para ello, el imperialismo recurre a la explotación de naciones menos desarrolladas, explotación que a principios del s. XX tomaba forma a través del reparto colonial del mundo entre un puñado de grandes potencias, y que actualmente se da con la explotación de las llamadas naciones dependientes, de la periferia, del llamado Tercer Mundo, etc. Esta forma de explotación y saqueo de las naciones oprimidas por parte de las potencias imperialistas introduce un cambio en la composición de clase de los países imperialistas, ya que genera grandes superganancias (ganancias extra por encima de las ganancias normales en el capitalismo), de manera que los capitalistas pueden gastar una parte de estas ganancias extra en sobornar a su clase obrera. Así, en palabras de Lenin, “una capa privilegiada del proletariado de las potencias imperialistas vive, en parte, a expensas de los centenares de millones de hombres de los pueblos no civilizados”. Esta es la base económica del oportunismo y el socialchovinismo, del que hablaremos más adelante.
Hemos dicho más arriba que la característica fundamental del imperialismo es la sustitución de la libre competencia por el monopolio. Sin embargo, esto no significa que la competencia se elimine totalmente, sino más bien que tiende a reducirse el número de competidores, quedando en primer plano la competencia entre grandes monopolios y, ya que la política de los estados está indisolublemente ligada a los intereses del capital monopolista, cobra especial importancia la competencia entre Estados imperialistas.
Así, en 1914 nos encontramos, por un lado, con que ya ha terminado el reparto territorial del planeta (de las colonias) entre un puñado de estados capitalistas, con Inglaterra y Francia a la cabeza y, por otro lado, con un gran desarrollo de una serie de estados capitalistas emergentes que aspiran a un nuevo reparto del mundo, principalmente Alemania, junto a EEUU y Japón. La propia lógica del imperialismo hacía inevitable la guerra. El 28 de julio de 1914 estalló la Gran Guerra Imperialista, una guerra por un nuevo reparto territorial del mundo. La guerra enfrentó, de un lado, a Alemania y Austria, y del otro, a Inglaterra, Francia y Rusia. Con la guerra, Alemania buscaba despojar a Francia e Inglaterra de sus colonias y arrebatar a Rusia los territorios de Ucrania, Polonia y el Báltico. Por su parte, Inglaterra y Francia buscaban aplastar a su competidora Alemania y arrebatar los territorios de Siria y Mesopotamia al Imperio Otomano. Esto último se consumó cuando el 16 de mayo de 1916 Francia e Inglaterra firmaban en secreto el acuerdo de Sykes-Picot, por el que los actuales territorios de Irak, Jordania y Palestina quedaban bajo control británico y los territorios de Siria, Líbano y el sudeste de Turquía bajo control francés. Este reparto trazó unas fronteras “con escuadra y cartabón”, típico de los repartos coloniales, y aún hoy es clave para entender buena parte de los conflictos territorial de la región. El 23 de noviembre de 1917 los bolcheviques harían público este acuerdo.
Por su parte, Rusia entró en la guerra aliada con Francia e Inglaterra en la Triple Entente, guerra en la que aspiraba obtener salida al Mediterráneo anexionándose Estambul y los Dardanelos (estrechos que unen el Mar Negro al Mediterráneo). Es importante señalar que la economía rusa dependía en gran medida del capital anglo-francés. En concreto, cerca del 75% de la industria metalúrgica rusa dependía de capital extranjero, principalmente francés, y aproximadamente la mitad de la extracción de carbón y petróleo dependía también del capital anglo-francés. Esto, sumado a los empréstitos mil-millonarios concertados por el zar con bancos ingleses y franceses convertían a Rusia en una semicolonia de Francia e Inglaterra, y ligaba los intereses de la burguesía rusa a los de las burguesías inglesa y francesa.
Triunfo del socialchovinismo
Cuando estalló la guerra, todos los gobiernos imperialistas se esforzaron en ocultar sus intereses anexionistas acusando a sus rivales de ser ellos quienes atacaban primero y declarando que solo hacían la guerra “en defensa de la patria”. Hoy podría hacerse en nombre de “los derechos humanos”; el imperialismo siempre encuentra una buena excusa para justificar sus aventuras militares. Sin embargo, no fueron sólo los gobiernos burgueses quienes justificaron la guerra, sino que gran parte de la socialdemocracia europea también lo hizo. Históricamente, este hecho se recuerda en la sesión del Reichstag del 4 de agosto de 1914 en la que el SPD votó a favor de los créditos de guerra alemanes, con la honrosa excepción de dos diputados, Carlos Liebknecht y Otto Rühle, que votaron en contra.
¿Por qué ocurrió esto? En el Congreso de Cophenague de 1910, los partidos miembros de la II Internacional aprobaron una resolución por la que se comprometían a votar en contra de los créditos de guerra. En 1912, el Congreso de Basilea declaró que los obreros de todos los países consideraban un crimen disparar unos contra otros para aumentar las ganancias de los capitalistas. Incluso unos días antes del estallido de la guerra, el 25 de julio de 1914, el SPD publicaba la siguiente declaración en el Vorwärts, el periódico del Partido: «En todas partes el grito que debe resonar en los oídos de los déspotas: ¡No queremos la guerra! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la hermandad internacional!». ¿Cómo pudo votar entonces a favor de la guerra?
La respuesta, como ya hemos adelantado antes, está en que gracias a las enormes ganancias que el imperialismo obtiene de la explotación de las colonias, la burguesía puede “sobornar”, mediante salarios elevados, puestos en la administración, etc, a un sector de su clase obrera, la llamada aristocracia obrera. A este sector pertenecía gran parte de los dirigentes de la socialdemocracia, que se convierten en oportunistas, en un elemento objetivamente interesado en alejar de la revolución al movimiento obrero. Es importante remarcar la raíz de clase del oportunismo. Es su posición privilegiada entre el proletariado la que la hace alinearse con los intereses de la burguesía, a renunciar a la revolución proletaria en pos de la lucha reformista. El oportunismo, que objetivamente pertenece a la pequeña burguesía y la aristocracia obrera, tiene interés en mantener su posición privilegiada, tiene interés en los beneficios de las anexiones y de la explotación a otros pueblos por su imperialismo, por lo que apoya a su burguesía en la guerra. Por otro lado, el oportunismo y los partidos oportunistas son inseparables del imperialismo. Como Lenin señala, “el partido obrero burgués es inevitable y típico en todos los países imperialistas. […] Algunos de los líderes socialchovinistas pueden volver al proletariado, pero la corriente socialchovinista o (lo que es lo mismo) oportunista no puede desaparecer ni “volver” al proletariado revolucionario”.
Crisis del zarismo y Revolución de Febrero
Rusia entró en una guerra para la que no estaba preparada. La industria y la agricultura rusa estaban muy atrasadas respecto a la de los otros países capitalistas, por lo que carecía de una base económica para enfrentar una guerra de larga duración contra Alemania. Así, el zarismo sufría derrota tras derrota en el frente, y para 1916 el ejército alemán ya se había apoderado de Polonia y parte del Báltico. Ante esta situación, el zar comienza a buscar una paz separada con Alemania para conservar el poder. Esto provoca la ira de la burguesía rusa, así como de la burguesía anglo-francesa, interesadas en una guerra hasta el fin para aplastar a Alemania y repartirse nuevos territorios. Por ello, a finales de 1916 empiezan a conspirar para derrocar al zar Nicolás II y poner en su lugar a su hermano, el Gran Duque Miguel, más cercano a los intereses de la burguesía.
Sin embargo, fue el pueblo ruso el que hizo la revolución. Era el pueblo el que pagaba las derrotas con la sangre de millones de campesinos y obreros llamados a filas. Además, la movilización al frente de obreros y campesinos había dejado las fábricas y los campos faltos de trabajadores, por lo que la producción era escasa y la población sufría escasez y hambre. Esta situación se hace insostenible cuando en enero de 1917 se produce una crisis de abastecimientos que golpea duramente a Moscú y Petrogrado, de forma que las reservas de alimentos y combustibles quedan bajo mínimos a la par que los precios suben. Así, comienzan a organizarse protestas que van creciendo en número e intensidad hasta que el 23 de febrero (8 de marzo), Día Internacional de la Mujer trabajadora, estalla la revolución, liderada por las mujeres obreras de Petrogrado. A lo largo de los siguientes días se suceden huelgas y manifestaciones, que culminan el día 27 de febrero con una manifestación multitudinaria bajo las consignas “¡Abajo el zar! ¡Abajo la guerra! ¡Pan y paz!”, a la que se suman 60 mil soldados sublevados. El paso de los soldados a las filas huelguistas tras negarse a cumplir las órdenes de sus oficiales de disparar contra los manifestantes determina la suerte de la autocracia, que ya no es capaz de sostenerse. Ese mismo día son detenidos los ministros zaristas; es el triunfo de la revolución.
Sobre el papel muchas veces invisibilizado de las mujeres en la revolución se puede hablar largo y tendido, algo que dejaremos para otro artículo. Sin embargo, sí mencionaremos varios aspectos. Primero, durante la guerra las mujeres sufren un fuerte proceso de proletarización debido a la necesidad de para cubrir los puestos de las fábricas dejados por los hombres que han sido movilizados al frente. Segundo, son las mujeres quienes esperan largas colas para conseguir los pocos suministros disponibles en la ciudad, lo que las hace ser las primeras en sufrir la miseria provocada por la guerra y sus más firmes opositoras. Por último, una vez estalla la revolución, juegan un papel clave a la hora de confraternizar con los soldados. Como publicaba el Pravda una semana después de la revolución, “las mujeres fueron las primeras en salir a las calles de Petrogrado en su Día Internacional. Las mujeres de Moscú en muchos casos determinaron el estado de ánimo de los soldados; iban a las barracas y los convencían de ponerse del lado de la revolución. ¡Que vivan las mujeres!”
La revolución triunfa porque es la clase obrera quien se sitúa al frente. En su impulso revolucionario, la clase obrera despliega una gran iniciativa creadora, cuya expresión más brillante es la formación de los Soviets de diputados obreros y soldados, forma de organización recogida de la experiencia revolucionaria de 1905. Así, el 27 de febrero se crea el Soviet de Petrogrado. Sin embargo, en parte porque bastantes de los cuadros bolcheviques aún se encuentran en el exilio o encarcelados, pero principalmente por la composición de clase enormemente pequeñoburguesa de los Soviets, en los que predominan campesinos y soldados, en un primer momento serán mencheviques y eseristas quienes consigan la hegemonía en los Soviets, quedando las bolcheviques en minoría. Sobre esto, Lenin dirá que en el transcurso de la revolución millones de personas se incorporaron a la vida política de Rusia, entre ellas a un enorme número de pequeños burgueses, arrollando al proletariado consciente tanto en número como en el aspecto ideológico, haciendo de Rusia “el país más pequeñoburgués de Europa”. La debilidad numérica del proletariado y su falta de consciencia y organización dan la hegemonía política al oportunismo. A modo de ejemplo, en el primer Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado, compuesto por 15 miembros, solo tres eran bolcheviques.
Por otro lado, el 2 de marzo se forma el Gobierno Provisional. Este gobierno, presidido por el príncipe Lvov, estaba formado por antiguos diputados de la Duma, miembros de la burguesía liberal (los “kadetes”) y de los grandes terratenientes (“octubristas”), a los que se les sumó Aleksandr Kérenski, un eserista, como representante de la “democracia”. Desde un principio este gobierno se mostró reacio a acometer las tareas democrático-burguesas de la revolución. El mismo día 2, a propuesta del gobierno provisional, el zar Nicolás II abdicaba en su hermano, el Gran Duque Miguel, pero esto provocó la movilización de las obreras armadas de la capital, que querían el fin de la autocracia, forzando su abdicación al día siguiente. Sin embargo, los Soviets liderados por eseristas y mencheviques renuncian a hacerse con el poder al entender que al tratarse de una revolución burguesa le corresponde a la burguesía dirigirla, limitando la actuación de los Soviets a un papel de “control revolucionario” que garantice la convocatoria de la Asamblea Constituyente. Por tanto, los Soviets ceden voluntariamente el poder al Gobierno Provisional; ha nacido la dualidad de poderes.
Las Tesis de abril
A su llegada en abril del 17 a Petrogrado, Lenin expone su visión del momento que atravesaba la revolución rusa: tal y como se expuso ya en 1905, la burguesía rusa, completamente ligada al imperialismo anglo-francés y recelosa de una posible ruptura con el zarismo que pudiese dar lugar a un movimiento de masas (proletarias y campesinas) fuera de su control, no puede más que ser enormemente incoherente respecto a la revolución y las tareas democráticas. Así, la revolución de febrero significa la consumación de la revolución burguesa (la burguesía se erige como clase dominante frente a los sectores terratenientes) pero la burguesía no está dispuesta a avanzar en el cumplimiento de las tareas democráticas (que en el caso ruso significaban especialmente el final de la guerra, entrega de la tierra, y la resolución de la cuestión nacional), sino que busca un arreglo con los sectores monárquicos (esto es, de nuevo, con los grandes terratenientes, representados políticamente por los octubristas) para sustituir a Nicolás II por su hermano Miguel. De esta forma, el objetivo era continuar la guerra imperialista y mantener en pie el compromiso con el capital financiero y sus intereses sobre Turquía, Galitzia…
Sin embargo, Lenin señala la formación de los soviets de obreros y campesinos como una particularidad de la revolución burguesa rusa de la máxima importancia. Formados durante la revolución de febrero a imitación de lo ya acontecido espontáneamente en 1905, los soviets suponen la organización armada de proletarias y campesinas y van a condicionar enormemente el modo en que se va a desarrollar la revolución burguesa rusa. Como Lenin señala, la conformación de un segundo poder, junto al gobierno provisional burgués, a partir de los soviets supone la base de la dictadura revolucionaria del proletariado y el campesinado, aunque esta, de momento se subordina, bajo dirección eserista y menchevique, al poder burgués. Esta dualidad de poderes no era más que una etapa transistoria de la revolución. Lenin dice: “En un Estado no pueden existir dos poderes. Uno de ellos tiene que reducirse a la nada, y toda la burguesía de Rusia labora ya con todas sus fuerzas [..] para eliminar, debilitar y reducir a la nada los Soviets de diputados obreros y soldados, para crear el poder único de la burguesía”.
Ante tal situación, la principal consigna de las «Tesis de abril» consiste en la afirmación de que es necesario preparar la toma del poder por parte del proletariado revolucionario (revolución proletaria) como única forma de evitar que la revolución rusa quede limitada a la toma del poder por parte de la burguesía y, como consecuencia, la continuación de la guerra, la limitadísima aplicación de las tareas democráticas y, la gravísima pérdida de la oportunidad para avanzar hacia el socialismo y extender la revolución a nivel internacional.
En primer lugar, Lenin comienza por afirmar tajantemente que la posición de los liberales al frente del gobierno provisional, y sucesivamente de los SR y los mencheviques, como base de reserva del poder burgués y, por tanto, de la política imperialista, tiene un origen de clase, sobre la base de la alianza con el capital financiero anglo-francés. De ahí la consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil, hacia la conquista del poder por el proletariado como única forma de romper efectivamente con los intereses de la burguesía. Es sobre esta consigna sobre la que Lenin insiste en la necesidad de educar a las masas contra la fe en «su» burguesía, en la idea de que defenderse del ataque alemán es defenderse a sí mismas. Al desvelar el carácter de clase de la guerra imperialista, Lenin desenmascara el socialchovinismo como rasgo principal de la bancarrota de la II Internacional.
Esta posición de clase, que Lenin señala respecto al reformismo y al revisionismo ruso, tiene su correlato a nivel internacional. En este sentido, Lenin marca también las tareas necesarias a afrontar por el proletariado revolucionario ante la fragmentación de la II Internacional en tres corrientes: por un lado, mayoritariamente, socialchovinistas como principal ejemplo de la «traición» a las necesidades del proletariado internacional, cuyo máximo exponente es el voto a favor, con «su» burguesía, de los presupuestos de defensa nacional para la guerra; en segundo lugar, sectores centristas, con Kautsky a la cabeza, que mantenían públicamente una fraseología internacionalista pero no adoptaban consignas concretas a favor de la ruptura revolucionaria con el imperialismo (más adelante profundizaremos en el caso concreto de Kautsky y las bases filosóficas de tal postura); finalmente, la izquierda revolucionaria, a cuya cabeza se colocaron las bolcheviques al defender la transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria mediante el rechazo a los «esfuerzos de guerra» y el avance hacia la revolución en los respectivos estados. Es sobre esta última corriente sobre la que Lenin propone la necesidad inmediata de fundar la III Internacional, objetivo que se conseguiría dos años después de la Revolución de Octubre.
Así, una lección crucial que debemos extraer para la actualidad radica en la enseñanza de que la clase obrera, a nivel internacional, no tiene nada que ganar de la guerra y el enfrentamiento imperialista. En un contexto como el actual en el que se vuelven a agudizar los conflictos interimperialistas, algo consustancial al capitalismo, enfrentar la influencia del nacionalismo, denunciar a la aristocracia obrera y su rechazo a la acción revolucionaria sobre la base de las «mejoras» a costa del proletariado a nivel mundial.
A su vez, la consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil muestra la interrelación dialéctica de las tareas internacionales y nacionales. Al poner como principal objetivo la necesidad de preparar la revolución proletaria, Lenin recupera la teoría marxista sobre el estado (publica también a su llegada el artículo «La dualidad de poderes») como base teórica para acabar con la ilusión de las masas de que la república burguesa puede acabar con la guerra. Frente a esta, es necesaria la Dictadura del Proletariado, con una forma estatal inspirada en la Comuna (poder directo de las masas armadas), que precisamente puede tomar forma sobre la base de los soviets.
No obstante, dada la hegemonía del oportunismo (mencheviques y socialistas revolucionarios) sobre dichos órganos, Lenin considera central la consigna de ganar la hegemonía en los Sóviets de Obreros, Soldados y Campesinos para tomar el poder. Más relevante es la confrontación de Lenin tanto contra mencheviques como contra algunos bolcheviques (entre los que destaca Kamenev), que se oponen a la toma del poder por parte del proletariado revolucionario.
Las posiciones tanto de mencheviques como de Kamenev suponían de facto dejar la dirección de la revolución en manos de la burguesía, como ya se pretendiese en 1905, con la esperanza de que esta acometa las tareas democráticas (mencheviques) o por el miedo a que la pequeña burguesía campesina dé la espalda a la revolución en caso de una toma del poder «prematura» por parte del proletariado (Kamenev). Ambas posturas se mueven sobre una concepción mecanicista del marxismo y de la revolución, que niega la posibilidad y la necesidad de la actividad transformadora del proletariado revolucionario.
Frente a esto, Lenin afirma la necesidad de la actividad independiente y consciente del proletariado revolucionario, de adoptar medidas concretas hacia la toma del poder (por ejemplo, frente al centrismo kautskista) y critica la idea, propia del marxismo vulgar, de que a la burguesía le corresponda acometer las tareas democráticas, que en el caso ruso presentan mucho mayor interés para el proletariado que para la burguesía, mientras que a aquel le tocaría «esperar» a que «haya condiciones para el socialismo». Por el contrario, afirma Lenin, la revolución burguesa ya ha sido efectuada en febrero y si no se avanza hacia la revolución proletaria, se dará una alianza entre burguesía, los terratenientes y el imperialismo, que anularán todo potencial revolucionario en Rusia. Frente a esto, la tarea del proletariado es instaurar el poder soviético, aunque aún no sea posible acometer directamente las tareas socialistas. En este sentido resulta necesario destacar el papel decisivo del Partido Comunista bolchevique como garante de la independencia política del proletariado revolucionario durante todo 1917, elemento que a su vez permitió la adopción de las medidas tácticas correctas hasta la insurrección exitosa de Octubre.
Evolución posterior
Las posiciones de Lenin serían acogidas por el POSDR(b) a finales de abril, en la VII Conferencia del POSDR(b). A partir de este momento, la misión de las bolcheviques será preparar efectivamente la toma del poder por parte del proletariado en alianza con el campesinado revolucionario. Así, la sucesión de crisis en el frente y al interior del gobierno provisional, aprovechadas gracias a la capacidad táctica del Partido bolchevique, tendrán su desenlace en Octubre.
Sin querer extendernos en este texto hasta la propia Revolución de Octubre, sí queremos hacer hincapié en cómo se desarrolló el movimiento de masas en sentido bolchevique en relación con el recorrido del gobierno provisional. Este, como ya hemos comentado, se encuentra tras la revolución de febrero formado por kadetes (liberales), octubristas (monárquicos) y un socialista revolucionario (Kerenski), con el apoyo de la Duma y del Soviet de Petrogrado.
Dos van a ser las situaciones críticas desde febrero hasta julio, cuando el Partido bolchevique sea de nuevo ilegalizado y la situación momentánea de libertad política alumbrada por Febrero se termine, revelando los avances de la contrarrevolución (posteriormente llevadas a su máximo por el intento de golpe de estado de Kornilov).
En primer lugar, el 1 de mayo, Miliukov, Ministro de Negocios Extranjeros del Gobierno del príncipe Lvov (cuya conformación ya hemos expuesto) dirige una carta secreta a los representantes diplomáticos de la Entente en la cual se afirma el deseo por parte del Gobierno provisional de cumplir con los compromisos imperialistas y continuar la guerra. La publicación de dicha carta tendrá como consecuencia en los días siguientes la movilización masiva de obreros y soldados en Petrogrado. Las consignas bolcheviques, que precisamente habían señalado la incapacidad objetiva del gobierno para acabar con la guerra, toman fuerza en dichas manifestaciones. Estas, a su vez, conllevarán la destitución de Miliukov y la conformación de un nuevo gabinete en la que, por primera vez, entran dos ministros mencheviques y el número de SR se amplía a 6. El bolchevismo denunciará activamente que dicha entrada supone el paso efectivo de mencheviques y socialistas revolucionarios al campo de la reacción y del imperialismo como última base de apoyo del poder burgués.
En segundo lugar, el carácter oportunista del nuevo gobierno quedará de nuevo clarificado ante las masas no sólo con el retraso constante de la Asamblea Constituyente, sino con la declaración de una nueva ofensiva en el frente a mitades de junio. Dicha tentativa y especialmente el gigantesco fracaso que supuso, exacerbó enormemente a las masas, hasta el punto de que en las gigantescas manifestaciones convocadas por el Soviet de Petrogrado (de dirección menchevique y eserista) el día 3 de julio, a las que acuden 400 mil personas, se impondrán las consignas bolcheviques ( “¡Abajo la guerra! ¡Abajo los diez ministros capitalistas! ¡Todo el poder para los Soviets!”), y se transformará en insurrección espontánea. Esto ocurre incluso a pesar de que los bolcheviques intentaron dotar de un carácter pacífico a dichas manifestaciones por considerar que la capacidad represiva del estado ruso era aún demasiado fuerte como para que la insurrección resultase exitosa. No obstante, ante el impulso alcanzado por las masas, el bolchevismo se puso al mando de la insurrección que, sin embargo, fue brutalmente aplastada. Tras la derrota, el partido bolchevique será de nuevo prohibido y se verá obligado a replegarse hacia la clandestinidad. Precisamente su capacidad para llevar a cabo esta «vuelta atrás» ordenadamente y sin grandes pérdidas será la base para que, tras el fortalecimiento de la contrarrevolución, el bolchevismo sea capaz de organizar la resistencia contra el golpe de estado de Kornilov en septiembre, recuperar así la iniciativa revolucionaria y tomar el poder en Octubre.
Implicaciones filosóficas de las Tesis de abril
Las tesis de abril suponen la ruptura filosófica, política y metodológica definitiva de Lenin con los planteamientos de la II Internacional, encarnados en Rusia en Plejanov y en Alemania en Kautsky, ambos hegemónicos en el contexto del marxismo de la II Internacional. Debemos entender que la ruptura con esta posición es la ruptura con la posición dominante en la época, la ruptura con la forma hegemónica de entender el marxismo. Estos dos influyentes pensadores preconizan una vuelta al materialismo mecanicista del siglo XVIII, un materialismo metafísico y predialéctico.
En el caso particular del pensamiento de Kautsky podemos identificar una amalgama entre la concepción ilustrada de Progreso (entendida como una historia sin retrocesos, racional), el evolucionismo socialdarwinista (en 1927, en su texto La concepción materialista de la historia, afirmaría la necesidad de encontrar las “leyes comunes a la evolución humana, animal y vegetal”, de alguna forma deducir de la naturaleza estas “leyes de la historia”) y un determinismo pseudomarxista ortodoxo, que afirmaba la necesidad de luchar por el capitalismo en Rusia (la necesidad de quemar la etapa capitalista antes de poder plantear el socialismo como posibilidad, la rigidez del esquema histórico de sucesión de sistemas de producción). En su libro El camino al poder (1909) se insiste continuamente en que la revolución proletaria es irresistible e inevitable, al igual que el desarrollo del capitalismo. Esta visión de la inevitabilidad de la revolución comunista, inevitabilidad ligada a una ley “natural”, conduce, como es lógico, a una visión expectante de la historia, a esperar con los brazos cruzados ya que la historia se encarga: “El partido socialista es un partido revolucionario, no es un partido que hace revoluciones. Sabemos que nuestros fines no pueden ser cumplidos más que por una revolución, pero sabemos también que no está en nuestro poder hacer la revolución, como no está en el poder de nuestros adversarios impedirlo. Por consiguiente, jamás hemos pensado en provocar o preparar una revolución”. Rosa Luxemburg, en 1907 (Discurso al congreso de la Internacional en Stuttgart), vería en Kautsky una “concepción rígida y fatalista del marxismo” que consiste en “aguardar con los brazos cruzados a que la dialéctica histórica nos traiga sus frutos maduros”. Ni que decir tiene que la concepción mecanicista de Kautsky tiene más que ver con el materialismo evolucionista que con la dialéctica, un materialismo evolucionista resultado de aplicar las leyes económicas capitalistas sobre la biología (de alguna forma extender el reino del mercado y la sociedad civil al resto de ámbitos de la vida).
En Plejanov, tenemos una actitud bastante coincidente con Kautsky. El objetivismo de las “leyes de la Historia” es absolutizado, se convierte en absoluto y total, hay una rígida visión de la sucesión de las etapas históricas: se dice que cuando fue informado de que la Revolución de Octubre estaba en marcha exclamó «¡Pero esa es una violación de todas las leyes de la Historia!», precisamente porque el corolario estratégico principal del marxismo ruso predialéctico era el carácter netamente burgués de la revolución rusa. La única revolución históricamente posible en un país feudal como Rusia era la revolución burguesa. Una revolución proletaria, sin un periodo previo de generalización de las relaciones sociales y de producción capitalista, era, lógicamente, un atentado contra las “leyes de la historia”. Esta teoría de la evolución natural y objetiva entre sistemas de producción, de sucesión de etapas, tiene como consecuencia lógica la necesidad de conservación del orden social establecido: sólo defendiendo el frágil e incipiente capitalismo ruso se garantiza el socialismo futuro. Aquí se pueden encuadrar las vergonzosas capitulaciones reformistas que llevarían a la bancarrota de la II Internacional, y al “defensismo” nacionalista que posicionó a la socialdemocracia revisionista del lado de la burguesía imperialista y a favor de la guerra. La idea de estar luchando “por los obreros alemanes” en defensa de la guerra imperialista era un punto bastante recurrente del SPD.
Por todo ello, consideramos que estudiar las tendencias filosóficas de este materialismo predialéctico de la II Internacional, tomando como referencia a sus cabezas visibles, Kautsky y Plejanov, pero con la idea de que no se trata de un caso aislado sino de una posición totalmente hegemónica, nos puede ayudar a entender los puntos de ruptura de Lenin con estas posiciones materializados en su vuelta a Petrogrado (4). Por tanto, el método será exponer primero los puntos más importantes de la posición de la II Internacional, para después exponer los puntos de ruptura de Lenin:
- Supresión de la distinción entre el materialismo dialéctico marxista y el materialismo anterior: es decir, ver únicamente la continuidad entre Marx y el materialismo predialéctico. Aquí podemos encuadrar la afirmación de Plejanov de que las tesis sobre Feuerbach de Marx no refutan a este sino que las “modifican”. También se busca la normalización científica de Marx, al ponerle a la altura de Galileo o de los científicos burgueses de su tiempo. Althusser afirmaría que Marx había abierto el “continente Historia” frente a Galileo, que había abierto el “continente Física”.
- Determinismo económico absoluto: con la sustitución total del nivel de la lucha de clases por el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a un esquema en el que lo objetivo es causa directa de lo subjetivo. La necesidad de forzar la maquinaria histórica capitalista, de forzar la conciencia, se difumina en la idea de las “condiciones maduras”. Esta posición pasa por alto que la organización de la clase obrera no se da históricamente de forma espontánea, sino que requiere un esfuerzo efectivo en el nivel de la conciencia: además, si el capitalismo “se derrumba”, esto no implica la llegada del socialismo a no ser que exista una organización obrera sólida detrás. El caso de los fascismos (tanto en la década de los 30 como en la actualidad) es un ejemplo claro de esto.
- Reducción de la dialéctica a un evolucionismo darwinista: las diferentes etapas de la historia humana (esclavitud, feudalismo, capitalismo, socialismo) se suceden según un orden rigurosamente determinado por las “leyes de la historia”, unas leyes de la historia que presentan una concepción abstracta y científico-naturalista (recordemos la indignación citada de Plejanov con Octubre). Kautsky expresaría este paralelismo de forma clara al definir el marxismo como “el estudio científico de las leyes de la evolución del organismo social”. La posición organicista (más propia de alguien como Durkheim o de cualquier teórico organicista que de un marxista) se manifiesta aquí con claridad. Este evolucionismo darwinista no pasa de ser una versión pseudomarxista de la teoría de los tres estadios de Comte (5), quizás con más matices y menos burda, pero con la misma efectividad política.
- Recaída en el método analítico (separación) frente a la síntesis (unidad de contrarios): los objetos captados son hipostasiados en su diferencia, distinguidos y separados. Por ejemplo, las díadas Rusia/Alemania, revolución burguesa/revolución proletaria, partido/masas, etc. Se intenta evitar una superación dialéctica de los contrarios, el momento de Aufhebung (6), a través de una separación no conciliadora.
- Desarticulación de la dialéctica hegeliana: Hegel es absorbido y digerido por el pseudomarxismo de la II Internacional como un sistema cerrado y acabado, como una suerte de teoría general de la historia humana, una historia cargada con una noción fuerte de sentido (vinculada a una teleología, un telos, un fin; es precisamente el fin de la historia el que da sentido al desarrollo anterior) y que representa un proceso lineal de evolución, de progreso. El sistema es neutralizado al extirparle la contradicción: para hablar de un evolucionismo con tintes hegelianos es crucial eliminar el aspecto dialéctico del esquema hegeliano, y no hay mejor aliado para ello que Kant. En el sistema de Kant los conceptos se fijan: este llega en Crítica de la razón pura al conocimiento dialéctico, al movimiento de los conceptos, pero acaba afirmando que este método de conocimiento sólo puede desembocar en errores de la razón pura, en antinomias y paralogismos, en las últimas páginas de la Dialéctica trascendental. Precisamente para salvar una suerte de conocimiento no puro (es decir, un conocimiento que no tenga la experiencia como piedra de toque), intenta partir la razón en dos y sacarse de la manga una razón práctica.
- Neutralidad científica: hay una separación total entre el plano de la moral y el plano de la ciencia, la ciencia es entendida como axiológicamente neutra. Todo intento de pensar fuera de una lógica formal es condenado a la región de la moralidad, del acientifismo. Kautsky afirmará en 1927 la necesidad de distinguir entre “el ideal socialista” y “el estudio científico de las leyes de la evolución del organismo social”, acusando a Marx de posiciones a veces anticientíficas porque “se transparenta la acción de un ideal moral”. Contra esto afirmamos que es precisamente el punto de vista de la clase oprimida el que más se aproxima a la verdad porque, a la hora de analizar el orden social existente, no tiene ningún interés particular en preservarlo: esto se ve perfectamente cuando la economía política burguesa (Ricardo y Smith) capitula a las puertas de descubrir la plusvalía, por miedo a descubrir una “verdad incómoda”. V. Serge afirmaría: «la pretendida imparcialidad de los historiadores no pasa de ser una leyenda, destinada a consolidar ciertas convicciones útiles […] El historiador pertenece siempre a su tiempo, es decir, a su clase social, a su país, a su medio político. Sólo la no disimulada parcialidad del historiador proletario es hoy compatible con la mayor preocupación por la verdad».
- Influencia central del positivismo comteano: la sociedad es asimilada epistemológica y funcionalmente a la naturaleza, es decir, las formas de funcionamiento de la sociedad se deducen de las formas de funcionamiento de la naturaleza, y por tanto la forma de acercarse científicamente a estas debe ser similar. Esto quiere decir que en la vida social reina una armonía natural regida por leyes invariables e independientes de la voluntad y acción humanas. Para conocerla como armonía necesitaríamos una doctrina naturalista y positivista. La doctrina del positivismo comteano se opone precisamente a las teorías negativas, críticas, revolucionarias (Revolución Francesa y socialismo). Comte se convierte en el perfecto aliado académico de la clase dominante, fundamentando ideológicamente el status quo mediante una doctrina reaccionaria, contrarrevolucionaria y totalmente conservadora. La entrada del positivismo comteano en el interior del marxismo, como es lógico, sólo puede suponer su destrucción y su capitulación ante el orden social capitalista.
- Por lo tanto, simplificando en exceso podemos vincular el pseudomarxismo predialéctico de la II Internacional con una tríada totalmente insostenible, que hace aguas: Kant-Comte-Marx. Es con esta posición con la que rompe Lenin definitivamente en abril de 1917 al llegar a Petrogrado. Queremos, aquí, hacer una enumeración de los puntos de ruptura filosóficos que Lenin lleva a cabo tras la lectura de Hegel en Berna (7):
- Afirmación de la importancia del idealismo filosófico alemán en el desarrollo del marxismo: “el materialismo marxista está siempre más cerca del idealismo inteligente que del materialismo estúpido”. Lenin reactiva de esta forma el movimiento del desarrollo dialéctico, petrificado por el mecanicismo kautskiano. Como afirma Engels en Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, recupera la dialéctica contra la pretensión de sistematicidad cerrada en Hegel, recupera el movimiento de los conceptos.
- Comprensión dialéctica de la causalidad: la unilateralidad de causa/efecto es destruida, la sólida oposición entre lo subjetivo y lo objetivo se disuelve en una cierta reciprocidad (ya no hay una determinación mecánica y directa entre la conciencia y la economía, sino mediada; esto es importante, la causalidad no se destruye totalmente, sino que se vuelve mediada). En palabras de Lenin: “la causa y efecto son momentos de la interdependencia universal, del vínculo, de la conexión recíproca de los acontecimientos”.
- Afirmación del papel activo de la conciencia: esta deja de ser un mero apéndice del desarrollo histórico, una “tablilla rasa” en términos aristotélicos, y adquiere un papel activo en la constitución del mundo objetivo: “la conciencia del ser humano no solamente refleja el mundo objetivo, sino que también lo crea”.
- Concepción dialéctica del desarrollo: la concepción evolucionista del desarrollo (como disminución o aumento, repetición natural que va acumulando y sedimentando estratos en la historia) está muerta. Contra ella Lenin concibe el desarrollo como “unidad y transformación de los contrarios”, como “ruptura en la sucesión”. Lenin sigue: “la dialéctica es la teoría que demuestra […] por qué el entendimiento humano no debe considerar los contrarios como muertos, petrificados, sino como vivos, condicionados, móviles, convirtiéndose el uno en el otro”.
- Crítica del “carácter absoluto” del concepto de ley: contra la invariabilidad positivista de las leyes naturales Lenin afirma el carácter “estrecho, incompleto, aproximado” de estas. Esto no puede llevarnos, en ningún caso, a desechar el concepto de ley y quedarnos únicamente en el plano de los fenómenos (esto nos llevaría a un tipo más espurio de positivismo). Las leyes son valiosas, efectivas, útiles e imprescindibles para las ciencias sociales, pero deben ser interpretadas como lo que son: tendencias. Toda fetichización y mistificación naturalista de estas leyes nos llevará a la incomprensión de los fenómenos (volvemos a recordar la indignación de Plejanov en 1917).
- Categoría de totalidad como esencia misma del conocimiento dialéctico: conocer la totalidad del desarrollo únicamente desde un caso particular y aislado es un error dialéctico. El ejemplo claro de esto es el folleto de El fracaso de la II Internacional. Los socialchovinistas negaban el carácter imperialista de la Primera Guerra Mundial utilizando para ello el caso aislado de los serbios contra Austria. Contra esto Lenin escribe de forma brillante: “la dialéctica marxista veda justamente el examen aislado, es decir, unilateral y deformado, del objeto estudiado”. Para un mayor desarrollo del concepto de totalidad remitimos a prácticamente todo Historia y consciencia de clase de Lukács. Con esto no estamos queriendo decir que todo análisis basado en un caso concreto vaya a ser necesariamente erróneo. En ocasiones, la única forma de conocer una realidad de forma científica es aislarla (Marx, en El capital, afirmará que la capacidad de abstracción equivale al microscopio en ciencias sociales). La dificultad está en elegir un caso que permita explicar dinámicas esenciales, y eso es precisamente lo que Marx realiza en El capital al hablar del desarrollo capitalista en Gran Bretaña. La diferencia entre Marx y los socialchovinistas es que Marx no tenía ningún interés particular en presentar el caso de Inglaterra: lo eligió precisamente por su nivel de desarrollo, porque le permitió construir una teoría más completa. En cambio, los socialchovinistas eligieron el caso aislado de Austria para justificar sus intereses espurios: presentaron la excepción como ejemplo de la regla. Con esto queremos resaltar precisamente la dificultad de elaborar un conocimiento científico en el terreno de lo social, ya que los intereses extracientíficos están más presentes en estos campos que en las ciencias naturales.
Consideramos que se puede trazar una línea muy clara entre las premisas metodológicas que fondean los Cuadernos filosóficos y las Tesis de abril de 1917. Con la lectura crítico-materialista que Lenin hace de Hegel se rompe definitivamente el límite que el marxismo pseudo-ortodoxo de la II Internacional imponía a sus desarrollos teóricos, un límite que Lenin había interiorizado y que se ve con neta claridad en los textos de juventud de Lenin, lastrados por la influencia de Kautsky y Plejanov. La ruptura de Lenin con Kautsky y Plejanov es también una ruptura interna al propio desarrollo teórico de Lenin. Recordemos la enorme cita de Kautsky en el capítulo II b de Qué hacer, en la que se afirma la introducción de la conciencia desde fuera a través de un portador (es decir, la separación no superadora entre lucha económica y lucha política, al plantear un espacio de “afuera” inaccesible (8)), recordemos también la centralidad en Materialismo y empiriocriticismo de la lectura de Hegel que hace Plejanov, o la tensión desgarradora entre unos postulados estrechos muertos y la brillantez de un realismo revolucionario que está naciendo en 1905, en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (en esta obra pasajes como: «es una idea reaccionaria buscar la salvación de la clase obrera en algo que no sea el desarrollo ulterior del capitalismo. En países como Rusia, la clase obrera sufre no tanto del capitalismo como de la insuficiencia de desarrollo del capitalismo. Por eso, la clase obrera está absolutamente interesada en el desarrollo más vasto, más libre, más rápido del capitalismo» conviven con otros pasajes como «los economicistas nos proponen dividir, bien meticulosamente, por anticipado, la revolución en fases: 1) el zar convoca una institución representativa, 2) esta institución representativa “decide”, bajo la presión del pueblo, organizar la Asamblea Constituyente, 3)…»; la tensión entre estos pasajes es manifiesta y atraviesa todo el libro (9)).
El mecanicismo kautskiano, etapista, rígido, cerrado y de sucesión lineal queda a un lado en el pensamiento leninista con la brillante expresión “dualidad de poderes” (el folleto homónimo de Pravda, publicado el 9 de abril de 1917 y del que hemos hablado más arriba, explica a la percepción este concepto: «junto al Gobierno Provisional, junto al gobierno de la burguesía, se ha formado otro gobierno, más débil aún, embrionario, pero existente sin duda alguna y en vías de desarrollo: los Sóviets de diputados, obreros y soldados»; estos dos poderes coexisten pero se oponen, a la larga uno acabará destruyendo al otro). Lo nuevo convive con lo viejo y debe destruirlo antes de ser absorbido por este, no esperar pacientemente su turno en el cielo de la Historia. Que el proletariado entregue el poder a la burguesía y al Gobierno Provisional en la revolución, terminar el ciclo revolucionario con la consecución de una revolución democrático-burguesa y no socialista-proletaria, dejar X años para que el capitalismo y las fuerzas productivas “se desarrollen” y después lanzar la ofensiva proletaria, habría sido un error imperdonable, una muestra absoluta de miopía política.
Cuando afirmamos que existe una continuidad entre los Cuadernos de filosofía y las Tesis de abril obviamente no queremos decir que las consecuencias políticas de las tesis de Petrogrado se deduzcan necesariamente del estudio de Hegel que Lenin emprende en Berna. Se trata de temas de estudio totalmente distintos, y podríamos enumerar una cantidad de acontecimientos que sí que influyeron realmente, poniendo el primero por supuesto el vergonzoso papel chovinista de la socialdemocracia europea durante la guerra imperialista de rapiña, ya desarrollado previamente. Lo que queremos afirmar es que el estudio de Hegel contribuye a la ruptura de Lenin con las premisas filosóficas y metodológicas de la II Internacional, Hegel elimina los últimos restos que quedan en Lenin de Kant y Comte. El obstáculo del pseudomarxismo predialéctico (y su corolario político por excelencia: “Rusia no está económicamente madura para una revolución socialista, la revolución debe ser democrático-burguesa”) se viene abajo. Una vez disuelto este obstáculo, Lenin está libre para estudiar el problema desde un ángulo concreto, realista, práctico, está listo para emprender el análisis concreto de la situación concreta, análisis que culmina en Lenin leyendo un papel arrugado en el techo de un vagón blindado en la estación Finlandia de Petrogrado.