Análisis crítico de las posturas de las organizaciones del Estado español respecto al imperialismo

2024-07-23T01:32:30+02:0016 de julio, 2024|Actualidad|
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Esta intervención tiene un sentido fundamentalmente crítico. Crítico con las posiciones de una parte sustancial del movimiento comunista del Estado español en materia de conflictos internacionales, pero crítico también, sobre todo, con los cimientos teóricos de dichas posiciones.

Porque, si tantas organizaciones comunistas, obreras y antiimperialistas han sido incapaces de adoptar una postura acertada, por ejemplo, ante las agresiones imperialistas contra Libia, Siria o Venezuela, ante la guerra de Ucrania o ante el genocidio palestino, ello se debe, entre otras cosas, a una incomprensión teórica sobre la naturaleza del imperialismo actual. De ahí la necesidad de identificar estas confusiones para poder rebatirlas con argumentos, y, así, generar también el marco necesario para continuar elaborando un análisis propio.

Por mi parte, me limitaré a señalar cuatro grandes líneas equivocadas de pensamiento sobre el imperialismo, cada una de las cuales conduce, a su vez, a una serie de graves errores políticos.

La primera línea consiste, de hecho, en una negación abierta del imperialismo como fenómeno distintivo. Los comunistas que sostienen esta postura hacen malabares conceptuales para rechazar de antemano la existencia del imperialismo como sistema internacional de dominación y explotación, y razonan, ante todo, de dos maneras: o bien rechazando la teoría leninista sobre el carácter monopolista del capitalismo moderno, con el argumento de que esta tesis niega la ley del valor de Marx; o bien rechazando la validez del concepto de «nación» como marco de análisis, con el argumento de que toda nación se encuentra escindida en clases antagónicas.

El primer argumento es espurio, porque el desarrollo monopolista del capitalismo no anula la competencia, sino que surge de ella y la reproduce bajo una nueva forma, como el propio Lenin señalaba hace ya un siglo. El segundo argumento es también estéril. Sin duda, todo país se encuentra escindido en clases antagónicas. Pero si un país se apropia constantemente de un excedente no retribuido producido en otro país, y dicho excedente beneficia el proceso de acumulación capitalista dentro del primer país, mientras que, por el contrario, lo perjudica en el segundo, entonces cabe hablar de explotación imperialista.

En general, estos comunistas no comprenden que lo que Lenin aporta es precisamente un análisis de la cuestión nacional y de la tendencia al monopolio, no como negación o superación, sino como concreción histórica de las leyes del modo de producción capitalista. Esto no significa que las naciones tengan prioridad sobre las clases, ni que la tendencia al monopolio anule la competencia y, por lo tanto, la ley del valor. Se trata tan sólo de incorporar elementos teóricos que Marx y Engels no llegaron a elaborar tan profundamente, o que, simplemente, aún no se habían manifestado en su plenitud durante la época del capitalismo industrial clásico.

La segunda línea, que viene cobrando fuerza durante los últimos tiempos y que encuentra su expresión más acabada en la «teoría de la pirámide imperialista» del Partido Comunista de Grecia [1], nace de una lectura sesgada de la obra de Lenin.

Hay dos maneras distintas de formular esta tesis, pero, como veremos, ambas conducen a las mismas conclusiones. La primera consiste en analizar el imperialismo como una simple etapa de desarrollo del capitalismo mundial, ignorando las particularidades de su estructura interna; la segunda consiste, por otro lado, en analizar el imperialismo como una simple etapa del desarrollo interno de cada país capitalista, ignorando su naturaleza esencialmente internacional.

Las limitaciones teóricas de esta postura son evidentes. Algunos adoptan el primer punto de vista, según el cual el imperialismo constituye tan sólo una etapa de desarrollo del capitalismo mundial, para concluir que todos los países que participan en el mercado mundial son imperialistas. Este razonamiento no sólo resulta tan absurdo como afirmar que, dado que la clase obrera participa en el proceso de acumulación capitalista, la clase obrera es capitalista, sino que también escinde, como ya hiciera Kautsky, el contenido económico y la forma política del imperialismo.

Esta posición reduce el imperialismo a su dimensión económica —es decir, a su condición de capitalismo monopolista—, pero ignora cómo la propia expansión del capitalismo monopolista conduce necesariamente a la dominación de los países más débiles por parte de las grandes potencias capitalistas. De este modo, la teoría de la pirámide pierde de vista la distinción cualitativa entre los países oprimidos y los países opresores, dejando tan sólo una supuesta diferencia de grado entre ellos, que, sin embargo, no sirve para clarificar las formas concretas que adopta la lucha de clases en ambos tipos de países, las posibles alianzas de clase que se abren en cada uno de ellos, etc.

Otros adoptan, en cambio, el segundo punto de vista, según el cual el imperialismo constituye tan sólo una simple etapa del desarrollo interno de cada país, para afirmar que todo país que satisfaga ciertos requisitos —como la existencia de monopolios domésticos, de una oligarquía financiera local o de intereses geopolíticos fuera de sus propias fronteras— debe ser considerado imperialista. Bajo esta perspectiva tan genérica, sólo los países más pobres del mundo seguirían quedando fuera del club de las naciones imperialistas, mientras que países como Brasil, Indonesia o Sudáfrica serían, al parecer, indiscutiblemente imperialistas. Aquí, además de seguir ignorando el peso de la división entre los países oprimidos y los países opresores, también se pierde de vista el carácter esencialmente internacional de la acumulación capitalista, retrocediendo teóricamente a un marxismo desfasado, más propio del siglo XIX que de la época imperialista.

No obstante, en cualquiera de ambos casos, la esterilidad política de la teoría de la pirámide resulta obvia: si todos —o prácticamente todos— los países del mundo son imperialistas, entonces ninguno es imperialista. El concepto se vuelve inútil porque no añade nada sustancial al análisis que realizó Marx hace 150 años; porque no nos sirve para distinguir entre el capitalismo “en general” y su expresión concreta como imperialismo; en definitiva, porque no define los rasgos propios del momento actual del desarrollo capitalista.

La tercera línea que quiero mencionar, aunque es más común entre las filas de la socialdemocracia, del anarquismo y de otras corrientes que propugnan un pacifismo abstracto, también tiene cierto peso dentro del movimiento comunista.

Esta posición, que nace más de prejuicios morales que de un análisis teórico riguroso, afirma que el imperialismo consiste simplemente en la agresión o la dominación política y militar de un país sobre otro. Partiendo de un rechazo genérico de todas las guerras y de toda violencia, estos comunistas denuncian cualquier tipo de conflicto internacional como una simple pugna entre dos facciones igual de detestables.

Los límites de este análisis son, una vez más, evidentes. Por un lado, la idea de que los comunistas debemos oponernos, por principio, a cualquier guerra, niega toda nuestra experiencia histórica, niega la necesidad de dirigir una guerra contra la burguesía y niega, por último, nuestra responsabilidad de apoyar las luchas que debilitan al imperialismo. Pero, además de desarmarnos políticamente, esta tesis pierde de vista el aspecto fundamental del imperialismo, a saber: la explotación económica de los países oprimidos por parte de los países opresores.

Si queremos, pensando de este modo, reducir el imperialismo a la dominación político-militar directa sobre otros países, entonces deberíamos afirmar, contra toda lógica, que el imperialismo terminó junto con el colonialismo; que, una vez las colonias conquistaron su independencia, dejaron de estar sometidas al imperialismo. Sin embargo, el saqueo y la explotación de África, Asia y América Latina han continuado hasta el día de hoy. Por tanto, esta posición no hace más que difuminar y ocultar la perpetuación de las relaciones de dependencia entre las antiguas colonias y los países imperialistas.

Por poner un ejemplo: si sólo son imperialistas aquellos países que intervienen militarmente en otros, entonces Suiza, pese a lucrarse masivamente de la explotación de África, no sería un país imperialista, mientras que Etiopía, pese a ser un país explotado por las potencias europeas, sí sería imperialista por haber intervenido en Somalia. De esta manera se distorsiona la esencia del imperialismo, dando lugar a razonamientos absurdos que niegan el carácter imperialista de potencias opresoras por el simple hecho de estar más o menos acopladas a la hegemonía de Estados Unidos —como en el caso de Alemania, Francia o el propio Estado español, por ejemplo—, al mismo tiempo que, por el contrario, afirman el carácter imperialista de países como Rusia o Irán por el simple hecho de defenderse ante la amenaza de Estados Unidos, de la OTAN y de sus distintos apéndices.

Por último, la cuarta línea que me gustaría exponer constituye, más que una posición definida, una especie orientación general que, en cierto sentido, opera también como fundamento de las dos líneas anteriores. Me refiero, en concreto, a las lecturas sesgadas y dogmáticas de Lenin. Hemos visto, por ejemplo, que la teoría de la pirámide conserva sólo la parte económica del análisis de Lenin —es decir, la idea del imperialismo como fase monopolista del capitalismo—, mientras que la teoría del imperialismo como dominación directa conserva sólo la parte política del análisis de Lenin —es decir, la idea del imperialismo como sistema de dominación internacional de unos países por otros.

En ambos casos nos encontramos con una lectura parcial y limitada de Lenin, que escinde el contenido económico y la forma política del imperialismo. Más en general, me atrevería a decir que muchos comunistas, ante el retroceso del movimiento revolucionario durante las últimas décadas, han preferido refugiarse en fórmulas y prejuicios antes que seguir aplicando la herramienta fundamental de nuestra doctrina: es decir, el análisis concreto de la situación concreta. Entre que Marx publicó El capital y Lenin publicó El imperialismo pasaron apenas 50 años, pero esos 50 años fueron suficientes para que las transformaciones sufridas por el capitalismo obligaran a los comunistas a aplicar y elaborar la teoría de Marx para comprender las particularidades de su propio momento histórico. Hoy, sin embargo, ya más de un siglo después de que Lenin escribiese sobre el imperialismo, parece que casi nadie tiene interés por estudiar las transformaciones que el imperialismo ha sufrido desde 1916 hasta el presente.

Algunos comunistas llegan a conclusiones políticas erróneas y otros llegan a conclusiones políticas correctas, pero casi todos lo hacen apoyándose sobre una mera aplicación de recetas y fórmulas preconcebidas, como, por ejemplo, los famosos cinco rasgos del imperialismo enumerados por Lenin [2]. Durante los últimos años, ciertas organizaciones han tomado este recetario para concluir que Rusia, como satisface más o menos estos cinco rasgos, es una potencia imperialista. Otros, con mayor intuición política, pero la misma estrechez teórica, han tomado este mismo recetario para concluir que Rusia, como no termina de satisfacer por completo estos cinco rasgos, no es una potencia imperialista.

Lo que prácticamente nadie se ha preguntado es si acaso esta fórmula no requiere de una actualización; si acaso 100 años de desarrollo capitalista no nos obligan a elaborar, igual que hizo el propio Lenin entonces, un estudio más concreto y exhaustivo de los rasgos fundamentales del imperialismo actual, de las condiciones de nuestro propio momento histórico.

Hoy, por ejemplo, ya no existe un reparto territorial del mundo como el de la época de Lenin, porque los grandes imperios coloniales se han disuelto y la explotación de los países dependientes se realiza por otros medios. Hoy, por ejemplo, la exportación de capital, aunque importante, ya no constituye una condición necesaria para que los monopolios occidentales exploten la mano de obra de los países dependientes, porque las cadenas mundiales de valor les permiten obtener los mismos beneficios sin necesidad de comprometer su capital en dichos países [3].

En definitiva: la importancia de actualizar nuestro análisis concreto para entender los rasgos esenciales del imperialismo contemporáneo reside precisamente en la necesidad de identificar cuáles son las formas dominantes que adopta hoy en día, y, a partir de ahí, definir una orientación política adecuada, capaz de aprovechar las contradicciones del capitalismo actual para avanzar el proyecto revolucionario socialista.

Notas al pie

[1] La «teoría de la pirámide imperialista» es el nombre con el que, entre ciertos sectores del movimiento comunista y antiimperialista, se identifica críticamente la teoría sobre el imperialismo defendida por el Partido Comunista de Grecia (KKE) y otros destacamentos afines (el Partido Comunista de México, el Partido Comunista de Venezuela o, en nuestro Estado, el Partido Comunista de los Trabajadores de España).

Esta teoría, impulsada por el KKE desde hace ya más de una década, sostiene que el sistema imperialista constituye una estructura internacional —una suerte de pirámide— donde todos los países con una base monopolista doméstica han «entrado» ya en su «etapa imperialista». Que sólo algunas potencias especialmente poderosas ocupen los escalafones superiores de esta «pirámide» imperialista no implica, para el KKE, que los países que se sitúan a su base tengan una naturaleza esencialmente distinta. México, India y Estados Unidos ocupan una posición diferente dentro de la pirámide, pero, en último término y en la medida en que todos ellos participan del sistema imperialista mundial, la teoría del KKE supone que tienen necesariamente “algo” de imperialista.

Puede encontrarse una defensa más pormenorizada de la teoría de la pirámide por parte del KKE en los siguientes artículos:

https://inter.kke.gr/en/articles/On-Imperialism-The-Imperialist-Pyramid/

https://inter.kke.gr/en/articles/THE-LENINIST-THEORY-ON-IMPERIALISM-THE-GUIDE-FOR-THE-STRUGGLE-OF-THE-COMMUNISTS/

https://inter.kke.gr/en/articles/The-Leninist-approach-of-the-KKE-on-imperialism-and-imperialist-pyramid/

[2] En El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), Lenin escribe: «conviene dar una definición del imperialismo que incluya los siguientes cinco rasgos básicos:

  1. la concentración de la producción y del capital ha alcanzado un punto tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, decisivos en la vida económica;
  2. la fusión del capital bancario con el industrial y la formación, sobre la base de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera;
  3. la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia excepcional;
  4. la formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales, que se reparten el mundo; y
  5. la culminación del reparto territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas».

De un modo u otro, todos los destacamentos que profesan el marxismo-leninismo —incluido, por ejemplo, el propio KKE— reducen su caracterización del imperialismo a estos cinco rasgos básicos.

[3] Las cadenas mundiales de valor son redes internacionales de producción de mercancías cuyas distintas fases implican a actores económicos situados en varios países diferentes. Estas cadenas constituyen una forma avanzada de la división internacional del trabajo, donde la producción de una sola mercancía puede exigir el concurso simultáneo y sucesivo de numerosas empresas y productores. Por ejemplo, la producción de un teléfono móvil implica la extracción de minerales en el Congo, la manufactura de componentes en Taiwán, el ensamblaje en China, su transporte y distribución en Estados Unidos, etc.

Estas cadenas, controladas por los grandes oligopolios imperialistas, son también, precisamente por ello, mecanismos de extracción de valor. Una empresa dominante puede marcar el ritmo de sus proveedores y forzarlos a una competencia feroz por ofrecer las condiciones más competitivas, permitiendo al comprador apropiarse de la mayor parte del valor generado a lo largo de la cadena productiva. De ahí, por tanto, que el capital imperialista pueda explotar la mano de obra de otros países sin necesidad de invertir directamente en ellos, levantar fábricas propias, etc.

Para un análisis más pormenorizado de esta cuestión puede consultarse el artículo sobre ‘Imperialismo moderno’ en la revista teórica de Iniciativa Comunista, Línea Roja Nº4.

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