Dogmas contra la reconstitución en pdF
Nuestra tarea es combatir el subjetivismo para rectificar el estilo de estudio, combatir el sectarismo para rectificar el de relaciones del Partido, y combatir el estilo de cliché del Partido para rectificar el estilo literario
Mao, «Rectifiquemos el estilo de trabajo del Partido» (1942)
Introducción
Durante la última década, el Movimiento Comunista del Estado español (MCEe) ha experimentado un salto cualitativo desde el punto de vista ideológico que, sin embargo, aún está lejos de materializarse organizativamente. Todavía carecemos de una estructura organizativa capaz de trazar la senda de unión entre la vanguardia y las amplias masas del proletariado. Cada día, un mayor número de organizaciones reconocen la inexistencia del Partido Comunista y términos como «reconstitución» o «reconstrucción» adquieren una mayor presencia en la agenda propagandística de no pocos destacamentos. Por nuestra parte, no solo aceptamos esta tesis, sino que consideramos que ni siquiera existe una línea incipiente con potencial para afrontar la inmensa tarea de la Reconstitución. Consecuentemente, creemos que cualquier organización que estime apriorísticamente su línea como la correcta, de facto y pese a un rechazo nominal, se considera el Partido.
Como marxistas, debemos procurar, con el rigor científico que se nos presupone, que todos nuestros actos queden sujetos a la dura prueba de la práctica y no a la de pomposas declaraciones. La singular importancia del momento que vivimos y el esperanzador futuro que queremos construir exige no ocultar nuestras carencias tras vagas abstracciones. Debemos evitar cerrar realidades complejas mediante afirmaciones simples absolutamente negativas o positivas. Hacer de la parte el todo es una forma errónea de enfocar la ineludible lucha ideológica entre destacamentos, pues acentúa los aspectos secundarios en vez de poner el foco en los principales, es decir, en aquellos principios capaces de materializarse en lo concreto. La visión dogmática del marxismo-leninismo (m-l) nos hace seguir enrocados en una posición de fragmentación y continúa validando la hegemonía ideológica del revisionismo.
A partir de esta premisa, descrita brevemente a modo de introducción, vamos a intentar analizar una serie de dogmas que identificamos en el MCEe. Estos dogmas no han sido extraídos de una observación pasiva del Movimiento, sino que condensan los obstáculos concretos expuestos por nuestro trabajo por la Reconstitución del Partido Comunista junto con otras organizaciones. Como con todos los demás errores que el MCEe pueda cometer, su comprensión, estudio y debate es fundamental para avanzar sin repetirlos.
Primer dogma. Sobre la asunción de principios de forma declarativa
En los procesos revolucionarios históricos que podamos estudiar, rara vez —o nunca— una línea política aislada, a través de su propio autodesarrollo, ha devenido en la constitución del Partido Comunista. Observar esto es relativamente sencillo, pero traducirlo a nuestra realidad y asumir su implicación práctica conlleva someter a la más estricta crítica cada una de nuestras acciones. Si afirmamos que no existe un Partido Comunista con línea revolucionaria, todos y cada uno de nuestros pasos deben acercarnos a la construcción de dicho Partido. Sin embargo, gran parte del MCEe confunde las tareas pre-partidarias de las partidarias, y a través de la idealización del periodo de la III internacional, se lanza a «organizar el asalto» sin ni siquiera haber establecido los cimientos que sostuvieron las grandes revoluciones de antaño.
La estrategia del proletariado y su política de alianzas, al igual que en periodos de paz o de guerra, no puede ser la misma con o sin la existencia del Partido. Precisamente, el Partido de nuevo tipo es un instrumento indispensable para la organización de la guerra del proletariado. Una organización comunista que se lanza a intentar crear estructuras, órganos, secretarías, juventudes, etc., independientemente de su composición interna cualitativa y cuantitativa; que dice querer organizar células en empresas, conquistar sindicatos u otras estructuras, planificar una línea orientada a las grandes masas y, en definitiva, repetir lo mismo que llevan haciendo multitud de organizaciones desde cerca de medio siglo con nulos resultados prácticos, consciente o inconscientemente, se considera el Partido.
Hacer de la necesidad virtud, está lejos del rigor que requiere el m-l y las tareas de los comunistas. La incapacidad que tenemos todas y cada una de las organizaciones de afrontar el conjunto de tareas necesarias, legales o no, enmascaradas en pretextos coyunturales o excusándose en el “atraso” de las condiciones subjetivas de las masas, es pura y llanamente oportunismo de derechas. De igual manera, centrarse inmediatamente en las necesidades objetivas sin el trabajo previo de formación de cuadros y fusión del m-l con las masas es oportunismo de izquierdas. Admitir que en uno u otro momento hemos caído en dichas posiciones demuestra el grado de madurez del movimiento, de lo contrario en ambos casos volvemos a la situación de punto muerto dónde parece más fácil mirarse al ombligo y señalar «al de al lado» que replantearse el esquematismo dogmático que sigue predominando en el MCEe.
Segundo dogma: la teoría de la espontaneidad
Lenin en su folleto «¿Por dónde empezar?»3 nos recuerda que sin una organización fuerte, iniciada en la lucha política en cualquier circunstancia y cualquier período, no se puede ni hablar de un plan de actividad sistemática, basado en principios firmes y aplicado rigurosamente, o lo que es lo mismo, de tener una táctica.
Hoy, al igual que entonces, pretender dotar de conciencia revolucionaria a las grandes masas, ya sea desde un sindicato u otro espacio, sin la existencia de una organización con línea revolucionaria, es caer en el culto a la espontaneidad. Sin una estructura capaz de servir de ligazón efectiva con nuestra clase es imposible generar dicha conciencia.
Algunos destacamentos perjuran que la conquista de las estructuras del proletariado, tales como los sindicatos, es una de las tareas de actualidad más importantes para la revolución. A nuestro parecer, esta tesis es profundamente errónea. Aun así, si en un ejercicio especulativo asumimos la necesidad de afrontar esta tarea, ¿cómo deberíamos proceder?: ¿cuántos camaradas hacen falta para la conquista de los sindicatos? ¿Qué puestos han de ocupar? ¿Cómo se debe organizar la agitación y la propaganda? ¿Se debe preparar paralelamente el periodo del combate del proletariado? ¿Con qué métodos y estructuras? ¿Está ligada la tarea de conquista de los sindicatos a lo anterior o sólo nos ocupamos de lo primero?
Creemos que es caer en una profunda contradicción invocar el «Qué hacer» con la mano izquierda, mientras con la mano derecha se afirma que es imprescindible la conquista de los sindicatos para la toma del poder, todo esto además circunscrito a un marco concreto de un puñado de militantes sin apenas experiencia política en diferentes periodos de lucha. Tal planteamiento esconde un profundo culto a la espontaneidad.
Tercer Dogma: Sobre la aplicación mecanicista del m-l y la visión esquemática del mismo
La lectura de los clásicos del marxismo es imprescindible para forjar el devenir de la dictadura proletaria. Durante un largo periodo de tiempo, aprender de quienes nos precedieron se convirtió en una tarea secundaria para la mayoría del MCEe. Quienes en algún momento de nuestro desarrollo militante crecimos dentro de las «grandes» estructuras comunistas del Estado español, pudimos constatar que su funcionamiento servía, principalmente, para la creación de un ejército de activistas (o artesanos, por recuperar la terminología del Qué Hacer), no de comunistas. Desde hace algunos años, podemos observar cómo la tendencia ha cambiado; ha dado media vuelta y una gran parte de los documentos históricos del proletariado ha salido del pozo para caer en otro —si cabe, más profundo— donde predomina una interpretación mecanicista y descontextualizada de los mismos.
Volviendo a Lenin, el análisis concreto de la realidad concreta, por muy devaluada que se encuentre esta frase, exige estudiar y entender los cambios de las fuerzas productivas a nivel mundial en general y en el Estado español en particular.
Para ilustrar aquello que pretendemos explicar, pondremos un par de ejemplos que cualquier comunista puede identificar fácilmente: la táctica del Frente Popular desarrollada por la III Internacional. Independientemente de su consideración como acertada o desacertada, la misma se desarrolló en un contexto donde existían las Repúblicas Soviéticas y una Internacional Comunista, es decir, una estrategia por la cual los intereses del proletariado nacional quedaban subordinados a los del proletariado internacional. Hoy, seguimos observando destacamentos que, como un metrónomo, asumen la alianza con todas las clases populares ante el auge del fascismo, a la vez que defienden el deber de combatir encarnizadamente las posiciones de la socialdemocracia.
De mayor actualidad es el caso del imperialismo. Al comienzo de la Guerra de Ucrania —algunos mantienen la misma posición a día de hoy— fue manifestado, por el lado izquierdo, una postura tan general como ambigua. Colocaron el deber de combatir a la oligarquía rusa al mismo nivel que la de su propia nación e, incluso, por encima. Si bien algunos destacamentos rectificaron con posterioridad, la defensa original de esta tesis vino precedida de una lectura dogmática de Lenin. Tal y como señalamos en el artículo «La OTAN, Rusia y el fetiche del interimperialismo» [1]: […] aceptan de palabra las tesis leninistas sobre el imperialismo, pero fallan a la hora de aplicar su consigna fundamental: el análisis concreto de la situación concreta. Así, se limitan a ofrecer fragmentos descontextualizados de obras con más de un siglo de antigüedad, pero ignoran los profundos cambios que se han producido desde entonces. Aplican una lente que resultaba útil para entender el capitalismo de 1920, pero que deforma el análisis si la trasladamos directamente y sin un desarrollo más amplio a nuestro propio momento histórico [2].
Los mecanicistas, obsesionados por buscar en 2023 el país cuyas características económicas formales se asemejan más a las potencias imperialistas de principios del siglo XX., se olvidan del aspecto político esencial del imperialismo: la explotación de las masas periféricas por un puñado de potencias mundiales. Esto sería un aspecto secundario para ellos, puesto que están demasiado ocupados buscando el país técnicamente más monopolista (independientemente de la debilidad de dichos monopolios) o listando las cantidades de capitales exportados (independientemente de que desempeñen un papel beneficioso o perjudicial para la economía de origen).
La aplicación del m-l desde una visión esquemática, en la que todo precepto e inspiración ya viene dada, no sólo es la propia negación de esta doctrina, sino que imposibilita el desarrollo de las competencias y el estudio del marxismo con un nivel de exigencia muy por encima de que venimos tributando las últimas décadas. Si afirmamos que el m-l es la ciencia del proletariado, tenemos el deber de estudiarla y aplicarla como tal.
Cuarto Dogma. La negación de la existencia de la lucha de clases en el seno de las organizaciones del proletariado
Todavía hay muchas organizaciones comunistas en el Estado español que niegan la existencia de la lucha de líneas. Consideran que la reproducción de las contradicciones propias de la sociedad capitalista en el seno de la vanguardia -como consecuencia de nuestro desarrollo sociocultural dentro de la misma- no es un problema real que haya que afrontar. Nosotras, por nuestra parte, consideramos que la defensa del m-l como doctrina emancipadora del proletariado implica el reconocimiento de aquellas aportaciones que históricamente han conducido a su desarrollo. Si bien resultó algo implícito en el devenir bolchevique, fueron las contribuciones de Mao Zedong las que permitieron articular, tanto en el plano teórico como el práctico, la existencia de la lucha de líneas en las organizaciones del proletariado.
Sin embargo, en cualquier destacamento del Estado español se puede llegar a observar la defensa de líneas antagónicas entre sí camufladas aparentemente entre tácticas no contradictorias. Por ejemplo, ante un MCEe que aún no ha resuelto el papel que los comunistas debemos adoptar ante la emancipación del proletariado femenino, nos encontramos como algunas organizaciones tachan las tesis feministas como burguesas y defienden el comunismo como única vía para la liberación de la mujer, a la vez que defienden la dualidad de sistemas entre el capitalismo y el patriarcado.
La lucha de líneas existe tanto en organizaciones de reciente creación, como en aquellas consideradas «históricas», donde se acentúa aún más si cabe. En ambos casos, la postura de los diferentes destacamentos comunistas al respecto a la lucha de líneas nos ayuda a valorar cuales están por superar el estado actual del movimiento comunista y cuales están por seguir perpetuándolo. Hemos afirmado al principio de este documento no existe actualmente Partido, ni una línea incipiente cuyo autodesarrollo pueda concluir en la Reconstitución del mismo. Negar la lucha de líneas implica negar esta premisa. Esta negación es profundamente dogmática, equivalente al «todos son revisionistas menos yo» que de forma tan recurrente se toma como atajo para evitar afrontar cuestiones complejas y debates profundos en el seno del m-l.
Quinto dogma. Declarar como completamente acertadas o completamente desacertadas a las figuras históricas revolucionarias
Es común encontrar en cada organización, como si de una lista de la compra se tratase, una serie de nombres de grandes revolucionarios distribuidos entre líderes y traidores. A todo aquel que se encuentre leyendo estas líneas le vendrán a la cabeza algunos nombres: Stalin, Lenin, Mao, Kollontai, etc.
Centrándonos en estos cuatro nombres, sobre el primero, la socialdemocracia con hoz y martillo ha comprado la totalidad del relato burgués que construyó la figura de Stalin como un líder cuya voluntad sometía al Partido y no al revés. Este profundo desconocimiento de la historia soviética —en multitud ocasiones intencionado cuando se omite por conveniencia política—, también se localiza en organizaciones de reciente creación que prefieren desligarse del revolucionario georgiano con objeto de que su proyecto no se vea embarrado por el fango de sus contradicciones.
Respecto a Lenin, si bien la aceptación de su figura es más o menos generalizada, es común encontrar un tratamiento de sus textos de una forma similar al que un devoto trata el Evangelio. Lejos de profundizar en el método, pretenden responder a la realidad cambiante replicando, línea por línea, el proceder del bolchevique. Tal situación ha llevado a que nuevas generaciones de militantes, desde otro punto de partida, recorran el mismo camino. La aceptación dogmática de todos los postulados de Lenin ha generado un rechazo incipiente hacia el m-l que cae, al igual que en el primer caso, en la subjetivación de su literalidad. Por otro lado, también es común encontrarse con líneas políticas marxianas que rechazan de plano el análisis leninista del imperialismo por no “encajar” con lo que Marx observó del capitalismo pre-monopolista. En vez de entender que el conocimiento de Marx se circunscribe al estudio de las fuerzas productivas de su época —y que, por lo tanto, cualquier especulación a futuro que pudiese hacer no es más que eso—, utilizan hasta el más desacertado de sus pies de página para negar el desarrollo concreto del modo de producción capitalista que no estuviese ya plenamente considerado en la crítica de la economía política.
Con Mao, encontramos dos vertientes de origen similar al de Lenin, aunque en menor proporción: el maoísmo, que idolatra su figura y la exime de cualquier error, y aquellos que tildan de maoísta a cualquiera que no reniega hasta del último pie de página de sus escritos.
Por último, quizás por la falta de estudio del papel de las grandes revolucionarias en la historia, también observamos una idolatría absoluta de las tesis de Kollontái que atacan al feminismo, dejando a un lado el estudio de su papel como organizadora en el movimiento proletario femenino.
La lista de ejemplos es mucho más larga: Luxemburgo y la cuestión del Partido, Fidel y la construcción del socialismo en Cuba, Lukács y su producción teórica, etc., sin embargo, consideramos que con estos cuatro ejemplos queda claro el punto al que nos referimos.
Como ya hemos manifestado, el estudio del m-l exige rigor, así como el estudio de la historia revolucionaria de donde se pueden sacar valiosas lecciones, errores y aciertos, especialmente de aquellos países donde han tenido lugar revoluciones. Esto no es óbice para que una vez realizado el balance general podamos detallar las aportaciones de tal o cual figura histórica o tal o cual proceso revolucionario como mayormente acertadas o mayormente desacertadas.
Sexto dogma. La percepción de España como un estado sometido al capital internacional
La mayoría de organizaciones admiten abiertamente que el Estado español es un Estado imperialista. Sin embargo, si enfrentamos dicha afirmación a los análisis concretos, o peor aún, a su práctica, observamos que la conclusión evidente es que no lo tienen interiorizado.
Las políticas económicas de la llamada etapa del desarrollismo durante la dictadura franquista apoyadas por los Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea (CEE) contribuyeron a crear un capital monopolista de estado mediante la fusión del capital bancario y el capital industrial dirigido por el Estado. Un proceso que podemos decir que culmina inequívocamente con la incorporación del Estado español a la CEE en 1986. Dicho periodo coincide, no casualmente, con el último periodo revolucionario dentro del Estado español y aún se lastran posiciones incorrectas producto de análisis estáticos que impiden ver la realidad de forma dialéctica.
Para favorecer la división internacional del trabajo y arreglar los conflictos de intereses derivados de su actividad económica, los imperialistas crean organismos de decisión para solucionar todo conflicto de intereses —y evitar recurrir a la guerra— o generan agrupaciones de imperialistas que estén preparadas para posicionarse frente al capital monopolista de estado de otros países. Dichas asociaciones se resumen en el interés de los imperialistas por el reparto económico del mundo.
Debido a las contradicciones intrínsecas del imperialismo y la concentración de capitales sabemos que dichos esfuerzos por solucionar los conflictos de intereses entre imperialistas son inútiles y el propio desarrollo del imperialismo lleva inequívocamente a la guerra. La ruptura con dichas asociaciones no es más que un preámbulo de la misma.
Algunos destacamentos consideran que actualmente los Estados son simples delegados de un capitalismo globalizado encargados de salvaguardar los intereses del capital supranacional en cada marco territorial. A nuestro parecer, esta afirmación nos parece más cercana a la teoría del ultraimperialismo de Kautsky —o a nuestra versión coetánea del Imperio de Negri y Hardt—, que a la visión del capital monopolista de Estado de la teoría del imperialismo de Lenin. Y conlleva al error, seguramente no pretendido, de aspirar a una suerte de emancipación nacional en alianza con un sector de la burguesía nacional que añora la independencia frente a ese «capital supranacional». Es por ello que planteamos que es una visión idealista el aspirar a que el Estado burgués dé marcha atrás en la historia. El imperialismo es la fase superior y última del capitalismo, antesala de la revolución proletaria, por lo que plantear un análisis como si pudiéramos volver a la etapa librecambista o peor aún, que el Estado español pertenece al final de la cadena imperialista cuando vivimos en el centro del imperialismo mundial es una lectura completamente errónea de la que hay que desprenderse inmediatamente.
De forma análoga, entender las grandes centrales sindicales de los países imperialistas, como herramientas defensivas del proletariado, al igual que el sindicalismo en los países más atrasados, es no entender el papel de la formación de la aristocracia obrera en los países imperialistas y el dominio ideológico y material de la clase dominante sobre la misma. La estructura institucional de las grandes centrales sindicales es más parecida a la de un ministerio que a la de una herramienta de combate del proletariado (espontánea, artesana o con todos los calificativos que queramos darle).
La base jurídica del sindicalismo se desarrolla en los mismos años 70-80 antes citados, configurando los sindicatos como «profesionales de la negociación» que han escogido, junto a los entonces llamados partidos obreros, la vía de la reforma, el pacto y la conciliación. A la par, el imperialismo inyecta cantidades ingentes de dinero no sólo a través de subvenciones, sino integrando a la burocracia sindical en el «ladrillazo», el negocio de la formación, las empresas dependientes, etc.
No en vano, en pleno proceso de reajuste desde la crisis del 2007, el sindicalismo mayoritario excluye deliberadamente la confrontación, siquiera para regular dentro del orden jurídico burgués, a los «nuevos» empleos derivados de la llamada «uberización de la economía» y mira para otro lado en el sector hostelero, aun siendo muy relevante para el Estado. La realidad es que la lucha espontánea de la clase obrera se ha ido organizando no sólo dentro del sindicalismo mayoritario, sino también fuera de él, ya que los sindicatos mayoritarios no representan mínimamente sus intereses de clase o lo que es lo mismo, no representan mínimamente los intereses de gran parte del proletariado.
En «El problema de los combates de clase del proletariado», Stalin se mofa de Humbert- Droz ante su indignación de que los obreros no sindicados del Ruhr se mostraron más revolucionarios que los sindicados. Stalin sentencia de forma retórica: ¿Por qué no pudo ocurrir? En el Rhur hay cosa de un millón de obreros. Cerca de doscientos mil pertenecen a los sindicatos. Los sindicatos los dirigen burócratas reformistas ligados por infinitos hilos a la clase capitalista. ¿Qué tiene de sorprendente que los obreros no sindicados se mostrasen más revolucionarios que los sindicados? ¿Acaso podía ser de otro modo? [3]
Por ello, en consonancia con lo descrito en el Segundo dogma, afirmamos que pretender «controlar» la estructura sindical ya existente es una desviación similar a la de los partidos revisionistas que dicen pretender «controlar» la estructura estatal ya existente. Por mucho que los comunistas de organizaciones situadas a la izquierda del Partido Comunistas de España/Izquierda Unida lleguen a las altas direcciones de los sindicatos mayoritarios —que es algo que ya ha ocurrido en varias ocasiones dentro de Comisiones Obreras—, los sindicatos han seguido administrando la miseria de los y las trabajadores nacionales y ha mirado para otro lado frente a las agresiones constantes del Estado español al proletariado internacional. No creemos que se trate de un problema que se zanja poniendo etiquetas de oportunistas y renegados, sino de la propia esencia del «aparato».
Como ya hemos dicho antes, para el m-l el sindicalismo es precisamente lucha espontánea, y nosotros entendemos que la lucha espontánea, económica o sindical, se articula de muchas formas no necesariamente en base a lo que diga el ordenamiento jurídico burgués. Por lo tanto nuestro deber como revolucionarios y revolucionarias es elevar el nivel de conciencia, transformar las lucha económica en lucha política allí donde se dé.
Conclusiones
El conjunto de dogmas expuestos pretende presentar, de forma sintetizada, algunos de los obstáculos principales que impiden el avance del comunismo en el Estado español. Sin embargo, su superación jamás podrá realizarse desde la abstracción teórica, sino a partir de la demostración práctica.
Esta tarea ni mucho menos será sencilla y las contradicciones que atañen únicamente podrán ser solventadas si desde el comienzo de su tratamiento partimos de un sincero deseo de unidad. Unidad en el reconocimiento de la inexistencia de una línea revolucionaria y la dispersión organizativa de los cuadros del proletariado. A partir de aquí, podrá desarrollarse la crítica necesaria para el desarrollo del m-l, pero siempre como método para lograr una nueva base para la unidad.
Si asumimos este principio como el camino que debemos recorrer para superar el dogmatismo en el seno del movimiento, lograremos dar un gran paso en la reconstitución del Partido Comunista.
Referencias
[1] Iniciativa Comunista. Línea Roja nº.4., Monográfico sobre Imperialismo ( 2017).
[2] Adrían Rojas. La OTAN, Rusia y el fetiche del interimperialismo (2022).
[3] I. Stalin. Obras Completas., cap II: Sobre el Peligro de Derecha en el Partido Comunistas Alemán, p. 317-321. Ed. Vanguardia Obrera; Madrid, 1984.