Introducción
No hace falta haber pasado mucho tiempo dentro o alrededor del movimiento comunista para haber oído el término «revisionista». Usado como demarcación entre líneas políticas, en el mejor de los casos. Más frecuentemente lanzado como proyectil contra gente que nos cae mal por motivos justificados muy vagamente. Es algo más complicado llegar a una concepción clara de qué significa exactamente ser un revisionista. Entender qué es el revisionismo. Más de un siglo de abuso ha laminado hasta tal punto la cuestión que parece urgente poner nuestras fuerzas en una operación de rescate del concepto de revisionismo. En él se entrelazan problemas teóricos de primer orden, por un lado. Por el otro, al ser la imagen negativa del propio concepto de marxismo, representa literalmente la batalla por la definición del propio marxsimo. Parece claro que puede haber pocas cuestiones tan fundamentales.
Historia y definición inicial de revisionismo
Podríamos remontarnos casi al principio de la historia del marxismo para encontrar las primeras disputas sobre su esencia y las desviaciones del mismo. Es famoso el comentario de Marx diciendo que si lo que ciertos comunistas franceses entendían por marxismo lo era de hecho entonces él mismo no era un marxista. Esta anécdota se usa en ocasiones para justificar algunas afirmaciones un poco delirantes sobre el propio Marx, pero por ahora podemos ignorar eso. Sólo señalaremos que si nos informamos sobre el contexto de la frase lo que está haciendo Marx de hecho es distanciarse de una interpretación ultraizquierdista, opuesta a toda reforma inmediata, revisionista de izquierda, de sus propias ideas. Si eso es el marxismo entonces efectivamente él no lo era. Así que la cosa ya viene de lejos, pero estamos adelantando conceptos y acontecimientos.
Un sitio mejor para empezar el punto de inflexión histórico en la cuestión revisionista es el principio del siglo XX. Aquí ya tenemos un marxismo más maduro, más exitoso, en el corazón de organizaciones políticas de masas con posibilidades reales de tomar el poder. Precisamente en esa borrachera de éxito es donde aparecen algunas confrontaciones sobre la naturaleza del marxismo que todavía son completamente relevantes. Textos como el «Reforma o Revolución» de Rosa Luxemburgo (1900), o «Marxismo y revisionismo» de V. I. Lenin (1908) ya plantean la cuestión explícitamente y son muy claros en su definición esencial del revisionismo: es revisionista todo intento de eliminar del corazón del marxismo su contenido revolucionario.
Aunque durante algunos años más las tendencias revisionistas perdiesen de palabra en diversos Congresos (luego ganarían en los hechos de manera abrumadora) vale la pena resaltar un detalle: en el momento en el que escribían esos textos que hoy son referentes Rosa Luxemburgo y V. I. Lenin no eran prácticamente nadie. Rosa era una emigrada, mujer, y joven, que tuvo la osadía de enfrentarse teóricamente a los popes del marxismo alemán. Lenin era un marxista ruso en el que podemos proyectar su figura posterior pero que por entonces era infinitamente menos conocido y relevante. Que tuviesen unos papeles tan decisivos desde esas situaciones es, como se puede uno imaginar, inimaginable, y ya punta a un tema posterior: el de la ruptura parcial con la tradición establecida como mantenimiento de lo universal en el marxismo.
Empezaremos a profundizar en la definición de revisionismo que proponían Rosa y Lenin con algo que puede parecer un rodeo, pero que en realidad es fundamental: está en el corazón del marxismo el ser incompatible con las definiciones precisas y cerradas de los conceptos. Tratar de definir el revisionismo en una o dos líneas, aunque pueda ser necesario como punto de partida o simplificación didáctica, es de hecho en sí mismo un acto ligeramente revisionista.
Los conceptos en dialéctica y la imposibilidad de la definiciones cerradas
En la introducción del tercer tomo de El Capital, después de unas cuantas páginas de polémica contra varias tergiversaciones de la obra de Marx, Engels dice lo siguiente sobre ellas: «alguna de ellas se basan en el equívoco de que Marx pretende definir cuando desarrolla, y de que, en general, deben buscarse en Marx definiciones acabadas, válidas de una vez y para siempre»1. Una lectura atenta de El Capital da la razón a Engels: es mucho más común en Marx el definir los conceptos implícitamente a través del desarrollo progresivo de la obra, en vez de dar definiciones cerradas a priori que luego debe justificar de alguna manera. De hecho en cierto sentido toda la estructura de la obra responde a esa voluntad de producir conceptos a la manera hegeliana, como unidad de múltiples determinaciones que hasta deben parecer contradictorias entre sí, que surgen casi por necesidad al seguir el hilo de sus tensiones internas. En última instancia el libro entero no es más que un único concepto (de nuevo: en el sentido hegeliano), el de capital. Aquí recordamos las notas de Lenin donde dice que es imposible entender El Capital, y sobre todo su primer capítulo, sin haber leído y entendido la Lógica de Hegel2.
La cuestión de fondo aquí es la siguiente: es evidente que aunque defender que el revisionismo es eliminar el contenido revolucionario del marxismo es una síntesis correcta del problema (y lo es) esto no ayuda demasiado; sólo mueve el problema a definir qué es exactamente ese contenido revolucionario. Y aunque comencemos a producir esa definición delimitando algunas categorías centrales (y Rosa y Lenin lo hacen), esa tarea nunca puede completarse del todo. El contenido de verdad del marxismo es interno al propio proceso de desarrollo histórico de la humanidad fragmentada en lucha. La producción teórica del concepto de marxismo, y de revisionismo, no es más que un aspecto de la lucha de clases en unas situaciones concretas. Quizás uno particularmente complejo, eso sí, ya que precisamente esos conceptos se utilizan de forma activa y directa en muchas ocasiones para modificar esas luchas. En cualquier caso todo intento de producir una imagen congelada del marxismo, y del revisionismo como su negación, es en sí mismo una traición a la propia esencia del marxismo. No puede servirnos una lista cerrada de tesis fundamentales si queremos dar una visión plena del marxismo.
Sobre el problema de lo universal en el marxismo
Lo que queremos decir, en fin, es que el marxismo se desarrolla de manera dialéctica. Esto puede parecer una perogrullada, pero en el mismo momento en el que empezamos a llenar de contenido el concepto de revisionismo vemos algunas de sus consecuencias. A saber: la práctica revolucionaria de aquellos y aquellas que consideremos marxistas, o revisionistas, tiene una variedad excepcional. Es normal que diferentes organizaciones opten por hacer cosas aparentemente contradictorias en situaciones históricas diferentes; incluso una misma organización puede hacer una cosa y la contraria en un momento dado. Esto puede despacharse con la afirmación de que el alma viva del marxismo no es más que «el análisis concreto de la situación concreta»3; y de nuevo, esto es una síntesis brillante de la cuestión, pero a la vez oculta un problema fundamental: ¿cómo extraemos lo universal de la multitud de lo individual?
El sentido común dominante considera lo universal en lo individual como la abstracción de lo común a todos los elementos. Por desgracia una lección que la filosofía aprendió hace bastante es que cualquier intento de extraer lo universal de esta manera suele encontrarse ante callejones sin salida: siempre existen excepciones y desviaciones. Ante esto suele haber dos salidas típicas: la primera es abandonar toda pretensión de universalización, de teoría, y perderse en el mar de lo empírico; la segunda es aplastar esas desviaciones y tratar de imponer una teoría abstracta sobre lo real. Estas dos salidas, por cierto, coinciden casi exactamente con las dos grandes tendencias en el revisionismo, como veremos más adelante. La respuesta dialéctica es romper con ese esquematismo: lo universal sólo existe como unidad en la diferencia. Lo que tenemos que explicar es cómo se llega a esa diferencia a partir de una génesis común (es decir, una unidad histórica que se despliega), y cómo se afirma esa unidad a través de la actividad práctica (una unidad lógica)4.
La tensión entre unidad y diferencia en el marxismo se materializa históricamente como la alternancia entre continuidad y ruptura5. Continuidad de una tradición marxista y ruptura con la experiencia anterior cuando se vuelve necesario; nacimiento de *desarrollos universales en el marxismo* cuando este proceso ocurre en procesos revolucionarios de dimensión histórica6. Nunca hay una ruptura completa con el pasado (de lo contrario no podrían existir esos desarrollos universales), por una parte. Pero por la otra, al dirigirse la ruptura contra lo anteriormente establecido siempre tenderá a ser percibida como heterodoxa, peligrosa, falsa. La ironía, claro, es que muchas veces son aquellos que defienden romper parcialmente con lo viejo los que encarnan verdaderamente el espíritu de lo universal y la esencia del marxismo7.
La concreción histórica del revisionismo y sus dos grandes tendencias
Una ventaja de vivir en la época en la que nos ha tocado vivir es la casi inagotable experiencia histórica a nuestra disposición. Una desventaja es que precisamente por lo extenso de esa historia se hace difícil tratarla en toda su complejidad. Ya que la audiencia de esta intervención se encuentra principalmente en un país imperialista, y ya que es aquí donde debemos realizar nuestra práctica política, vamos a centrarnos en el desarrollo histórico del revisionismo en los centros imperialistas. Eso sí, hay una ironía importante: la mayor parte de avances universales y rupturas contra el revisionismo ocurrieron de hecho fuera de ese núcleo imperialista. Y no casualmente.
Revisionismo «de derechas»: el reformismo
Cuando hablamos de revisionismo dentro del movimiento comunista la mayoría de las veces nos estamos refiriendo de hecho a las tendencias reformistas dentro del mismo. Al abandono *explícito* de posturas revolucionarias. Ésta es la tendencia dominante, la que ha liquidado de facto el movimiento comunista, y por tanto la principal tendencia a combatir en nuestra situación8.
Como decíamos más arriba las bases de esta confrontación se pusieron de forma decisiva ya a principios del siglo XX, y ahora estamos en mejores condiciones para profundizar en ellas. El marxista Sebastiano Timpanaro nos da un resumen razonable de los aspectos principales de ese revisionismo reformista en sus inicios9: «La limitación real del marxismo de la II Internacional no consistía en su falta de voluntarismo, sino en una «filosofía de la historia» esquemática y profundamente eurocéntrica, en una concepción del Estado contraria al marxismo, en un entendimiento inadecuado de la fase imperialista del capitalismo, y en la ilusión persistente de que la burguesía ya era y se volvería todavía más pacífica y «satisfecha» precisamente en el momento histórico en el que se preparaba para aventuras reaccionarias y militaristas más ambiciosas». Aquí están las cuatro cuestiones que se van a repetir una y otra vez durante el último siglo: el abandono de la dialéctica en favor de otros esquematismos filosóficos (normalmente, y ya desde Bernstein, el intento de cambiar a Hegel por Kant); el abandono de la Dictadura del Proletariado como etapa necesaria en la transición al comunismo10; la incomprensión de la economía política marxista en la era de los monopolios; la defensa de alianzas interclasistas en situaciones históricas en las que está agotado el potencial progresista de partes de la burguesía.
Lo primero que llama la atención es la persistencia de estos «debates». Incluso los últimos intentos de revivir un proyecto socialdemócrata a partir de unas bases marxistas cada vez más diluidas no pueden evitar maniobrar a través de este campo de minas. No falta nada: catedráticos de universidad purgando la dialéctica de Marx, ensoñaciones reaccionarias sobre el pequeño comercio y la pequeña burguesía, propuestas interclasistas de «sentido común» en vez de un proyecto de clase, etc. La razón de esta repetición constante ya la daba Lenin en 190811: el (este tipo de) revisionismo representa el proyecto de clase de la pequeña burguesía, de las capas intermedias atrapadas en la descomposición del capitalismo. Buscan defender su situación precaria y evitar su proletarización, y no el acabar con toda explotación.
Esta simple tesis ayuda a explicar el fantástico éxito del revisionismo reformista (lo que durante mucho tiempo fue llamado «socialdemocracia») en el imperialismo: aquí se encuentra el terreno más abonado del planeta para los proyectos políticos de la pequeña burguesía, de las llamadas «clases medias»12.
Lo segundo es que esta tendencia encaja perfectamente con el enamoramiento de lo inmediato que más arriba apuntábamos como base de uno de los dos tipos de revisionismo. La lucha por la mejora inmediata de las condiciones de vida es en general absolutamente legítima13 (y, lo sea o no, suele ser inevitable y ocurrir de forma espontánea). Pero en el momento en el que se abandona una perspectiva global (o universal), una teoría revolucionaria que es el condensado de décadas de lucha, se abandona algo esencial. Como mínimo se tenderá a eliminar parte de la razón del éxito de anteriores luchas del presente, y para ello no hay más que ver el absoluto fracaso de las «nuevas políticas» contemporáneas: por mucho que les pese no pueden escapar de la paradoja de que el éxito de anteriores procesos reformistas dependía en buena manera del empuje de proyectos revolucionarios nacionales e internacionales. En segundo lugar, al darse ese abandono en un país imperialista, se tenderá a alcanzar esos objetivos cortoplazistas de la manera más ventajosa para el capital: incrementando o manteniendo la explotación a nivel internacional del capital monopolista. No debemos tener miedo a decir que en la medida en la que un proyecto reformista dependa estructuralmente del reforzamiento de «su» propio imperialismo no pasará de ser un proyecto esencialmente reaccionario.
Revisionismo «de izquierdas»: (ultra)izquierdismo
Pero el reformismo no es el único tipo de revisionismo. El abandono explícito de posturas revolucionarias no es la única manera de abandonarlas en la práctica. Se pueden abandonar de manera implícita mientras se defiende con palabrería revolucionaria una adhesion inquebrantable a la letra del marxismo14.
Lo primero que se debe decir del ultraizquierdismo es que es en general una corriente subalterna. En la medida en la que tiene alguna relevancia nace como respuesta a una situación, real o percibida, de estancamiento político y teórico. Todo el oportunismo del mundo es incapaz de impedir un análisis crítico de la sociedad o un estudio atento de la teoría marxista, y en el momento en el que esa llama prende en un grupo es casi inevitable que se busque escenificar una negación de la situación de decadencia que se percibe. En ese sentido hay una legitimidad en el ultraizquierdismo, al menos en algunas de sus formas, que debe entenderse si de verdad se quiere corregir.
El problema existe cuando esa negación de un presente de abandono revolucionario se hace de manera unilateral y simple. Aquí aparece otro fenómeno bien conocido: el del dogmatismo izquierdista. Contra ciertas tendencias persistentes y nocivas de los comunistas hegemónicos se contrapone un opuesto igual de persistente y nocivo. Aquí empezamos a ver la importancia de una comprensión dialéctica del propio marxismo: es igual de antimarxista defender una tesis de manera abstracta como enfrentarse con ella con su imagen negativa pero igual de abstracta. Un ejemplo concreto: es evidente que la mayoría de partidos y organizaciones comunistas «occidentales» han caído históricamente en un electoralismo absolutamente lamentable. Es un efecto de problemas políticos más profundos, pero uno de los más llamativos. Sin embargo es igual de problemático rechazar la participación en lo electoral (o más generalmente, en lo «institucional burgués») como un absoluto, como una cuestión de principio. Es igual de anti-dialéctico participar en unas elecciones sin importar el contexto y las fuerzas propias, como lo es un rechazo pretendidamente «revolucionario» de todo contacto con las instituciones que de hecho atraviesan de manera profunda la vida de los países imperialistas. Una teoría revolucionaria digna de ese nombre debe ser capaz de acoger en su interior esa aparente contradicción, explicar cómo a partir de un punto de partida común (la transformación de todo lo existente) se puede llegar a posturas contrapuestas en diferentes momentos. Incluso desde una postura de seguidismo dogmático de los clásicos se podría llegar a esta conclusión: los bolcheviques de Lenin boicotearon la Duma pero también participaron en ella, todo en cuestión de pocos años. Parece evidente que esto por tanto no puede ser un principio absoluto sino una cuestión de táctica. ¿Qué fuerzas se tienen? ¿Cuáles son los objetivos actuales del movimiento comunista? ¿De qué manera se van a alcanzar? De la respuesta a estas preguntas deberían surgir las respuestas a otras como puedan serlo si tiene algún sentido participar en unas elecciones, y con qué objetivo.
El dogmatismo «de izquierda» lleva por desgracia a situaciones peores que la simple inoperancia política. Al pretender transplantar planteamientos teóricos anteriores sin tener en cuenta las posibles aperturas de un desarrollo universal posterior se puede, y se suele, caer en la infame repetición de lo trágico como farsa. Por dar otro ejemplo específico: es frecuente en ciertos sectores el tratar de eliminar décadas de luchas feministas por la vía del estrangulamiento de lo real con la soga de lo abstracto. Se dirá que la única opresión que existe es la de clase, reduciendo la diferencia que existe realmente entre género y clase a una unidad artificial. De nuevo: la misión del marxismo aquí es explicar la unidad en la diferencia de género y clase (y raza, etc.) en su génesis y desarrollo histórico. Ni plantear que son una y la misma cosa, ni su separación absoluta. Si el germen histórico de la opresión es de hecho la clase (y lo creemos), entonces la cuestión es cómo se desarrolla el género a partir de ahí y de qué manera exactamente afecta éste a la realidad: tanto como mediación de la opresión de clase como de manera semi-autónoma como opresión diferenciada. A día de hoy ya no es aceptable ignorar estas cuestiones, y no es en absoluto casual que las organizaciones e individuos que lo hacen tiendan a ser los que luego realizan o tapan los casos más flagrantes de agresiones de género dentro del movimiento comunista.
En última instancia este izquierdismo dogmático es también un producto de los intereses de clase de la pequeña burguesía. La gran diferencia es que al cambiar un alineamiento con el movimiento objetivo de la situación económica de parte de la población imperialista por la simple palabrería hueca se evita la molestia de tener que probarse en ninguna batalla histórica de trascendencia. El izquierdismo, salvo en situaciones absolutamente excepcionales, suele ser espectador y no participante. La defensa cerrada de una «teoría perfecta» que encierra todos los secretos de la historia nunca es suficiente por sí misma para comenzar (y mucho menos completar) un proceso revolucionario. Su destino nos recuerda al «alma bella desventurada» de Hegel15, que conservando la pureza de su corazón «rehuye todo contacto con la realidad y permanece en la obstinada impotencia». Al final «arde consumiéndose en sí misma y se evapora como una nube informe que se disuelve en el aire».
El revisionismo y la línea política de una organización comunista: continuidad, ruptura, y las tareas actuales
Algunas conclusiones sobre cómo debe materializarse esta concepción del revisionismo en la línea política de una organización comunista son más o menos evidentes. Si entendemos el marxismo como un proceso dialéctico de continuidad y ruptura (de ruptura de la continuidad) deberemos asumir la totalidad de la historia de nuestro movimiento con dos posicionamientos básicos:
- Existen, de hecho, desarrollos universales en el marxismo. Hay cuestiones de fondo que han sido probadas una y mil veces en infinidad de procesos revolucionarios y que pueden y deben ser guía de nuestra actividad. Es decir, hay desarrollos concretos que encierran en sí mismos el germen de todo desarrollo posterior, incluso cuando sea contradictorio con su origen, y que sirven como referencia y punto de anclaje que se verifica reiteradamente; es ése el sentido en el que son universales. Es necesario defenderlos con firmeza y confrontar políticamente a aquellas organizaciones que en la práctica estén reproduciendo en su interior las contradicciones que ya se superaron en su día con el esfuerzo y la sangre de nuestra clase. No es legítimo militar hoy en día en un lugar donde se siga a Bernstein y no a Rosa Luxemburgo, y en este foso caen por ejemplo la totalidad de partidos comunistas «oficiales» de los países imperialistas16.
- De igual modo, a la vez, y aunque parezca en apariencia contradictorio, debemos estar dispuestos a asumir que el avance del movimiento en nuestra situación actual requerirá de una ruptura con el pasado. Empezando por la triste obviedad de que nunca ha ocurrido una revolución socialista exitosa en un país imperialista; pasando por cuestiones como la del género que consideramos abiertas y que atraviesan nuestro movimiento hoy en día. En la medida en la que la actividad revolucionaria dé solución a estos problemas se abrirán las puertas a nuevos desarrollos de carácter universal que servirán a su vez como base de continuidad a futuros proyectos revolucionarios.
Ningún avance científico puede ocurrir ignorando absolutamente los avances anteriores. Debemos, por lo tanto, defender la legitimidad de lo que ya hemos conseguido. Pero es igualmente cierto que ningún avance científico de importancia ocurre simplemente desarrollando lo existente de manera lineal: debemos esperar saltos cualitativos que negando las bases de las que parten también mantengan dentro de sí mismos la esencia de lo pasado. Esto es así para toda la ciencia, y no lo es menos para el marxismo. Deberíar ir de hecho más lejos: como ciencia conscientemente dialéctica debería evitar toda perspectiva «pálida, inerte, seca»17. Evitar todo fetiche histórico, nuestro marxismo va más allá de Marx y nuestro Leninismo más allá de Lenin (o nuestro maoísmo podría ir más allá de Mao, aunque este debate es más complejo). Debemos poner todos los elementos a nuestra disposición para poder deslizarnos por la espiral de la historia solucionando en cada momento dado los problemas que la propia historia nos presenta.18
Sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria, decía Lenin. Es absolutamente fundamental comprender las bases teóricas del desarrollo de un revisionismo que es de hecho el principal causante de la situación de derrota temporal del movimiento comunista. Un revisionismo que no es un agente externo contagioso, sino un desarrollo interno del propio movimiento. La urgencia histórica de la necesidad de un movimiento comunista efectivo es cada vez más evidente, y si tenemos una única ventaja es la de la perspectiva histórica que nos debería permitir evitar tropezar de nuevo con la misma piedra.
Toda la dialéctica que hemos expuesto se resume en una idea: debemos aspirar a ser firmes y flexibles. La flexibilidad sin firmeza es el posmodernismo y la distancia irónica de la lucha. La firmeza sin flexibilidad es el dogmatismo, el revisionismo, la incapacidad de afrontar lo real en sus contradicciones. Sólo el marxismo es a la vez firme y flexible. Hoy en día por desgracia somos menos marxistas de los que deberíamos ser, pero sin duda somos suficientes para empezar.