Ninguna teoría que se declare a sí misma como guía para la emancipación universal de todas las oprimidas, de todas las condenadas y desposeídas, puede denominarse como tal sin hacer el debido análisis de la cuestión racial. Esta no es una mera responsabilidad teórica – al fin y al cabo, se podría decir que el marxismo está llamado a revolucionar todo lo existente – sino que también marca consecuencias prácticas en el desarrollo de la lucha de clases, desde la política de alianzas hasta las formas organizativas que atraviesan la práctica revolucionaria. En los últimos años desde las propias personas racializadas ha habido un intenso desarrollo teórico y práctico con el fin de analizar y combatir las formas de opresión que se derivan de la condición racial. La respuesta que suele observarse en nuestras filas sin embargo, suelen oscilar entre la apatía arrogante hasta la oposición visceral. Y sin duda estas respuestas reaccionarias no son tristes casualidades.
La continua insistencia por parte del movimiento comunista en occidente de intentar hacer desaparecer de forma inmediata la categoría de raza bajo el peso de la categoría de clase tampoco es una casualidad. Los y las comunistas blancos y blancas solemos quedarnos enormemente satisfechos y satisfechas cuando damos carpetazo al asunto de la raza identificándola directamente con la clase, sin nada más que añadir. Habría que ser enormemente necio o necia para pensar que semejante muestra de originalidad aporta algo más que el propio goce individual del que acaba de soltarlo. Si esto es todo lo que el marxismo tiene que decir en torno a la cuestión de raza, mejor echamos el cierre y nos dedicamos a otra cosa.
Y no quiere decir que en un plano lo suficientemente abstracto (por tanto falta de concreción, de determinación concreta) no pudiera decirse que la raza es una manifestación directa de la clase. El problema es que normalmente esto añade más bien poco a la hora de entender cómo actúa la raza en el imperialismo y las contradicciones que aparecen en la realidad, en el seno de la clase obrera, y que no pueden achacarse a pura falsa conciencia por parte de los obreros blancos.
Cuando desde el movimiento antirracista se señalan estas contradicciones y se analizan las formas en las que se manifiesta el racismo en todas sus facetas, se está realizando la valiosa tarea de analizar las formas concretas en las que se manifiesta una determinación de clase contradictoria. La clave del asunto y lo que verdaderamente puede aportar el marxismo – más allá de la poco iluminada identificación reduccionista de raza y clase, que cualquiera que conozca un poco la situación de la población migrante sabría identificar sin necesidad de leerse El Capital – es evidenciar la historicidad necesaria que debe darse al concepto de raza y cómo a partir de este desarrollo, entender la relación real entre raza y clase. Si queremos hacer justicia a una ideología revolucionaria debemos analizar cómo se desarrolla la clase a lo largo de la historia, por qué hay determinaciones que se independizan relativamente – como podría ser la raza en este caso –, como se produce una relación contradictoria en este desarrollo que hace que la raza alcance una autonomía relativa y finalmente, que este proceso se pueda manifestar en contradicciones que han atravesado la historia real de la lucha de clases por el color de piel.
Sin este trabajo político se suele caer en las consignas vacías sobre la unidad abstracta de la clase cuando no se hace por comprender la realidad racial, por el enorme temor de que las voces calladas hablen. Entender justamente esta realidad, entender la cuestión racial y el resto de contradicciones que atraviesan a la propia clase, nos permite comprender en profundidad la forma en la que actúa la clase, y por tanto, la forma en la que también puede superarse el capitalismo.
Identificar de forma inmediata raza y clase también supone no analizar el historicismo de la categoría de raza y por tanto, no comprender como actúa la clase realmente. No entender cómo históricamente se ha producido un alineamiento prácticamente absoluto entre clase obrera blanca y burguesía blanca para el parasitismo del resto del planeta y como resulta evidente, la división internacional del trabajo no padece de daltonismo. No penetrar en el hecho de que un aspecto en principio superestructural, como puede ser la forma en la que se manifiesta socialmente el color de piel, tiene una consecuencia infraestructural directa en el papel que esa piel coloreada tomará en la producción. Como afirma de forma rotunda J. Sakai “el capitalismo le pone código de color a sus clases”. Por tanto, entender el racismo también requiere de entender cómo ha actuado y transformado a la clase obrera el colonialismo y el imperialismo y cómo se ha desarrollado una división internacional del trabajo que sí distingue entre razas. Aquí está la historicidad de la clase y de la raza, este es el momento esencial que no suele tenerse en el punto de mira y sin duda, esta es la perspectiva que puede aportar el marxismo como una metodología que le es propia.
Como hemos visto, analizar la forma inmediata en la que se revela la raza es un momento necesario para comprender la articulación de clase y por tanto, obtener también lecciones prácticas para encontrar formas concretas de lucha y también formas organizativas para encomendarla. Sin embargo, la necesidad de dotar de historicidad al concepto de raza, no solo significa entender cómo actúa la raza en la superficie, en sus manifestaciones inmediatas y las contradicciones que emergen por ello en el seno de la clase, sino además entender qué proceso se ha desplegado para alcanzar esta situación. Entender cómo la raza aparece como una categoría relevante en la división internacional del trabajo en el marco colonial y cómo este mismo proceso fue acompañado ideológicamente por la constitución de identidades imperiales en las metrópolis. Como de la identidad imperial se pasa al descarnado supremacismo blanco y posteriormente al moderno primermundismo. Hacer una historia de la raza supone hacer una historia del colonialismo y del imperialismo, de cómo actúa la relación capital/trabajo a nivel internacional y por tanto, cómo actúa la clase realmente. Esta tarea encuentra un punto de inflexión determinante con el desarrollo del imperialismo en el que se impulsa de forma consciente el supremacismo blanco, ya que hasta entonces el concepto de raza se confundía realmente con el concepto de nación (por ejemplo, los irlandeses fueron una raza inferior hasta que en la Primera Guerra Mundial la raza irlandesa pasó a ser una nacionalidad dentro de la raza blanca. Otro ejemplo podría ser la situación de lo fineses en EEUU a principios del siglo XX, los cuales terminaron siendo las masas principales del PCUSA en su fundación). Es entonces cuando se configura la raza de la forma en la que hoy se entiende, actuando como forma de reestructurar diferencias de clase, autonomizando esta nueva dimensión y desplegándose finalmente ésta con autonomía relativa. Por ello no debemos caer en el error de que la clase aplaste la particularidad concreta de la raza, precisamente porque entonces nuestro concepto de clase sería rígido y falto de miras.
Sin embargo, aún resta una tarea esencial que debe encomendar el marxismo en paralelo al avance del análisis de la raza y es “crear un nuevo mapa de clase”. Realizar un análisis de clase que se vea atravesado por determinaciones como la raza o el género, para finalmente encontrar en este nuevo mapa, mucho más fiel a la forma en la que actúa el imperialismo, encontrar al proletariado, a la clase totalmente desposeída sin nada más que su trabajo y su descendencia. Encontrar a las masas para la revolución, a aquellas capaces de darlo todo por la revolución, porque tienen un mundo que ganar y por tanto, también las masas llamadas a construir el Partido revolucionario para llevar a cabo esta tarea histórica.
Manuel Cuevas, militante de IC