Introducción y crisis del reformismo
La situación de los y las comunistas ante las elecciones del 28 de abril no son nuevas, pero debemos insistir en las lecciones sacadas de los procesos electorales pasados para refrescar la memoria a una izquierda desorientada ante el panorama político actual. La situación se presenta como una aparente encrucijada, entre la espada y la pared; entre el realismo de saber que el PSOE no detendrá al fascismo ni a los poderes económicos reales, y que Vox sea un paso más en la deriva reaccionaria del Estado que no debe ser ignorado. Bajo esta coyuntura retorna nuestra piedra de Sísifo particular del voto útil que parecemos condenados a cargar eternamente. Ante el ascenso de la reacción de la derecha se repite machaconamente la necesidad del voto útil a la izquierda para contener esta deriva. Sin embargo, el fascismo siempre ha estado ahí, habitando en los cimientos y cloacas de nuestro Estado democrático, por tanto, aunque no debemos subestimar lo que está sucediendo, tampoco podemos hacernos los sorprendidos. Lo que defiende y representa hoy Vox siempre ha estado en las entrañas del PP y Ciudadanos, siempre ha tenido un papel en las instituciones y en los cuerpos represivos, en los poderes económicos y judiciales; en definitiva, en el Régimen del 78 como proyecto del capital financiero que se llama a proteger, pero la irrupción de Vox ha acelerado la competición por ver quien tuerce más el brazo a la derecha. Sin embargo, como se señalaba en la III Internacional, no debemos subestimar ni la subida al poder del proyecto fascista (aunque sea en su vertiente más reformista), como igualmente no debemos ignorar toda la serie de medidas reaccionarias que los viejos partidos del Régimen instauran para allanarle el camino de la toma del poder al fascismo: “quien no luche en estas etapas preparatorias contra las medidas reaccionarias de la burguesía y el creciente fascismo, no está en condiciones de impedir la victoria del fascismo, sino que, por el contrario, la facilitará”.
Nos encontramos en un periodo internacional de crisis absoluta del reformismo en los países imperialistas que están siendo incapaces de plantear una alternativa a la extrema derecha. Ante un imperialismo decadente y un retroceso del movimiento popular, el reformismo ha perdido sus motores históricos naturales – como decía Rosa Luxemburg, el reformismo no tiene impulso propio. Debido a la ausencia de movimiento político de masas sobre el que apoyarse, o de migajas imperialistas que repartir, el reformismo no tiene más papel que el de gestor “humano” de la crisis imperialista. Hoy día nada diferencia en materia económica al neoliberalismo de un reformismo totalmente integrado en los engranajes del Estado de la derecha. Solo debemos recordar la caída en picado del programa político de Syriza ante la cruda realidad de plantear mínimas reformas en un marco europeo dominado por el capital francoalemán. No debemos olvidar el ejemplo de Syriza, ya que ha sido el proyecto reformista que más ha avanzado a nivel de confrontación con los centros imperialistas europeos y con un apoyo popular interno enorme en los últimos años. Pese a todo ello, tras 14 horas de negociación con Merkel, Hollande y Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo enunció la famosa frase: «lo siento, pero no hay forma de que salga de esta sala». En esa sala Tsipras sería “crucificado” y finalmente terminó claudicando ante la imposición de la austeridad. Tanto el neoliberalismo como el reformismo conforman un mismo bloque histórico fundamental (aunque contradictorio) para asegurar la estabilidad del Estado, defendiendo los intereses de la gran burguesía imperialista. Ese mismo Estado y esos mismos intereses que empujan a que llegado el momento se emplee a la extrema derecha para acudir en su defensa.
Las preguntas saltan ante estas perspectivas históricas, ¿tiene el voto útil fundamentalmente al PSOE alguna capacidad de contener el avance de la reacción? Y más importante aún, ¿supone una contradicción la defensa de la estrategia electoral contra el fascismo como una cuestión táctica mientras se lucha por la revolución en otros frentes?
El PSOE, el partido del Estado
La política discursiva de Pedro Sánchez recuerda poderosamente a la coyuntura política francesa de Macrón, dando gestos baratos a la izquierda con una mano (exhumación de Franco, la triste actuación con los refugiados del Mediterráneo, etc.), mientras se agita al lobo de la derecha con la otra mano para ganar el voto útil. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar y el PSOE en las elecciones de 2015 ya ha demostrado que prefiere que gobierne el PP antes que ceder ante un tímido reformismo de Podemos y las mínimas concesiones al independentismo. El Estado tiene claro sus enemigos principales y el PSOE es el partido del Estado por excelencia.
El PSOE siempre ha cumplido el rol de partido de Estado y siempre lo ha sido, como partido que ha instaurado de facto nuestro modelo económico empezando con Felipe González y Solchaga y sus primeras reformas laborales, introducción de la precarización, constitución del IBEX35 y de los monopolios privatizados del Estado o el modelo de fomento de la especulación del ladrillo y rescate a la banca de Zapatero que no tuvo ningún reparo en continuar con la política inmobiliaria intensificada por Aznar o en firmar con el PP la reforma del artículo 135 de la Constitución para asegurar la prioridad del pago de la deuda. La realidad es que en lo que a política de Estado se refiere el PSOE ha sido el primer ejecutor y continuador de la política económica imperialista y represiva del Estado, no esperemos que el partido de la antigua Ley Corcuera y el GAL revoque la moderna Ley Mordaza como tampoco esperemos que el partido del Plan de Empleo Juvenil revoque la Reforma Laboral de 2012 – de hecho, a día 8 de marzo, el Gobierno acaba de renunciar a revocar la Reforma Laboral –. El reformismo está acabado, como está acabado el imperialismo y algunos siguen insistiendo en hacerle el boca a boca a un cadáver putrefacto en cal viva, corrupción y petróleo. No perdamos la memoria colectiva de nuestra clase.
Dentro de esta igualdad radical en su programa fundamental de mantenimiento del orden imperialista, el PSOE cada vez más toma ciertos valores democrático-liberales como elementos diferenciadores de la derecha: un laicismo superficial, republicanismo de boquilla, ciertas reivindicaciones feministas burguesas y un globalismo europeísta. En lo concreto el PSOE no ha expropiado a la Iglesia, ni ha luchado por la república, su globalismo no derribará ninguna frontera ni hará saltar por los aires la Ley de extranjería y su feminismo está abalado por Ana Patricia Botín. El desahucio en el bloque ocupado de Argumosa 11 de Madrid el pasado 22 de febrero, acompañado del trágico suicidio de un hombre que iba a ser desahuciado en Zaragoza – ciudades con sendos alcaldes procedentes de Zaragoza en Común y Ahora Madrid – ponen una vez más en evidencia la mezquindad del reformismo y su programa político. Primero nos quieren hacer creer que podrían resolver el problema de la vivienda entre otros, luego vendieron el discurso de que los desahucios habían terminado, sin embargo, ahora nos confiesan que desde las instituciones era imposible resolverlo – lo cual como mínimo es cuestionable ya que el conflicto de Argumosa lleva meses de lucha y hasta la ONU era consciente de esta situación; cualquier partido con un mínimo de dignidad podría haber expropiado el edificio con las herramientas que tiene el ayuntamiento de Madrid. El reformismo todo lo puede antes de las urnas y cuando roza la poltrona nada es posible, el realismo institucional se impone, con excepción del pago de la deuda si es de lo que se habla. Al final su único papel en el tablero de juego, como especialmente se enorgullece Manuela Carmena, se concreta en el pago religioso de la deuda por encima de la situación social, ser los buenos gestores de la crisis.
Las lecciones de Andalucía y las semejanzas con Trump
Debido a la cercanía en el tiempo de las pasadas elecciones andaluzas resulta conveniente extrapolar ciertas tendencias generales que trascienden la realidad concreta de la región, en concreto en lo concerniente a la abstención. Las elecciones andaluzas revelan dos tendencias dominantes en el espectro electoral, por un lado, la burguesía nacionalcatólica se ha reorganizado dividiéndose. Los esfuerzos por aupar a la palestra a Vox han dado sus frutos y se ha conseguido mantener la movilización de la derecha nacionalcatólica ante el declive del PP. En este escenario de juego Ciudadanos se queda en el centro del tablero, entre un centrismo liberal atemorizado por la extrema derecha, que virará fundamentalmente al PSOE; y una derecha nacionalista (especialmente en Catalunya) representada de forma más coherente con el chovinismo faccioso de Vox y PP. Ciudadanos está entre la espada y la pared, entre un gobierno de centro-izquierda con el PSOE (gobierno estable y favorable a los intereses del IBEX35) o el tripartito con las derechas que desean hacerle desaparecer (solo hay que escuchar la deriva de los voceros de la derecha que comienzan a crucificar el centrismo “veleta” de Ciudadanos, no resulta casual que sea justamente el ABC quien retome las noticias sobre las corruptelas de Villacís). En ese marco Vox apuntala un proceso de derechización general de la política de Estado, sirviendo como chivo expiatorio del PP a la hora de acometer medidas reaccionarias de excepción que grandes masas no defienden aún. Este tándem entre derecha tradicional y populismo de extrema derecha ha demostrado tener mucha fuerza en otros países como Italia o Austria. El periodo de dominio absoluto de los grandes partidos históricos se ha roto y ante las apremiantes necesidades de gobiernos mixtos todo está por cerrar, será de especial importancia hacia dónde quiera tornar Ciudadanos, cuya ejecutiva aún no ha clarificado totalmente – aunque Rivera haya declarado que no pactará con el PSOE – y la capacidad de maniobra del PSOE, el cual en el 2015 ya demostró que prefiere a la derecha en el gobierno que ceder al independentismo.
Por otro lado, las elecciones andaluzas señalan abiertamente que los votos de la clase obrera no se han ido a la extrema derecha, sino a la abstención. La realidad es que independientemente de la izquierda extraparlamentaria y las campañas por la abstención activa, las masas obreras se abstienen en enormes números pese a quien le pese. En vez de señalar como causa de la subida de Vox esta abstención masiva de la clase obrera (llegando incluso al 70% de abstención en los barrios más humildes), deberíamos entender estos dos procesos como un todo único. La realidad es que la clase obrera no confía en las instituciones para resolver sus problemas más acuciantes, la clase obrera sigue sin encontrar referentes y el reformismo seguirá culpándola de sus propios desastres. Sin embargo, la clase obrera no se ha echado a los brazos de Abascal y sus señoritos como se nos quiere vender.
El factor principal de la abstención procede directamente de Podemos y a nadie le parece relevante este resultado. La subida de Vox y la abstención masiva de la clase obrera tiene mucho más que ver con el declive del proyecto reformista y la crisis del imperialismo que con una política de masas por la abstención. Por tanto, no, no es cierto que la abstención haya hecho ascender al fascismo por no haber votado al reformismo; sino al contrario, ha sido el declive del imperialismo y del reformismo y su abandono completo a la clase obrera el que explica el auge de abstención en la clase obrera y la reacción entre los señoritos. De este modo los reformistas de todo tipo quieren ganar mediante el miedo en el tiempo de descuento a una clase obrera que lleva años abandonada, esa es la mezquindad que vivimos. Si queremos parar al fascismo, que lejos de ser un fenómeno particular, es un fenómeno global, más nos vale organizarnos y bien. La derechización tremenda de la sociedad no la ha parado ni el poder de Estado del PSOE en el gobierno ni el buenismo discursivo de Podemos, necesitamos claridad política. El único programa político realista hoy día pasa por avanzar hacia la revolución, quien no aspire a ello es un gestor más ético de la crisis del capitalismo.
Como mencionábamos arriba, el ascenso de la extrema derecha es un proceso global en los países imperialistas en crisis y, por tanto, las elecciones andaluzas y las estrategias políticas seguidas desde entonces resuenan poderosamente con otras elecciones, las presidenciales yanquis ganadas por Trump. En esas elecciones se cometió un error estratégico determinante por parte de los demócratas y el resto de los movimientos sociales, permitir que el enemigo marque tu agenda política. El movimiento político no tenía programa propio, todo orbitaba alrededor de Trump y por tanto, era éste quien marcaba los tiempos y quien llevaba toda la iniciativa. Buen ejemplo de todo esto fueron las movilizaciones especialmente de mujeres dirigidas contra Trump (y dirigidas por mujeres burguesas). De aquellas multitudinarias movilizaciones nada ha quedado, todo terminó siendo una demostración de fuerza electoral que no buscaba detener a la reacción sino ganar promoción para el voto. Las movilizaciones al voto en base al clamor por supervivencia buscan frenar a determinadas facciones de la reacción, pero no se transforma en movimiento colectivo, no se alcanzan nuevas enseñanzas y formas organizativas para frenar estructuralmente al fascismo, sino que solo queda en electoralismo mezquino que ni siquiera ha logrado frenar al fascismo a nivel electoral.
La izquierda extraparlamentaria y la abstención
Dentro de la izquierda en las últimas semanas podemos ver encarnizados debates en torno a la abstención activa o la política del voto útil. Sin embargo, las posturas defendidas parecen confundir más de lo que aclaran a la clase obrera ya que afrontan este debate de forma totalmente abstracta. Por un lado, las líneas que defienden la abstención activa parecen defenderla más como una cuestión de principio a la forma anarquista o esgrimiendo la manida argumentación de la legitimación del Estado – aun siendo cierta que las elecciones son uno de los ejes principales que el sistema tiene para legitimarse –. Por otro lado, las tendencias que apoyan el voto útil no dudarán en esgrimir incluso a Lenin con tal de justificar su voto y así poder dormir más tranquilos.
La realidad es que hoy no existe un frente electoral con un programa para la clase trabajadora que enmarque la lucha institucional con el resto de las formas de lucha de la clase obrera por la conquista del poder. La realidad concreta es que tenemos unas organizaciones reformistas que secuestran sus cuadros del resto de formas organizativas de nuestra clase, sustituyendo las formas de organización propias de la clase para darse eternamente contra las paredes inamovibles del Estado imperialista. No seamos ingenuos, es normal que haya un clima de preocupación, no debemos subestimar lo que significa la posible entrada de Vox en el parlamento. Sin embargo, es una estrategia peligrosa sacrificar la organización autónoma de la clase obrera por unas instituciones encorsetadas y sin fuerza real para transformar la realidad.
Desde destacamentos reformistas se nos quiere convencer de que no existe antagonismo alguno entre votar en estas elecciones como algo táctico y apoyar el movimiento revolucionario extraparlamentario el resto del año. Sin embargo, existe cierta mezquindad o ingenuidad en esta postura, principalmente porque estas posturas suelen proceder de organizaciones que consideran a las elecciones como una línea estratégica a la cual supeditan el resto de su trabajo de masas. Debemos ser honestos, cuando se defienden este tipo de posturas como “tácticas” se oculta como se desarrolla la lucha institucional en lo concreto.
Debemos ser honestos también sobre la política de abstención. Es ridículo pensar que la gente no vota porque existan organizaciones desarrollando una línea de masas abstencionista. La realidad es más cruda y es que la clase obrera se encuentra huérfana de referentes y no ve solución a sus problemas en las instituciones. Es la apatía y no la conciencia revolucionaria la que domina en el espectro de la abstención. Por tanto, resulta igual de ridículo culpabilizar de los malos resultados del reformismo a las organizaciones y cuadros que no votan, como deducir de la abstención masiva de la clase obrera una victoria de la conciencia revolucionaria. En este juego de tornar la abstención de la clase obrera en voto útil al reformismo, los frentes de masas juegan un papel importante, ya que hay frentes de masas que hoy continúan teniendo una alta estima y legitimidad entre la clase obrera y el reformismo busca instrumentalizar esto para sus fines. Figuras como Ada Colau o Diego Cañamero son testigos de esto, instrumentalizar luchas de la clase obrera con gran apoyo popular para legitimar un proyecto reformista caduco. Cuando se plantea lo electoral como algo puramente “táctico” en entornos militantes lo que se oculta de fondo es una determinada agenda política y políticas de alianzas concretas. Lo que se oculta es que para que la línea reformista prospere entre sectores de la clase obrera se querrá instrumentalizar a los frentes obreros como altavoces electorales. En la práctica real del reformismo son más frecuentes de lo que pensamos las llamadas de teléfono a cuadros obreros para ser abducidos a su círculo electoral y alejarles de la lucha, al igual que sucedió en la Transición disolviendo el movimiento mediante el soborno institucional a la clase obrera.
La honestidad desde filas revolucionarias también debe partir desde la autocrítica, somos conscientes que la inexistencia de referentes para desarrollar un trabajo institucional agitativo por la revolución también es muestra de la debilidad de las organizaciones extraparlamentarias que aún estamos en proceso de construir frentes de masas con programas políticos en positivo para la clase obrera. Aunque quisiéramos aún no llegamos a tanta gente como para que una política de abstención activa tenga un efecto real en las elecciones más allá de las amplias masas obreras que no votan motu proprio. Sin embargo, sí que hay un escenario de lucha en el cual nos jugamos mucho y es ahí donde debemos ubicar el debate, los frentes obreros. Tanto los electoralistas como las organizaciones revolucionarias confrontamos por la influencia sobre los sectores obreros organizados, unos para marcar una agenda defensiva electoral y otros para avanzar en las formas de lucha y conciencia de nuestra clase. La realidad es que no confrontamos por si un cuadro obrero vota o no, lo que nos jugamos en realidad es si los cuadros obreros caen bajo la influencia de los cantos de sirena de unas instituciones estériles o se mantienen firmes por el avance de la organización política de la clase obrera. Este es el debate real y concreto, las elecciones no tienen nada de “táctico” y debemos tenerlo totalmente claro. Como vemos cuanto más se aborda en lo concreto la cuestión electoral, más se revela como algo antagónico la defensa de lo electoral frente a la construcción de formas de poder autónomo y paralelo al Estado capitalista en la situación actual.
Por tanto, nuestro eje de lucha real no debería ser tanto el NO-voto sino arrojar claridad a la clase obrera cercana y movilizada sobre a qué intereses sirve todo esto, sobre cómo actúan los ciclos de legitimación electoral y cómo desde las instituciones se intenta cooptar los movimientos sociales para intereses reformistas. Lo importante no es si mi vecina vota o no, las inercias electorales en occidente siguen persistiendo en las masas, lo importante es que entienda que la respuesta a sus problemas nunca estará en proyectos reformistas y mucho menos de la mano del PSOE. Nuestra tarea ante todo es evitar el secuestro del movimiento popular por el electoralismo. Madrid y Barcelona demuestran lo máximo a lo que está dispuesto a llegar el reformismo y con medios económicos a su disposición, ése es el límite y ese límite no resuelve nada. No olvidemos que los de “los presupuestos más sociales de la historia” y sus amigos morados, son los mismos que quieren resolver el problema de la vivienda a golpe de especulación con la Operación Chamartín regalada al BBVA. No permitamos que penetren en nuestros espacios para inocular su agenda electoral y usarlos como plataforma de difusión y justificación moral de su campaña, como ha pasado anteriormente con la PAH o el 15M.
La clase obrera debe construir nuevos referentes revolucionarios capaces de crear un programa positivo para la clase para la consecución del proyecto revolucionario y vencer finalmente el auge de la reacción burguesa que cada vez más camina hacia el fascismo. Solo un programa democrático en positivo para la clase obrera defendido por un Partido Comunista apoyado en las masas obreras podrá tener un impulso real para frenar al fascismo y al Estado putrefacto del que nace. Si queremos que no se pierda el aprendizaje colectivo que se ha ido forjando también en lucha contra el reformismo debemos dedicar todas nuestras fuerzas a construir el Partido de la revolución. Solo el pueblo salva al pueblo.
Manuel Cuevas, militante de Iniciativa Comunista