El pasado 29 de julio a las 07:36 la Aemet elevó a aviso rojo la situación en València. A las 09:20 alertó que «el peligro era extremo». Al igual que la actividad laboral, las instituciones tampoco frenaron su actividad. El President de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, llegó a asegurar que a las 18:00 el temporal disminuiría su intensidad. A las 20:12, por fin se daba la alarma, pero ya era demasiado tarde. Es importante señalar que, durante esa misma mañana, Mazón recibió la certificación de estrategia de sostenibilidad turística otorgada por Aenor.
Hace menos de dos meses la borrasca Boris dejó 23 muertos a su paso por Rumanía, Polonia, Austria y República Checa. Miles de personas, quienes tuvieron suerte, fueron evacuadas, el resto tuvo que sobrevivir, sin luz, a las peores inundaciones de las dos últimas décadas en Europa central. Unos días más tarde, la borrasca llegó a Italia provocando innumerables daños materiales.
El huracán Milton en Florida, los incendios seguidos de fuertes inundaciones en Grecia, el «estado de catástrofe», de nuevo por incendios, en Portugal, los deslaves por las lluvias en Naucalpan (México), etc. Esta serie de sucesos, unidos al más reciente en València, han tenido lugar entre septiembre y la fecha de publicación de este artículo. Pero su distribución temporal no es el único rasgo en común, pues hay otro que destaca por encima: es la clase obrera quien ha pagado sus peores consecuencias, con bienes materiales en el mejores de los casos, cuando no con su vida. El mundo se está revolviendo y nuestra clase es su primera víctima.
Todos estos fenómenos nos sirven de pretexto idóneo para poner sobre la mesa la necesidad de analizar el proceso general de acumulación capitalista y el efecto ambiental que ello conlleva. Para ello debemos recuperar un concepto esencial del análisis marxista, el «metabolismo social». Tanto en la boca de la patronal como en la boca del reformismo resuena a viva voz la doctrina del crecimiento. El crecimiento es el mantra con el poder de resolver todos los problemas de la clase obrera, el famoso 3% anual de crecimiento. Sin embargo, la demanda de trabajo no se encuentra relacionada con la masa total de capital producido sino que se encuentra relacionada con la parte variable del capital global. Es decir, la demanda de trabajo no depende de que simplemente crezca el dinero que se invierte en la producción, sino que depende del número de brazos necesario para poner en funcionamiento ese capital productivo. Conforme aumenta el capital, éste se deriva tendencialmente al desarrollo y perfeccionamiento de la maquinaria y las infraestructuras, haciendo que cada vez se necesite proporcionalmente un menor número de mano de obra para la producción.
Cuanto más aumenta la acumulación, aumenta el número de trabajadores que ya no son necesarios para la producción. La acumulación capitalista produce de manera constante, antes bien, y precisamente en proporción a su energía y a su volumen, una población obrera relativamente excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y por tanto superflua. (…) A todo capitalista le interesa, de manera absoluta, arrancar una cantidad determinada de trabajo de un número menor de obreros.
Karl Marx, El Capital
Como si de un parásito se tratase, cada máquina se alimenta de más trabajo de cada obrero/a en cada perfeccionamiento técnico. Se produce un cambio en la composición del capital, el capital invertido en máquinas crece de forma mucho más rápida que el invertido en obreros/as. Por tanto, la demanda de trabajo depende exclusivamente de las necesidades concretas de acumulación de capital. Por ejemplo, la necesidad de afluencia masiva de trabajo en determinados momentos de auge productivo y la posterior expulsión de gran parte de la clase obrera nuevamente al paro o al trabajo ocasional cuando ya se han visto cubiertas estas necesidades (la sobrepoblación obrera, en términos económicos, siempre es relativa a las necesidades de acumulación de capital y no depende de su número absoluto). Además, en el propio proceso de desarrollo de las fuerzas productivas y la intensificación de la fuerza de trabajo mediante la maquinaria, cada vez se hace menos necesaria la actividad de grandes masas obreras en la producción. «Es decir, que el mecanismo de la producción capitalista vela para que el incremento absoluto de capital no se vea acompañado de un aumento consecutivo en la demanda general de trabajo.»
En el análisis de la acumulación capitalista, Marx puso en evidencia por primera vez la relación existente entre la sociedad capitalista y la dinámica interna de la naturaleza (metabolismo universal de la naturaleza). Establecer una relación metabólica entre la sociedad y la naturaleza significa que la acción del trabajo humano plantea cambios biológicos en la naturaleza y que estos cambios también pueden afectar a la sociedad. El concepto de metabolismo social plantea que la sociedad humana no es un ente separado de la naturaleza sino que existe una unidad entre ambas medidas a través del trabajo. De este modo la relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza es mediada socialmente a través de la producción.
La naturaleza actúa como la fuente primera de medios de trabajo y de medios de vida para el/la trabajador/a. Sin embargo, en el proceso de trabajo, el ser humano es capaz de producir y controlar sus propios medios de vida al hacer a la naturaleza su objeto de trabajo (por ejemplo controlando la agricultura, la extracción de recursos naturales, etc.). Sin embargo, esta relación que se produce socialmente a través del trabajo la hace depender directamente del modo de producción en el que el ser humano trabaja. La relación con la naturaleza se modificó al mismo tiempo que se modificaba la relación entre los propios seres humanos (comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, etc.).
En el marco del capitalismo el trabajo es una función alienada del trabajador/ora y ésto también se va reproduciendo con respecto a la relación con la naturaleza. Se reproduce una relación alienada entre el ser humano y la naturaleza (su «cuerpo inorgánico» en palabras de Marx). El capitalismo pone en movimiento a la clase obrera para explotarla y explotar a la naturaleza a cualquier precio. Los burgueses no temen poner en juego la vida de la clase obrera ni siquiera la vida del propio planeta en la búsqueda de su beneficio egoísta.
El capitalismo finalmente produce una fractura entre las necesidades de reproducción del capital y la relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza. De esta forma se llega a una contradicción entre el seguir exprimiendo al proletariado y a la naturaleza para obtener beneficios y el propio equilibrio medioambiental. Desertización por la agricultura intensiva, contaminación de la atmósfera, calentamiento global, destrucción de ecosistemas, contaminación del agua, etc. De esta forma el capitalismo produce un «un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida». Por tanto, la acumulación de capital es incapaz de resolver los sufrimientos de la clase obrera. El crecimiento desenfrenado no es la solución a nada sino que supone precipitarse a la crisis social y ecológica.
Con respecto al papel de la acumulación del capital en la destrucción del medio ambiente, ya en el siglo XIX se podía detectar el devastador efecto que tenía la industrialización de la agricultura en la degradación de los suelos. Debido al desarrollo técnico se aumentó enormemente la productividad agrícola y fue necesaria la intensificación del empleo de fertilizantes para mantener el ritmo productivo. Todo ello llevaba a largo plazo a la destrucción de los nutrientes naturales del suelo y por tanto era una forma directa de destrucción de la posibilidad de fertilidad de los suelos. Gran Bretaña fue la pionera en el saqueo de los fertilizantes naturales, como señaló Liebig, llegando al desentierro y transporte de los huesos humanos de los campos de batallas napoleónicas para su posterior entierro en los campos agrícolas.
De facto, la transformación humana de la naturaleza bajo intereses capitalistas, empieza a atentar contra el propio mantenimiento eterno del sistema. Si históricamente el ser humano se ha transformado de tal forma que puede ser mediador de los procesos naturales a través del trabajo, actualmente la propia naturaleza (por propio efecto humano) se oponen a las condiciones de reproducción ampliada del capital y del desarrollo humano. Aparece el medio ambiente en absoluto como agente pasivo y externo (como pura materia a objetivar en su trabajo por el ser humano) sino que aparece hoy como propio límite absoluto al desarrollo irracional de las fuerzas productivas.
En los Manuscritos del 44, Marx señalaba la repercusión que tenía en el proletariado, en su dinámica de trabajo alienado, este extrañamiento con la naturaleza. «Como quiera que el trabajo enajenado convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre, lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital». La clase obrera, en la misma producción en la que domina a la naturaleza, se encuentra dominada por el capital, se enajena de los suyos/as, de su clase para entregarse al capital. Es justamente en este contexto de producción anárquica del capital y de fractura metabólica entre las necesidades de la producción y la naturaleza, que resuena con más fuerza que nunca que «toda fuerza productiva es también una fuerza destructiva en el capitalismo.»
No debemos lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Ésta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos (…). Todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y saber aplicarlas
Fiedrich Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre.
Es por ello que, ni el futuro de la clase obrera, ni el futuro de la propia naturaleza se encuentran en el crecimiento ilimitado que sentencia al proletariado a la intensificación de su explotación y al paro crónico, además de la enfermedad y destrucción de la vida asociado al cambio climático, la contaminación y por tanto, a la fractura existente entre el metabolismo entre sociedad humana y naturaleza. No existe alternativa en el capitalismo, pero sin duda, las nuevas perspectivas de crisis ecológica plantean serios retos a la construcción de una nueva sociedad socialista.
Queda descartado el paradigma del socialismo como soviets y electrificación, ver el socialismo como conquista de la naturaleza o como puro desarrollo objetivo de las fuerzas productivas. La perspectiva de un socialismo que se desarrolle infinitamente resulta tan ilusorio como un socialismo en el que toda la población mundial pudiera tener un coche. Sin embargo, todavía podemos aprender en este sentido algo más de la obra de Marx. Aunque sea cierto que nunca llegó a desarrollar el porvenir del socialismo en sus escritos (y de forma consciente), en un fragmento de El Capital, Marx arroja una poderosa luz sobre los retos del socialismo, la emancipación de todos los oprimidos y el metabolismo social: «La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo (…) con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana.»
Es la clase obrera la única llamada históricamente a subvertir el estado actual de las cosas, no solo como clase que sufre directamente todos los males del capital, sino, como ya apuntaba Manuel Sacristán, actuando de forma positiva como «órgano imprescindible del metabolismo de la sociedad con la naturaleza», como los/as productores/as directos capaces de controlar colectivamente la relación sostenible con la naturaleza.
Només la revolució enlluerna els somnis de l’emancipació del proletariat!
Manuel Cuevas