Introducción
El archiconocido mito filosófico de Platón representa una metáfora sobre el ascenso del grado de conciencia del ser humano hasta la contemplación de las formas más elevadas del concepto, superando el previo estado de confusión y oscurantismo. El mito de la caverna se encuentra entre uno de los libros del diálogo de La República, donde se desarrolla la visión política de Platón sobre la conformación de un Estado justo.
No seré yo el primero en haber remarcado la importancia histórica del diálogo de la República en el pensamiento histórico socialista en general y en Marx en particular, pero podemos hacer algunos comentarios sobre su relevancia:
- Platón discute la necesidad del gobierno guiado por la razón y acuña por primera vez la idea del pensamiento dialéctico como eje central de su filosofía.
- Nos encontramos con una de las primeras teorías de la evolución de las formas sociales en forma de declive en sus formas de gobierno.
- El Estado ideal «sano» (aunque abstracto y remoto en el tiempo pasado) es aquel que asegura las necesidades fundamentales de los ciudadanos, cobijo, vestimenta y alimento en una vida comunitaria sencilla.
- La necesidad de la guerra y la conquista cuando se expanden las necesidades humanas en el Estado de lujo realmente existente.
- El papel central de la división del trabajo en la definición de las estructuras sociales en las que se busca maximizar la felicidad de la sociedad en su conjunto.
- El Estado justo se ha de regir por el control colectivo de la propiedad, «nadie poseerá bienes en privado, salvo los de primera necesidad».
El interés de este artículo es reflexionar sobre el mito de la caverna y sus similitudes con el proceso general de toma de conciencia de clase, junto con las tareas que se derivan para con el conjunto del proletariado.
Ascenso de la caverna y la conciencia de clase
En la caverna de Platón, unos encadenados son sometidos a observar las proyecciones de unas sombras procedentes de unas figuras que pasan tras ellos contra la luz de un fuego. Entonces, en la macabra prisión que es la caverna, se produce una evasión y superación del estadio de ignorancia forzada. Uno de los presos es liberado y dirige su ascenso fuera de la caverna, vislumbrando el fuego y las figuras de cuyas proyecciones era sometido a dirigir la mirada, hasta alcanzar finalmente la luz del exterior.
Platón comenta como durante la ascensión del reo todavía no es capaz de distinguir entre las sombras y lo real, ya que las sombras siguen siendo más claras ante sus ojos y entendimiento que la luz cegadora del exterior. Y es que, como ha sido tradición en la historia del comunismo, la clase obrera tiende espontáneamente al socialismo, pero es la ideología burguesa la que más se impone espontáneamente. O dicho más crudamente, la exposición a la ideología burguesa se impone con tanta fuerza, que la clase obrera, aun cuando espontáneamente atiende hacia sus intereses, no es capaz de distinguir entre sus fines históricos y los de las otras clases. Es en estado de desorientación donde es fácil confundir las sombras con la realidad y caer en conocidos callejones sin salida como el sindicalismo gremialista, las promesas posibilistas del reformismo y en general renunciar a la independencia política de la clase obrera. Sin embargo, entre los que escapan de sus cadenas, existe una parte «más decidida, que tienen la ventaja de su clara visión» que es capaz de adquirir la conciencia de clase del proletariado, conciencia y teoría revolucionaria que es «expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vívida» como apunta el Manifiesto.
Lo espontáneo, el instinto de clase, aparece como forma embrionaria de lo consciente, instinto que nos eleva hacia la autoconciencia de clase, a salir de la caverna y comprender «el movimiento histórico que se está desarrollando a la vista de todos». Esto pasa por entender que la teoría que explica la situación histórica del proletariado, que condensa sus intereses históricos y apunta hacia las tareas inmediatas para la conquista del poder, no se encuentra entre las sombras proyectadas por la ideología burguesa. Esta ha de encontrarse en las formas más desarrolladas de la conciencia que nos es propia, el socialismo científico enriquecido por más de un siglo de luchas proletarias a lo largo y ancho del planeta.
Sin embargo, es curioso como en los cursos de bachillerato o en la exposición popular del mito se suele obviar cómo continúa el diálogo: el reo, ahora consciente de la verdad de su cautiverio, siente compasión de los otros prisioneros y se encamina de vuelta a la caverna, nuevamente con la visión borrosa, ya no por la luz, sino por las tinieblas, mucho menos capaz de ver dentro de la caverna que sus antiguos compañeros. La clave del famoso mito de la caverna no es la revelación de la verdad filosófica, el ascenso teorético o la toma de conciencia; la clave es el segundo momento, el retorno. Estamos obligados a volver a la caverna a pesar de que los presos que se encuentran allí todavía sean escépticos a las visiones del que ha tomado conciencia.
No por haber más proletarios en la caverna, estos están necesariamente mejor preparados para su lucha de clases. Es por ello por lo que se debe reclamar la centralidad del elemento consciente y de la organización de los revolucionarios para superar la escisión que existe entre teoría y práctica, entre comunismo y movimiento obrero. A pesar de la pulsión espontánea del proletariado hacia el comunismo, a pesar de que haya individuos que espontáneamente logren liberarse, no se puede romper con el círculo de explotación sin la acción decidida de esos mismos elementos conscientes. No se logra conformar un movimiento revolucionario que haga aparición en la historia sin la acción decidida de los elementos conscientes en unión creciente con las masas obreras en un Partido y guiados por la teoría revolucionaria.
Sin embargo, esta misma disociación es la que encontramos hoy día a nuestro alrededor. Por un lado, el movimiento obrero sin socialismo, en el que los comunistas del presente acompañan a los obreros en sus tareas sindicales sin objetivos políticos propios, más allá de facilitar el cumplimiento de la lucha económica. Cuántos de nosotros hemos conocido a comunistas en frentes con un plan más desarrollado y pormenorizado para definir los objetivos parciales de un frente obrero o estudiantil, pero sin ningún plan general para el desarrollo político de la clase o definición de tareas estratégicas para el movimiento comunista. De este modo, los objetivos propios del movimiento comunista quedan postergados sine die y los obreros quedan confinados en un marco de luchas estrecho dada nuestra falta de altura de miras y capacidad de influencia. En el otro extremo abunda el socialismo desvinculado del movimiento obrero, bajo el cual las tareas estratégicas del movimiento comunista discurren al margen de cualquier contacto con el movimiento obrero, replegando el movimiento sobre sí mismo y postergando nuevamente sine die las tareas de vinculación con el movimiento obrero y desarrollo de línea de masas. De esta forma se pone el centro la figura del intelectual sobre la del dirigente político y donde una vez más la clase obrera es arrinconada al economicismo ante la abstención política del comunismo intelectual.
Regreso a la caverna: el papel de los comunistas.
La idea del dirigente político que se deduce de la República no recae ni en el encadenado que «no tiene a la vista en la vida la única meta» ni en el teórico contemplativo que se queda absorto en el estudio de los astros celestes «por no querer actuar». Los dirigentes políticos, tras haber alcanzado alto grado de conciencia, «deben estar dispuestos a descender junto a aquellos prisioneros, participar en sus trabajos y recompensas». Para Platón, esta es una obligación del filósofo que ha salido de las entrañas de un orden social que ha permitido la crianza de tales intelectuales. «Cada uno, a su turno, debéis descender hacia la morada común de los demás y habituaros a contemplar las tinieblas; pues, una vez habituados, veréis mil veces mejor las cosas de allí y conoceréis cada una de las imágenes y de qué son imágenes, ya que vosotros habréis visto antes la verdad».
Este es el desarrollo dialéctico de ida y vuelta del dirigente político, que no se queda reducido a un momento puramente teorético, sino que fundamentalmente aspira a la transformación práctica de la realidad. De este modo se pone el foco en la altura de miras que posee el dirigente a la hora de identificar en los problemas concretos, en esas imágenes distorsionadas, los problemas fundamentales y generales sistémicos. Así se alcanza una comprensión poliédrica y múltiplemente determinada de la realidad a partir de las necesidades objetivas de la lucha de clases, no axiomáticamente derivadas desde premisas filosóficas, sino ya enriquecidas de presente. Hagamos concreta la tradicional consigna de aprovechar las potenciales en cada ámbito de organización de nuestra clase, superando la actitud parroquial con la que actúan muchos comunistas que no pretenden acomodar la vista o el verbo a la realidad de la clase obrera, contentados con la brillantísima luz de la teoría pulcra y con las prédicas en latín de su credo.
El propio Lenin pareciera acompañarnos en la metáfora cavernaria cuando afirma que «los intelectuales socialdemócratas (…) “desciendan” a donde el trabajo es más duro, las condiciones más difíciles, mayor la necesidad de gente experta y conocedora, donde las fuentes de luz son menos y el pulso de la vida política más débil» como tarea fundamental en un momento en el que se aspira a aumentar los vínculos con la clase obrera. De esta forma, el Partido de vanguardia aparece como elemento que atiende a la unión de la conciencia socialdemócrata con el movimiento obrero, el cual posee una tendencia natural, instintiva hacia esa conciencia que le es suya, imprimiendo de este modo un carácter consciente a la lucha obrera gracias al dominio del marxismo y a su aplicación concreta. Es así como se forja la figura del Partido como encarnación de un vínculo en desarrollo y determinación mutua, expansivo y que aspira a la transformación objetiva y subjetiva de la situación de las clases trabajadoras con el proletariado al mando. O en palabras de Marx, «la coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria».
Evasión de la caverna, la intelectualidad comunista y la clase
Finalmente, el diálogo platónico apunta hacia vías de concreción de las tareas de los dirigentes políticos dentro del Estado justo, «quien investiga necesita un supervisor, sin el cual no podría descubrir mucho. (…) Pero si el Estado íntegro colabora en la supervisión guiándolos con la debida estima, aquellos se persuadirán». Platón aquí termina hilando filo, entendiendo que, en términos de Marx, «el educador debe ser educado» y que los comunistas también debemos no simplemente entregarnos a la dirección de la clase, sino que también debemos someternos a la disciplina y vigilancia revolucionarias de cara a cumplir nuestros propios objetivos.
Para Platón es una obligación que aquellos que han podido ascender en su nivel de conciencia se entreguen a su tarea política como única forma de asegurar «que unos a otros se presten los beneficios que cada uno sea capaz de prestar a la comunidad» semejante al principio comunista por antonomasia de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades. Sin embargo, el principio que obliga a tal entrega se debe a que ha sido toda la sociedad del Estado justo la que ha permitido la formación de tales dirigentes políticos.
En nuestra analogía, la vinculación y acción de los comunistas con capas crecientes de la clase obrera actúa a través del Partido de vanguardia, el cual reconcilia el ser y la conciencia de la clase sobre un plano superior, que permite elevar la capacidad teórico-político-organizativo de la clase. El educador termina siendo educado por las masas y toda la clase puede terminar elevándose a ese grado de conciencia que le pertenece. El militante comunista entonces no aparece determinado solo desde su elemento consciente-teorético, sino también desde la asunción de un determinado programa para la revolución, junto con su filiación a una de las organizaciones del Partido, y por ende, a la disciplina colectiva. Es en esta disciplina colectiva a través de la que la participación en la lucha de clases en las estructuras del destacamento de vanguardia de la clase, que la intelectualidad y los dirigentes comunistas son capaces de ejecutar sus tareas, vinculándose a la clase obrera no solo para apuntar a los objetivos finales, sino también para concretar su programa, no solo para aprender de la clase, sino también para dirigirla.
Finalmente, cabría preguntarse ¿quién libera al primer preso de la caverna? Es un acto de revelación religiosa o más interesante, quizá ha sido liberado por otro de los presos. En el fondo no es tan importante el momento inicial, sino la constatación presente de que aparecen dirigentes de la clase obrera con la obligación de liberar, llevar a la clase a su propia liberación, la misma clase que les ha permitido desarrollar su conciencia y que aspira a recuperarla. No importa la génesis de clase del marxismo (disociada y en paralelo al movimiento obrero) como doctrina, en tanto en cuanto ya se ha dado su desarrollo histórico concreto en los momentos en los que ha logrado vincularse al movimiento de la clase obrera. Esa misma historia que enfrentó las tareas reales de asumir la dirección política de la clase obrera, resolviendo en la práctica los problemas generales de la transformación social que ya saltaban a la vista incluso para un filósofo con fuertes tendencias aristocráticas como Platón. No podemos permitirnos volver a la caverna del socialismo pre-marxista para hundirnos en el pantano de la derrota histórica. Aprovechemos la atalaya histórica que nos permite ir a hombros del movimiento proletario internacional del último siglo que nos habilita a lanzarnos a la acción revolucionaria sin la necesidad repetir todos y cada uno de los rodeos y titubeos que fueron inevitables en sus primeros pasos históricos.
Liberemos la caverna, ese es nuestro deber, prendamos la llama que ha de alumbrar nuestro camino, aprovechemos la chispa que aún nos deja el pasado para apuntar hacia el futuro.
Manuel Cuevas, militante de Iniciativa Comunista