Una reflexión sobre el tema del que todo el mundo habla.
De aquellos polvos…
En el año 1977 el PCE de Santiago Carrillo renunciaba a la bandera republicana y colocaba la rojigualda en todos los actos del partido. Lejos de ser un mero simbolismo, se trataba de una muestra de apoyo y agradecimiento a la institución monárquica por su “visto bueno” a la legalización. Además, este gesto también estaba englobado dentro de una táctica electoral que no dio los frutos esperados. Tras los primeros fracasos en los comicios post-transición hubo varios intentos de rectificar la estrategia para mejorar los resultados. Una de estas “rectificaciones” fue recuperar la tricolor y el discurso republicano, todo para dar una apariencia de “radicalidad” y captar votos “a la izquierda del PSOE”. No se trataba de una estrategia nueva, pues el reformismo socialdemócrata siempre intenta aprovechar los estallidos espontáneos de la conciencia proletaria (aquí se nos viene a la cabeza aquella frase del Nega “si dejo el rap Izquierda Unida perderá un millón de votos”). Los ciclos siempre son iguales: se intenta generar una movilización social lo más amplia posible para luego decirle a las masas que lo que no se consigue en las calles se puede conseguir, al menos en parte, en las urnas. El reformismo más radical siempre intenta presentar la vía electoral como “una vía más”, un frente más de sus múltiples luchas. La realidad es bien distinta y se ha demostrado más de una vez que todas las “luchas populares” (feminismo, ecologismo, movimiento estudiantil, antifascismo, etc) se instrumentalizan para el objetivo principal del oportunismo: los votos. De manera más reciente lo hemos visto en la “recuperación del leninismo” por parte del PCE que no se tradujo en ningún cambio real, ni ideológico, ni organizativo (situación denunciada por una parte de su militancia que exigía el cumplimiento de los acuerdos del XX Congreso). Hemos visto cómo hasta el leninismo se puede agitar como un eslogan electoral, lo cual no es sorprendente teniendo en cuenta la creciente tendencia en el interés por los clásicos marxistas en la coyuntura de una crisis capitalista global.
…estos lodos
En el momento actual parece que toca agitar otra vez, o más fuerte, la bandera de la II República para rascar algún voto. La “fuga pactada” del viejo Borbón acorralado por los casos de corrupción (y, posiblemente, cansado de todos los jaleos políticos y familiares), así como los intentos del régimen español por blanquear la institución monárquica constituyen un escenario perfecto para que el oportunismo pueda decir su palabra. De hecho, sin esas voces oportunistas la imagen actual no quedaría completa (recordemos que la pata izquierda del régimen sigue siendo una “pata” y tiene su importancia para el status quo). El discurso principal de Podemos ante esta situación es pedir “un debate social” sobre la monarquía. Intentan “colar” en las altas esferas de administración un debate sobre la posibilidad de realizar un referéndum monarquía vs república, cosa prácticamente imposible en el marco legal actual (y para quién no lo crea, le invitamos a consultar el artículo 168 de la CE). Sin embargo, hay quienes ya están haciendo campaña por la III República en RRSS. Es decir, lo más “radical” que nos ofrece el reformismo actual es un referéndum que seguramente no se va a poder llevar a cabo, pero siempre quedará aquello de “lo hemos intentado”. Dicho queda, que como siempre van por detrás de las masas, ya que recordamos perfectamente la iniciativa popular de organizar referéndums en algunos barrios obreros como Vallecas.
No obstante, al césar lo que es del césar, las cabezas pensantes del reformismo “no son ingenuas sobre la actual correlación de fuerzas” (en palabras de Pablo Iglesias). Son conscientes de que no existe en el Estado español un movimiento republicano suficiente que les permitiera dar un golpe sobre alguna mesa del Congreso de los Diputados o de la Moncloa. Ni siquiera existe unidad ideológica en el MCEe en torno a la cuestión de la república. Así que, por nuestra parte, también somos conscientes de que sin esta premisa, sin la unidad ideológica, las y los comunistas tampoco podemos construir un movimiento republicano revolucionario sólido y con posibilidad de vencer. Ni puede haber ningún proceso revolucionario si nuestra clase no dispone de su “estado mayor” que es el Partido Comunista. Sin embargo, en la tesitura actual sí debemos señalar la inutilidad para los objetivos revolucionarios de los llamamientos a la movilización para pedir la república. Debemos ser realistas y analizar nuestra realidad concreta. Por poner un ejemplo, en Murcia hace años que no se “movilizan por la república” más de un centenar de personas en las concentraciones convocadas cada 14 de abril, preparadas y organizadas de antemano. La movilización más grande fue espontánea y se dio con motivo de la abdicación de Juan Carlos I aquel no tan lejano año 2014. ¿En qué quedó aquello? ¿Dónde está el resultado de una manifestación que reunió a miles de personas bajo las banderas tricolor?
La pequeña burguesía demócrata
¿De dónde proviene el incesante interés por el establecimiento de una III República por parte de aquellas fuerzas que, aunque en la práctica están integradas en las dinámicas del Estado, en la teoría y en las RRSS se intentan vender como la vanguardia revolucionaria? Recientemente hemos podido ver como las juventudes de IU y el PCE, a priori como los elementos más radicales de sus respectivos partidos (nos engañaríamos si los denominásemos revolucionarios), han comenzado una ferviente lucha ideológica por la hegemonía del proceso político que debe llevar a España a su III República. Sin embargo, a la hora de la verdad hemos podido contemplar un comunicado público donde el conjunto de todas las juventudes del espectro amplio de la izquierda institucional (a falta de las JSE, pero tiempo a tiempo) se ponía de acuerdo sobre el modelo de República y en cómo construirla. Por supuesto, en ningún momento se han cuestionado el papel del Estado y mucho menos del modelo productivo. En dicho comunicado se apelaba al pueblo, a ese concepto que viene a representar a una masa heterogénea y esencialmente interclasista. Los populistas hablan mucho de “construir pueblo”, de “redefinir pueblo”, en definitiva, de reinventar el concepto en cuestión como si fuera una idea abstracta y no una realidad material dada o un sujeto concreto. Más que por rigor científico lo hacen en pos de rehuir el vocabulario marxista, ya que éste suena a totalitarismo y ellos quieren ser demócratas (ya que en su imaginario sólo así pueden conseguir votos). A nosotras, por el contrario, no nos da miedo utilizar la terminología de la ideología del proletariado, así que nos remitimos a Karl Marx y su obra El 18 de Brumario de Luis Bonaparte: “…el demócrata, como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la que los intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por encima del antagonismo de clases en general. Los demócratas reconocen que tienen enfrente a una clase privilegiada, por ello, con todo el resto de la nación que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las oposiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder ser impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo indivisible en varios campos enemigos, o el ejército, demasiado embrutecido y cegado para ver en los fines puros de la democracia lo mejor para él, o bien ha fracasado por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que ha malogrado la partida por esta vez. En todo caso, el demócrata sale de la derrota más ignominiosa tan inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción readquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él mismo y su partido tienen que abandonar la vieja posición, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con él.” Es una cita extensa, pero muy esclarecedora.
Entendemos que una parte de las organizaciones firmantes de este manifiesto se guían por una vulgar táctica basada en el apoyo de otras fuerzas del régimen con un objetivo común para conseguir un mayor apoyo de las masas de cara a facilitar el proceso para lograr esa tan deseada República burguesa como paso previo para la lucha por el socialismo. Esta preposición disfrazada de proceso revolucionario es cuanto más falsa y reaccionaria. El Estado español es un país imperialista de segundo orden cuyo modelo productivo está desarrollado y poco tiende a diferenciarse de sus vecinos europeos. El establecimiento de una República burguesa no significaría un cambio en la correlación de fuerzas entre la clase dominante y la oprimida, en todo caso, sufriría una suerte de lavado de cara y falsa democratización del Estado. Volviendo a El 18 de Brumario..: “El carácter peculiar de la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía. Por mucho que difieran las medidas propuestas para alcanzar este fin, por mucho que se adorne con concepciones más o menos revolucionarias, el contenido es siempre el mismo. Este contenido es la transformación de la sociedad por vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía”. Además, la historia nos demuestra que la oligarquía española es incapaz de asumir la realización de algunos derechos democrático-burgueses como podrían ser la separación de la Iglesia y el Estado, reforma agraria en Andalucía y Extremadura, la autodeterminación, etc. Esto significa que ninguna de estas transformaciones puede darse en un «paso intermedio», por lo que únicamente podrán abordarse en un proceso revolucionario. Sólo las comunistas podremos darle solución a estos problemas heredados de la vieja sociedad y éste tiene que ser el pretexto para que otras clases sociales se unan al proletariado y se interesen por la revolución socialista. Dicho de otra forma, lo que tenemos hoy en día son intentos de subirse al carro de la pequeña burguesía para conseguir cambios que nunca van a llegar en el marco actual del Estado español. A lo que tenemos que aspirar, por el contrario, es a (re)constituir el sujeto político independiente de la clase obrera con un programa revolucionario, capaz de aliar a otros sectores de la sociedad sin ceder su hegemonía en el futuro movimiento revolucionario, ni perder su papel dominante dentro del mismo.
“La palabra maldita”, algunos errores y desviaciones
Si hablamos de la lucha por la república, nosotras como comunistas, tenemos derecho (y deber) a preguntar ¿qué república y para qué clase? Las propuestas de la izquierda institucional hablan cada vez menos de una “república popular” y cada vez más de una “república plurinacional”. El “plurinacionalismo” (algo con lo que tontea hasta el PSOE) no es otra cosa que una concesión a la pequeña burguesía de las naciones oprimidas. El interés de esos sectores de la burguesía no pasa por la independencia y la constitución de estados-nación soberanos, sino por ocupar una mejor posición dentro del imperialista Estado español. Prueba de ello son mil y un pactos de los partidos del nacionalismo pequeño-burgués con el gobierno español (independientemente de quien lo liderara). Eso sí, agitando mucho las banderas para obtener un trozo de pastel más grande. El pequeño burgués (sea español, catalán, vasco, gallego…) teme a los monopolios y oligopolios multinacionales, a la gran burguesía nacional y al proletariado explotado. En el contexto global de la lucha de clases, el Estado español es un campo de batalla delimitado en el cual la Unión Europea actúa de árbitro y juez. Lo que tiene que ver todo esto con la república es que por mucho que se cambie la forma de ese campo de batalla, no dejará de ser lo que es, un campo de batalla. No desaparecerá el juez, no desaparecerá la opresión, no desaparecerán las contradicciones de clase.
Otro error muy frecuente es presentar la corrupción como el quid de la cuestión, como el motivo principal para “cambiar las cosas” y “abrir debates sociales”. Podemos entender que la intención detrás de estos discursos es asestar un golpe en lo que se percibe como el talón de Aquiles de la institución monárquica, aquello que los reformistas consideran como la causa principal de la indignación popular y por eso lo utilizan para su populismo. La problemática aquí subyace en que denunciar la monarquía por corrupta y no por monarquía (no por la esencia de su naturaleza como institución) se asemeja demasiado a denunciar el capitalismo por corrupto y no por capitalismo (inevitablemente se nos vienen a la cabeza los discursos en torno al “capitalismo de amiguetes”, “capitalismo de rostro humano”, etc). Todo esto no es más que manifestaciones del deseo pequeñoburgués de volver a las reglas del juego del capitalismo librecambista. Es decir, de resucitar aquel capitalismo en su fase más viva, aún con tintes progresistas y con un capital que venía al mundo “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” (K.Marx, El Capital). Pero como somos comunistas y no cristianos, pues no creemos en resurrecciones.
En la misma línea, como comunistas no le tenemos miedo a la palabra “revolución” y no la omitimos según en qué contexto para no “asustar a las masas”. Las masas no le temen a la revolución, quien le teme son los reformistas y por eso intentan no mencionarla “demasiado” a menudo. Lo curioso aquí es que una de las ideas que se repite mucho en el movimiento feminista es aquella de “lo que no se nombra, no existe”, recalcando la importancia de visibilizar conceptos y sujetos invisibilizados. La mayoría de los oportunistas conocen ésta máxima y la aplauden, así que cabría preguntarles por qué insisten en invisibilizar la revolución proletaria, omitiéndola siempre que se pueda en sus discursos públicos como si de una palabra maldita se tratara, como si temieran invocarla en vano.
Ante la posible lluvia de acusaciones de izquierdismo, empleando el viejo argumentario aprendido de memoria, vamos a analizar otra cuestión del ámbito de táctica y estrategia. Podemos coincidir en que el estado no se puede abolir “a lo loco”, pero si queremos seguir siendo revolucionarias no podemos extraer como conclusión de ésta premisa que hay que seguir ahondando en contradicciones para acumular cambios cualitativos, de emplear tácticas de sabotaje “desde dentro del estado”, etc. Muchas organizaciones que se autodenominan marxistas coinciden con nosotras (al menos según lo que pone en sus estatutos y análisis políticos) que no hay ninguna revolución democrática pendiente en el Estado Español (ni siquiera de carácter nacional y aquí sentimos frustrar las esperanzas de los aduladores de las pequeñas burguesías de las naciones oprimidas). No estamos en el siglo XVIII en cuanto al grado de desarrollo de las fuerzas productivas en el Estado Español. Entonces, si estamos de acuerdo, no tiene sentido seguir acumulando cambios cuantitativos, pues ya hay suficientes para dar el salto cualitativo que no es otro que la revolución socialista (en la que el derecho a la autodeterminación sea irrenunciable, pero no un objetivo en sí mismo). Así que la teoría acerca de la república como paso previo al socialismo no puede ser otra cosa que una desviación.
Nuestro llamamiento
No renunciamos a la lucha por la república, ni renunciamos a la herencia de anteriores generaciones de comunistas que dieron sus vidas por defender la Segunda. No obstante, consideramos que la mejor manera de honrarlas es continuar con sus (nuestras) tareas revolucionarias. Precisamente el hecho de no renunciar a la revolución es lo que nos lleva a analizar críticamente todas las manifestaciones de la lucha de clases en la actualidad. Tenemos que declarar que no es lo mismo agitar la tricolor para buscar votos, buscar nueva afiliación y seguir sin educar(nos) de manera rigurosa sobre la problemática del republicanismo actual, reproduciendo discursos pequeñoburgueses y sirviendo a los intereses del capital; que hacer todo lo contrario, es decir, entender que la lucha por la revolución debe ser la lucha por la República y viceversa. Para ello hace falta el Partido Comunista, inexistente a día de hoy en el Estado Español, que lleve a las masas obreras a luchar por la abolición del estado y la construcción del comunismo.
Al fin y al cabo, de lo que se trata esto es de una especie de llamamiento a no perder más tiempo en posicionarse con un sector u otro de la burguesía. En las batallas internas de la clase burguesa, lideradas por una u otra facción de explotadores, el proletariado jamás puede salir victorioso. Si aplicamos la dialéctica, cuando el bando “débil” de la burguesía vence al bando “fuerte”, el primero deja de ser el “débil” para convertirse en el “fuerte”. Cambiarían las caras, pero no la esencia de la opresión. Ninguna Khaleesi burguesa puede “romper la rueda” de la dominación (por mucho que lo prometa con rostro épico). Esperar que la burguesía en general como clase tenga piedad con el proletariado es, en el mejor de los casos, una muestra de ingenuidad; en el peor, una muestra de actitud contrarrevolucionaria. Basta ya de depositar confianza en “otros” y depositémosla en nosotras mismas, en nuestra clase revolucionaria.
Unidad ideológica de la vanguardia marxista-leninista Revitalización del movimiento obrero Reconstitución del Partido Comunista Revolución Socialista