Lucha por la emancipación de las mujeres en el MCEE

2019-09-30T18:56:39+02:0012 de marzo, 2015|Documentos|

Introducción

La lucha por la emancipación de la mujer es una cuestión que está adquiriendo cada vez más fuerza dentro de las luchas populares, tanto a través de los diferentes espacios y movimientos político-sociales, como dentro del propio Movimiento Comunista del Estado español, hasta el punto de convertirse, dentro de éste último, en una fuerte línea de demarcación que las propias mujeres comunistas han venido a configurar a través de una lucha que a menudo ha puesto de manifiesto una gran incoherencia entre la teoría y la práctica dentro de las propias organizaciones.

Esta lucha de líneas que se da a nivel general en el movimiento comunista es una de las razones que empujan a Iniciativa Comunista a escribir este documento. Pero también lo son las propias experiencias vividas dentro de nuestra organización, donde todas esas contradicciones han salido a relucir y se ha puesto de manifiesto, una vez más, que es cuando se concretizan las abstracciones sobre la no tolerancia ante agresiones machistas y estas se dan de puertas para adentro cuando la lucha de líneas salta de la manera más feroz.

Este documento es, por tanto, no sólo fruto de un modesto análisis sobre la cuestión de género en el movimiento comunista general en el Estado español, sino el resultado de un proceso de autocrítica y rectificación al que aún le queda mucho por delante en el seno de todas las organizaciones revolucionarias.

Iniciativa Comunista pretende con este documento, dentro de nuestras posibilidades, comenzar a aportar su grano de arena a la tarea del desarrollo de la praxis de la lucha por la emancipación de la mujer desde la óptica del socialismo científico, ya que consideramos que es una tarea que nos corresponde en tanto que marxistas-leninistas y mujeres de la clase obrera, pues no queremos que nuestra lucha por el fin de todas las opresiones y nuestro compromiso con el análisis se queden en unas cuantas palabras plasmadas sobre un papel.

Debates sobre cuestión antipatriarcal dentro del MCEE

Son muchas las cuestiones que crean divisiones en el seno del movimiento revolucionario. Algunas de ellas pueden partir de contradicciones resolubles, pero aquellas que marcan la diferencia son las que se refieren a cuestiones de principios, pues como sabemos y defendemos, los principios no son negociables. La cuestión de la emancipación de las mujeres crea en el seno del movimiento revolucionario una lucha de líneas entre quienes lo posicionan como una cuestión de principios y quienes relegan ésta a un segundo plano o, incluso, reniegan de la misma.

La intención de este documento no es tanto la de exponer la postura de nuestra organización sobre el feminismo, ya que ésta puede encontrarse en los documentos del IV Congreso, sino la de confrontar con algunas de las líneas o posicionamientos que se dan acerca de esta lucha dentro de las propias filas del MCEE.

Sobre la relegación del feminismo al socialismo

Uno de los posicionamientos clásicos que se han escuchado y pueden escucharse aún desde algunas visiones dentro del MCEE es aquel que asegura que la cuestión patriarcal se solucionará con la conquista del socialismo, ya sea para justificar su nula praxis y concienciación sobre el tema, ya porque consideren cierta esta afirmación.

Estas posturas tienden a sustituir la dialéctica por el mecanicismo cayendo en un etapismo que viene a negar toda relación entre la base y la superestructura y la importancia de ello reduciendo directa y totalmente a la base material el análisis de las contradicciones. No hay cuestión ideológica ni social que se resuelva totalmente ni “per sé” con la conquista del socialismo, pues si esto fuese así la dictadura del proletariado y su labor serían innecesarias. Así, consideramos que a nadie dentro del marxismo-leninismo se le ocurriría defender que la clase burguesa y toda su ideología desaparecen de un plumazo con la conquista obrera de los medios de producción, pero encontramos que a menudo la cuestión de género no es analizada del mismo modo dentro de nuestras propias filas.

Pese a que esta postura ya ha sido desechada desde el propio feminismo socialista, siendo residual su defensa, sí pervive un posicionamiento derivado del anterior y que consiste en relegar la lucha por la liberación de la mujer a la conquista del socialismo. Esta se “diferencia” de la anterior en que no asegura que se acabará el patriarcado con el socialismo, pero sí que hasta la llegada de ese momento no es una cuestión prioritaria y, por tanto, no es necesaria la praxis en torno a este tema. Nos encontramos pues que esta idea está impregnada de ideología del sujeto privilegiado de la ecuación que nos atañe, que no es quien sufre las opresiones derivadas de dicha contradicción y por lo tanto no es sujeto de las diferentes violencias que sufren las mujeres por el hecho de serlo y que tienen su base en todo un sistema de creencias sociales levantadas en torno al patriarcado. Por ello, entendemos que no es el sujeto privilegiado de una contradicción quien tiene la potestad de decidir si el sujeto del que es opresor debe o no luchar por su emancipación ni cuándo.

Si bien esto seguramente no se diría abiertamente, la práctica de esta postura se traduce en la tolerancia a actitudes machistas dentro de las propias organizaciones, dado que al seguir en el modo de producción capitalista no se ve necesario analizarlas en profundidad y por tanto, es imposible siquiera detectarlas salvo que sean flagrantes. Y aunque determinadas violencias se identificasen, la falta de trabajo de asunción de ideas antipatriarcales hace que se minimicen y se actúe con la base de la ideología dominante en este sentido, que tiende automáticamente a culpar a las mujeres o las tilda de “cuestiones personales”, ignorando todo el entramado estructural que rodea a las violencias relacionadas con el género.

Esta situación deriva irremediablemente en que sólo aquellas mujeres que naturalicen su opresión o no se quejen ni alcen la voz contra ella podrán militar junto a sus “camaradas” varones, faltando no sólo a los principios feministas sino a la propia camaradería. Nosotras nos preguntamos ¿qué clase de militancia estarían, por tanto, ejerciendo? ¿Cuánto tienen que callarse para poder ponerse a la cabeza de un movimiento que también es el suyo? ¿Cuánto más que sus compañeros varones tienen que demostrar y aguantar para poder luchar contra aquello que les oprime el doble que a quienes les mandan callar?

Hay quienes a pesar de no trabajar el feminismo, con la seriedad de análisis que este merece y necesita, dicen ser feministas y sostienen idealista o interesadamente saber identificar el machismo y no tolerarlo. Afirmar que se saben identificar cuestiones sobre las que no se trabaja y estudia de forma continuada es, de nuevo, ningunear esas cuestiones ya que, como sabemos, toda cuestión que no se analice científicamente y que no se refute y mejore con la práctica no puede sino derivar en tesis erróneas.

De nuevo observamos cómo la cuestión de la mujer es ninguneada como opresión estructural. Donde sería impensable escuchar tesis que sostengan relegar la lucha contra el racismo al socialismo, sí encontramos esto dentro de las filas que dicen defender la lucha por el fin de toda opresión, negando la esencia de la dialéctica y la interrelación de unas luchas con otras, tratando de dividirlas en departamentos estancos obviando absolutamente su complejidad y la totalidad a la que pertenecen.

Es pues de un etapismo estricto pretender postular que una organización que mantiene esta postura de no trabajar y analizar la cuestión antipatriarcal como una cuestión de principios y necesaria hoy en día puede ser vanguardia en esta lucha el día de mañana, al llegar del socialismo, pues su praxis estará impregnadas de ideología patriarcal. Una ideología que oprime a la mitad de la clase a la que dice querer liberar de toda opresión mientras le está pide que no lucha contra ella y que espere pacientemente como el reformismo pide a la clase obrera que se espere a la revolución con el cartel permanente de “a esto ya llegaremos mañana”. Esto no puede más que apartar de nuestras filas a aquellas mujeres concienciadas de su doble opresión, que están llamadas a ser vanguardia de la lucha por su emancipación.

Sobre el patriarcado como sistema de opresión

En relación con el análisis que lleva a las posturas anteriores surgen, dentro del movimiento revolucionario, posturas que aseguran que el feminismo divide a la clase obrera en el sentido de acusar al feminismo de sustituir la lucha de clases por la lucha de “hombres contra mujeres”. De ninguna manera busca el feminismo llevar a cabo una lucha de “hombres contra mujeres”, pues de esta división es responsable precisamente el patriarcado y toda la superestructura machista que de éste deriva. Y sólo una visión metafísica impregnada de ideología patriarcal podría llevar a semejantes conclusiones que, nada casualmente, sólo refuerzan el mantenimiento del orden establecido, condenando, explícita o implícitamente, la lucha contra este sistema de opresión.

Es precisamente el patriarcado, y las condiciones socio-ideológicas que nacen de él, el que genera una división en torno al género, donde la medida de todas las cosas es la figura del hombre y el rol asignado a éste que le dota de toda una suerte de privilegios estructurales con respecto a las mujeres, que somos relegadas a asumir un roll en el cual somos oprimidas constantemente, obligadas a naturalizarlo y martirizadas por combatirlo. Es sin embargo el feminismo el que, basado en la concepción del patriarcado como sistema de opresión, pretende mover la barricada para situar la contradicción entre ser feminista o ser machista, entre estar a favor de la lucha contra esta opresión o no estarlo. De esta misma forma que la lucha contra el racismo pretende acabar con una división basada en el color de la piel para crear una lucha que, basada en un análisis materialista, sitúa el antagonismo en torno a ser racista o no serlo.

Es el análisis de la estructuralidad de esta opresión el que pone de manifiesto la absoluta unidad dialéctica de lucha contra el patriarcado y lucha contra el capitalismo, pues es este análisis el que comprende todo el entramado levantado desde la base de la división social del trabajo basada en el sexo y nacida con la propiedad privada de los instrumentos de trabajo, naturalizada y justificada por el sistema de creencias que aún hoy es completamente dominante en la sociedad. Quienes, incluso sin decir abiertamente que niegan la estructuralidad de esta cuestión, sostienen que el feminismo genera una lucha entre “hombres y mujeres” apoyan implícitamente esa propia lucha de la que acusan al feminismo, pues es esa la división que ya sostiene la ideología dominante capitalista y patriarcal.

No faltan quienes partiendo del relativismo utilizan posturas de mujeres que niegan estar oprimidas para asegurar que la opresión de género no existe, obviando todas las cuestiones que llevan a las y los oprimidas/os a asumir sus propias opresiones, naturalizadas a base de imposición del pensamiento de la clase en el poder, que además nos enseña a no saber siquiera identificarlas, menos aún en las conductas relacionadas con la violencia de género a la que tan poca atención se le ha prestado. Tampoco aquí persona alguna que se diga comunista aseguraría que no existe opresión de clase porque gran parte de la clase obrera no tenga conciencia de ella.

De la negación de la estructuralidad del patriarcado como sistema de opresión nacen también argumentaciones que tienden a afirmar que no se es machista por el hecho de declararse feminista o comunista, o por tener más o menos formación sobre el tema.

No hay quien pueda afirmar desde la base del marxismo que carece de pensamientos o actitudes pequeñoburguesas por más formación marxista que diga tener o tenga, pues sería negar una vez más la relación científica entre base y superestructura, esto es: negar el entramado estructural que genera todo un sistema de creencias y valores sociales en torno a una ideología dominante.

Estas ideas que parten de la base de negar el carácter estructural de la opresión patriarcal relegan su desaparición a una suerte de relativismos y subjetivismos más propios del pensamiento posmoderno. Insistimos en que la eliminación de los sistemas estructurales de opresión no reside en actitudes individuales, pues hay todo un entramado que nos obliga a vivir en una realidad que sigue manteniendo privilegios para unos y opresiones para otras. No puede sino nacer del idealismo filosófico tal afirmación que utiliza el subjetivismo para afirmar que es la conciencia la que determina el ser social, y no viceversa.

Por esta misma razón le son totalmente ajenas al marxismo aquellas voces que sostienen que ya no existe machismo o que éste es residual basándose tanto en los subjetivismos como en los avances formales a nivel social o legislativo, postura que además es profundamente “primermundista”. Sólo la influencia de la ideología dominante podría hacernos afirmar que un contrato de trabajo es una acción consentida libremente por ambas partes basándose en la legalidad burguesa formal, obviando toda la correlación de fuerzas en que el sistema de dominación burgués sitúa a cada cual. De la misma forma se estructuran las relaciones entre hombres y mujeres, impregnadas de una correlación de fuerzas desigual tanto en la superestructura como en la base, por más que el hombre en cuestión se diga feminista y por más que la legalidad burguesa o las convenciones sociales en determinadas cuestiones nieguen una y otra vez esa desigualdad.

Sobre la relación dialéctica entre género y clase

Otra de las posiciones que encontramos entre destacamentos o personas que se declaran comunistas es aquella que se empeña en tachar al feminismo de posición “pequeñoburguesa”. Nosotras y nosotros renegamos categóricamente de esta afirmación que, increíblemente, hay quien abandera desde el marxismo-leninismo. Nos preguntamos entonces, ¿qué es para estas personas el comunismo? ¿Acaso no liberar a más la mitad de la clase obrera de un tipo de opresión estructural es emancipar a la humanidad de toda opresión? Y, más aún, ¿pretenden conservar o ningunear una opresión que precisamente nace de la propiedad privada de los instrumentos de trabajo y que hoy supone un pilar económico fundamental del capitalismo que por un lado minusvalora la fuerza de trabajo de las mujeres para extraer mayor plusvalor y por otro las confina a realizar los trabajos de cuidados de forma gratuita para su propio beneficio? Curiosa lucha contra las opresiones y el capital aquella que quieren desarrollar quienes sostienen esta afirmación.

Consideramos que la actitud pequeñoburguesa es precisamente aquella que defiende semejante tesis pues, al igual que el pensamiento pequeñoburgués, parte de la base de querer mantener ciertos privilegios derivados de la opresión sobre otras personas. Y por supuesto, más fácil es aún defender estas posturas cuando no se es sujeto oprimido de la contradicción en cuestión. Estos argumentos suelen defenderse desde un reduccionismo basado en la premisa de un tal feminismo que no entiende de matices, tipos ni líneas ideológicas. Como si hubiese un feminismo en abstracto desligado de todo lo demás y que se defendiese desde una misma postura cerrada. Esto es tan absurdo como hacer una afirmación categórica sobre “la izquierda” o, incluso, sobre “el comunismo” sin tener en cuenta la infinidad de matices y diferentes causalidades que rodean a toda forma de lucha ideológica, negando la esencia misma del estudio dialéctico de las contradicciones. 

La lucha por la emancipación de las mujeres se supone el objetivo común del feminismo y de aquellas personas que declaran defenderlo, como la lucha por acabar con el capitalismo lo es para toda persona que se declara “anticapitalista”. Pero donde a nadie dentro del movimiento revolucionario se le ocurriría meter a todo el “anticapitalismo” en el mismo saco, sí hay a quien se le ocurre, curiosamente, hacerlo con el feminismo, tachándolo en genérico de “pequeñoburgués” –cuando no directamente de “reaccionario”-, poniendo de manifiesto la existencia de una lucha de líneas en torno a este tema que no puede partir sino de un prejuicio hacia todo aquello que suene a liberar a las mujeres de su opresión con respecto al sistema patriarcal, quizá por miedo a cuestionar sus actitudes y perder sus privilegios, quizá porque al tener esos privilegios les es fácil eludir el estudio de esta cuestión. 

Estas tesis suelen estar relacionadas con la cuestión de la unión dialéctica entre género y clase. Es evidente que el género y la clase están indisociablemente unidos, sea cuales fueren éstos, pero sin embargo encontramos una gran confusión en este sentido en infinidad de debates y posicionamientos. El feminismo implica, como no puede ser de otra manera, la lucha por la liberación de todas las mujeres, sean de la clase que sean, en cuanto a su opresión de género, de la exacta misma manera que luchamos –por ejemplo- contra toda discriminación racial, sea cual fuere la clase a la que pertenezca la persona oprimida en este sentido. Esto no implica, como algunas personas quieren hacer ver en su afán por enfrentarse a esta forma de lucha emancipadora, que se defienda a la mujer burguesa en tanto que burguesa, pues la burguesía es la clase que nos oprime pero lo es más allá del género, orientación sexual, color de piel o de cualquier otra opresión estructural existente al margen de la primera.

La lucha contra la opresión de las mujeres implica, para el feminismo socialista o de clase, la lucha contra la propiedad privada de los medios de producción que sustenta económicamente esa opresión. Es por esto que el fin último de los feminismos que puedan defender sectores de la burguesía y pequeña burguesía difiere radical e irreconciliablemente del fin del feminismo de clase, dialécticamente unido a sus métodos de lucha. Esto no implica que sea inevitable que en multitud de luchas parciales se beneficie en algunos aspectos a las mujeres burguesas, en tanto que mujeres; pero ninguna mujer de la burguesía luchará por el fin del capitalismo, lucha que el feminismo de clase lleva dialécticamente asociada.

Un ejemplo podría ser la cuestión del aborto, prohibición que sin duda tiene un alto contenido de clase, pero no por ello deja de ser un ataque sobre los derechos de las mujeres por el hecho de serlo. Mientras los sectores de la burguesía pueden luchar por el aborto “libre”, es decir, por no legislar en contra del derecho al aborto; el feminismo de clase no sólo se negará a esta legislación sino que tendrá claro que jamás será libre de forma efectiva, y no meramente formal, mientras no sea gratuito y, por tanto, su lucha estará unida a la lucha por la sanidad pública y, en general, contra toda la base económica que priva de derechos a su clase, en contra de los intereses de la burguesía. Es esta la clave de la doble opresión. Es esta la fractura real de esa lucha, la que atiende a la cuestión de clase, pues de ninguna manera las mujeres obreras vamos a rechazar luchar contra la prohibición tipificada de abortar por mucho que esa lucha pueda beneficiar de alguna forma a las mujeres burguesas. De ninguna forma las mujeres obreras vamos a plantearnos dejar de luchar contra las violaciones porque las mujeres burguesas también las sufran. Defender esto sería una aberración y, desde luego, el feminismo de clase deberá luchar contra estas y todas las formas de violencia contra las mujeres por el hecho de serlo con independencia de la clase social a la que se pertenezcan. No es, por tanto, la cuestión de derechos en tanto que mujeres la que fractura al feminismo, sino que es la cuestión de clase la que lo hace. Esa es la línea divisoria que separa y separará las luchas por la liberación de las mujeres, es la contradicción irresoluble. Por ello la única forma de acabar con esta contradicción es el fin de las clases sociales llevado a cabo por la clase trabajadora, por cualquier medio, a través de la revolución socialista. La violencia de género no es violencia revolucionaria.

El MCEE y las tareas sobre la emancipación de las mujeres

El desarrollo de la praxis: una tarea histórica

Entendemos que para la dialéctica “no hay nada definitivo, absoluto, sagrado” porque la dialéctica en sí implica que nada permanece como está, que todo es cambiante puesto que está en constante movimiento. Esto es un principio innegable de la dialéctica, de esa herramienta que decimos usar para analizar la realidad. Sin embargo nos encontramos con que, en muchas ocasiones, mientras el mundo avanza nuestros análisis se mantienen estáticos.

Decimos ser conscientes de que no es marxismo, sino mecanicismo, tratar de aplicar tal cual análisis pasados a una situación diferente cuya concreción no ha sido analizada ni tenido en cuenta para su aplicación. Sin embargo, en la cuestión de género esto sucede no sólo para justificar el nulo avance respecto al análisis de esta contradicción, negando los cambios autodinámicos del propio desarrollo histórico, sino para justificar que no hay necesidad de hacerlo, lo que lleva a su vez a la justificación de la existencia, perpetuación y reproducción de las actitudes opresoras en torno a la misma.

Pero la historia no se mueve hacia atrás y mucho menos permanece inmóvil. Quienes niegan esto, ya sea abiertamente ya sea de facto, siempre han pretendido mantener como dominante esa lógica para explicar y justificar la existencia de privilegios estructurales y sus consecuentes opresiones, negando la lógica del desarrollo histórico de extinción de lo viejo y fortalecimiento de lo nuevo. La negación simple, en contra de la negación de la negación, es la forma de justificar como natural el orden socialmente establecido y de mantener en sumisión a quienes están oprimidas/os por él, apelando a la inamovilidad del estado de cosas. Es la tendencia reaccionaria al cambio que desarrollan y sostienen quienes se ven amenazados por ese desarrollo y las luchas de liberación que del mismo derivan.

La ciencia no es un dogma, por lo que no lo es ni puede ser jamás el socialismo científico. Es por ello que debemos usarlo como herramienta para llevar a cabo un análisis de la realidad, en toda su complejidad, que nos lleve a la superación dialéctica de los errores o la falta de desarrollo que existe en torno a todas las opresiones estructurales atendiendo al cambio constante de la realidad y su desarrollo lógico-histórico.

La ciencia marxista ha sido históricamente desligada de la cuestión de género dentro de las filas del movimiento obrero, negando o relegando la necesidad de la continuación del desarrollo de una praxis que trate de acabar con esta opresión, justificando la pasividad ante ella y protegiendo así todos los privilegios que los hombres de nuestra clase obtienen de dicha contradicción. Y como ha sucedido con las manipulaciones del marxismo en muchas cuestiones a lo largo de la historia, se ha tratado de ningunear la cuestión de género apelando al propio marxismo.

Pretender que el hecho de que la base del desarrollo lógico-histórico sea la lucha de clases como motor justifique la pasividad o la negación simple del desarrollo del resto de luchas que se dan en la complejidad de la realidad y las diferentes opresiones infraestructurales y superestructurales que existen en la realidad social y material es, cuanto menos, un reduccionismo absoluto del marxismo, si no una burda caricatura del mismo.

Nuestro compromiso como comunistas con el análisis concreto de la situación concreta necesario para avanzar y transformar la realidad, nos colocan en el punto de mira. Es nuestro deber estar a la altura de las circunstancias y llevar a la praxis aquello que sobre el papel no paramos de repetir querer y deber hacer. Defendemos, por tanto, que es tarea esencial de las organizaciones y destacamentos comunistas retomar la tarea superadora del marxismo en cuanto a la contradicción de género.

Es nuestra tarea tomar las experiencias de las luchas feministas para analizarlas y devolverlas a la práctica enriquecida por lo aprendido y desarrollado. No es nuestra tarea condenarlas, sino todo lo contrario, como nunca fue nuestra tarea condenar la Comuna de París o las luchas espontáneas de las masas, sino extraer de ellas lecciones necesarias de tal forma que nuestro conocimiento aumente, de tal forma que nuestro análisis no esté desprendido del avance dialéctico de la propia realidad.

Para poder realizar esto de forma correcta el movimiento comunista debe asumir la necesidad de esta lucha y el reconocimiento de las mujeres como dirigentes de la misma, por ser el sujeto político que sufre la contradicción principal del patriarcado. Cuando, en el seno del movimiento comunista el feminismo encuentra una feroz lucha de líneas, encabezada normalmente por los hombres, hacen que para las mujeres militante se coloque como contradicción principal el papel de imbuir conciencia feminista en el movimiento revolucionario. Pues hasta que no sea reconocida esta lucha en el seno del movimiento en el que trabajamos, hasta que nuestros espacios no estén libres de agresiones, hasta que no exista una práctica coherente respecto a la misma en nuestras propias filas, jamás podremos seguir avanzando en el desarrollo correcto de esta lucha que debemos empezar prácticamente desde los cimientos.

Así sucede con quienes, dentro del MCEE, apenas habiendo gastado fuerzas en atacar al machismo o combatirlo en sí mismos, lideran campañas de crítica constante a todo lo relacionado con el feminismo tachándolo bien de “pequeñoburgués”, bien de “reaccionario” o similares. Encontramos entonces que, ante la imposibilidad de decir abiertamente que no asumen el feminismo, se tiende a menudo a usar términos como “feminismo radical” – de forma arbitraria y no como corriente- o “feminazi”, tratando así de crear una división entre un “feminismo bueno” y un “feminismo malo”. Es decir, se pretende crear una fractura entre un feminismo tolerable para el patriarcado y quienes se benefician de él y uno que al sujeto privilegiado y al sistema que le otorga esos privilegios no le es nada beneficioso. Es curioso que este resorte machista utilice la exacta misma lectura oportunista del término “radical” que usan capitalistas y reformistas para separar las “luchas buenas” y las “luchas malas”; para separar lo que el sistema puede tolerar de lo que el sistema tiene que condenar y reprimir porque supone una amenaza contra su propia base.

Sostenemos que este es un debate falaz e interesado de mantener los privilegios del patriarcado. Es propio del reformismo querer colocar como protagonista el debate sobre las tácticas obviando el estudio y señalamiento del problema que las genera. Cuando aún la praxis sobre el problema del patriarcado y el machismo dista mucho de haberse trabajado coherentemente, cuando no se ofrece ninguna alternativa desde el marxismo que no sea el inmovilismo, se pretende desviar la atención hacia los métodos de lucha que el feminismo usa para combatirlo.

Vemos aquí entonces aquella tendencia reaccionaria a la negación simple. Donde el rechazo al feminismo habría sido abierto en un tiempo no tan pasado, el desarrollo de la lucha dentro del propio movimiento ha hecho que tenga que asumirse un discurso al menos moderado y abstracto, y la negación simple al cambio haya tenido que ser camuflada, permitiendo sólo luchas asumibles por la parte privilegiada de la contradicción principal. Esto no es más que una suerte de reformismo feminista, comparable a los discursos de “Estado de bienestar” del reformismo de los países y Estados imperialistas que, desde incluso un autoproclamado anticapitalismo, niegan la mayor de admitir que las mejoras que prometen conseguir se basan en la explotación ajena para así poder conservar muchos de sus privilegios.

Si bien podemos no considerar, y no consideramos, toda táctica como correcta no seremos nosotras quienes condenemos las luchas feministas, pues las reacciones espontáneas, desorganizadas o de una violencia que podríamos catalogar de “no revolucionaria” en el sentido marxista-leninista, no son más que la consecuencia lógica de que se condene, se ningunee, se ridiculice y se minimice la lucha de las mujeres por sus propios derechos. No son más que la consecuencia lógica de no haber dado suficiente respuesta a la lucha por la emancipación de las mujeres, de no haber dado importancia a la misma dentro de las organizaciones revolucionarias.

Si hemos de condenar algo condenaremos la condena a estas luchas, que, mientras señala a las oprimidas buscando su camino a la liberación y las llama “radicales”, tiende a ningunear o minimizar el machismo que genera esa lucha. Si muchas luchas feministas se sienten ajenas a la lucha de clases es porque quienes han abanderado la lucha de clases no han tenido lo suficientemente en cuenta la contradicción a la que el patriarcado da lugar en la propia clase obrera mostrando, en el mejor de los casos, una constante incoherencia entre su teoría y su práctica. Es precisamente por esto que si hemos de criticar algo será a base de un ejercicio de autocrítica, pues somos quienes decimos querer organizar las luchas y acabar con las opresiones mientras le hemos dejado al patriarcado las puertas y las ventanas abiertas en el seno de nuestras propias filas, con todas las consecuencias que esto tiene para las mujeres militantes en particular y para las mujeres obreras en general.

Hacer una constante crítica desde el pedestal al propio avance histórico de las luchas populares es inservible. El movimiento popular no se para a escuchar a autoproclamadas vanguardias que sólo aportan críticas y no soluciones a las luchas que realiza, sino que sigue avanzando con o sin el apoyo del movimiento revolucionario en su negativa a aguantar determinadas opresiones como la patriarcal, que sólo en el Estado español deja un centenar de muertas al año y una denuncia de violación cada siete horas, siendo estas sólo unas de las consecuencias más cruentas de todo el sistema de valores y creencias levantados en torno al patriarcado.

Si realmente perseguimos un feminismo de clase y combativo, que luche por el fin de toda opresión y contra la base material que la sustenta, el movimiento comunista no puede seguir tratando a la lucha feminista como una serie de reivindicaciones ajenas al mismo y que tratan de introducirse en él, pues las mujeres somos la mitad de la clase obrera. Somos mujeres obreras, por lo que esta lucha le es propia al movimiento comunista. La no asunción o la nula praxis de las organizaciones obreras revolucionarias sobre la cuestión antipatriarcal no pueden sino alejar a las mujeres de nuestras filas, pues buscaremos espacios donde nuestra opresión no sea ninguneada. Y si las organizaciones continúan sin responder ante estas justas demandas, las mujeres se verán empujadas a organizarse al margen del movimiento comunista por entender que éste no integra la lucha contra su específica opresión, la ningunea y/o permite conductas de violencia contra ellas.

Es deber del movimiento comunista dar expresión orgánica y soluciones reales a esta forma de opresión dentro de las propias organizaciones, pues sólo cuando así sea podremos avanzar en la correcta praxis de la lucha feminista de clase. Sólo cuando nuestros camaradas dejen de situarse como la contradicción principal de esta lucha dentro de las organizaciones comunistas podremos atender la importante tarea histórica que tenemos por delante y continuar con el desarrollo teórico y práctico del feminismo socialista. Y es que es precisamente la negativa dentro del movimiento comunista a usar la herramienta de la ciencia marxista para analizar la problemática de la emancipación de las mujeres la que ha conseguido hacer creer que ésta no es válida para tal fin, empujando a las obreras a la desvinculación de su propia lucha de clases, disociando ambas cuestiones mientras eran criticadas por hacerlo.

Agresiones sexistas en las organizaciones revolucionarias

Como decíamos, actualmente la lucha feminista ha cobrado una gran importancia dentro del movimiento revolucionario hasta el punto de haberse convertido en una línea distintiva entre organizaciones. Hace no muchos años, el feminismo era asumido de manera general, como un análisis secundario, que se plasmaba en los textos de las organizaciones pero sin mucho desarrollo práctico. Se asumía en la teoría que  las mujeres seguían siendo las más oprimidas entre los oprimidos pero no se iba mucho más allá de luchas y reivindicaciones concretas en los días más señalados. El pronfundizamiento en las causas de nuestra opresión como mujeres y el fin de la misma se relegaba siempre para más adelante, sin considerarse una lucha prioritaria.

Dentro de las organizaciones revolucionarias no se asumió, por falta de estudio y análisis al no considerarlo una cuestión prioritaria, que las mujeres no estamos en igualdad de condiciones dentro de las filas de las mismas, que las mujeres como clase obrera y mujeres tenemos una doble opresión y que por tanto, tenemos reivindicaciones muy concretas que hacer dentro del movimiento obrero y revolucionario. No se asumió que las mujeres somos oprimidas por los hombres a través del sistema patriarcal. A esta falta de análisis, muy voluntario en muchos casos, y con una falta clara de perspectiva histórica y análisis dialéctico, así como de no asunción en la práctica de la existencia del patriarcado como sistema de opresión, se han unido los intentos de “domesticar” al movimiento feminista, despojándolo de su carácter de clase. Igual que se utilizó la socialdemocracia para neutralizar al movimiento obrero, se neutralizó el movimiento feminista de clase para poder asumir un movimiento feminista que no atacase los intereses de la burguesía, dándonos unos derechos parciales como mujeres, que el capitalismo pudiera asumir sin que su base estructural fuera cuestionada. 

Nosotras reivindicamos que fueron las mujeres trabajadoras, concienciadas y organizadas las que lucharon y trabajaron para que la opresión que sufrían por el patriarcado y sus causas fueran tenidas en cuenta en los programas revolucionarios. Ellas no dudaron sobre su papel revolucionario y entendieron, por ser el sujeto oprimido dentro del patriarcado, que su lucha debía ser al mismo tiempo como mujeres y como trabajadoras. Para ellas no podía llegar la liberación completa sino se atajaban de raíz las causas de su opresión como mujeres. Su conciencia como clase obrera y su papel revolucionario les hizo empoderarse y reivindicar que estaban en la lucha también como mujeres. Derivado de esto, vemos los grandes logros del movimiento revolucionario, conquistas históricas para las mujeres que desde luego fueron luchadas y defendidas por las propias mujeres trabajadoras, así como lo fueron todas las conquistas sociales y revoluciones a lo largo de la historia, donde el papel de las mujeres que se negaron a formar parte del peso muerto de la historia ha quedado invisibilizado y relegado, en la mayoría de las ocasiones, al olvido. 

Actualmente somos muchas las mujeres con una clara conciencia sobre nuestra específica opresión las que nos estamos sumando a organizaciones revolucionarias. Vemos que cada vez son más los colectivos y asambleas que se autodenominan de carácter antifascista y feminista. Y esto es lo novedoso y lo esperanzador, ya que muchos de estos colectivos están en su mayoría integrados por mujeres.

Pero, dentro de las organizaciones autodenominadas feministas, ¿hemos acabado con el machismo? Evidentemente no. Las organizaciones reproducen dentro de su seno las contradicciones y el sistema de valores de la sociedad en la que se enmarcan. Es por ello que sería idealista pensar que se puede acabar con estas actitudes mientras siga existiendo el sistema de opresión que las sostiene con todo el entramado superestructural que genera, pues no es la conciencia la que determina el ser social. El patriarcado ha sobrevivido a todos los cambios y procesos históricos y es adaptado a las condiciones económicas y materiales de las sociedades levantadas sobre la propiedad privada.  Su base es la polarización entre hombres y mujeres, comenzando con la división sexual del trabajo, dando distinto valor y funciones a las personas según sexos, conformando de esta forma los géneros, colocando al hombre como medida de todas las cosas en base a unos roles desiguales que han sido naturalizados para mantener una serie privilegios para los hombres, suponiendo toda una serie de opresiones sobre las mujeres por el hecho de serlo. Las formas es que esto se plasma son muy diversas. Algunas más obvias y otras más sutiles, pero todas dañinas.

Para poder trabajar sobre esto de puertas para afuera es imprescindible que haya sido trabajado y se trabaje dentro de las propias organizaciones. Y para ello, debemos ser las propias mujeres las que como tal,  nos organicemos. Sin un empoderamiento de las mujeres y entre mujeres, no puede haber tal transformación. Las mujeres somos el sujeto político oprimido de forma principal dentro del sistema patriarcal, por ello es nuestra voz la que debe dirigir nuestra propia lucha. Los compañeros no sufren esta opresión y no deben ser ellos los que nos dirijan sobre lo que nosotras sabemos muy bien por una sencilla razón: porque lo vivimos.

Algunos de los pilares ideológicos del patriarcado, presuponen que las mujeres somos más perversas que los hombres y que dañamos psicológicamente a estos. Que nuestro campo de actuación natural son las relaciones personales, donde tenemos ventaja. Una negación más de la realidad pues somos las mujeres las asesinadas y maltratadas física y psicológicamente todos los años a manos de nuestras parejas o ex parejas.  Ejemplos de la existencia de este pilar fundamental lo hemos podido observar con crueldad en las reacciones de la sociedad cuando una mujer ha denunciado una violación resultando que lo que se ha cuestionado no es la violación en sí, sino qué ha hecho esa mujer para provocar a esos hombres y llevarles a realizar tan aberrante acto. Cuestiones como “ella se lo buscó”, “ella lo provocó”, “ella no lo paró a tiempo”, “ella no fue recatada y jugó a ser libre”. La cuestión principal que encontramos es que siempre es ELLA la que está en el punto de mira. Solo cuando las mujeres se han mantenido dentro de su rol y ha sido sumisa, ha estado callada, se ha resistido con todas sus fuerzas pese a poder poner su vida en peligro es cuando se puede considerar la opción de que ese hombre ha violado o maltratado  a esa mujer “sin razón aparente”. Esto se puede trasladar a las organizaciones. Solo parece aceptable que las mujeres nos defendamos cuando nuestra defensa no cuestione las bases de la organización o de alguna persona integrante de la misma, pero cuando las mujeres hacemos una defensa activa y consciente de nuestros derechos y exigimos un posicionamiento claro, es cuando se cuestiona si es lícita nuestra lucha. Pero, ¿qué ocurre en el seno de las organizaciones revolucionarias y de izquierdas?

Vivimos en una sociedad patriarcal por lo que las relaciones entre hombres y mujeres están marcadas profundamente por la estructura que esta genera. En todos los ámbitos, y por supuesto dentro de nuestras organizaciones, a las mujeres nos cuesta más ser escuchadas y valoradas. A las mujeres se nos ha educado socialmente para no ser el centro de atención, para escuchar antes de hablar, para entender antes que defender. Cuando una mujer, con todo el condicionamiento social externo y autoasumido que pesa sobre nosotras, se encuentra en un grupo donde hay mayoría de hombres, nos sentimos y somos más observadas por el hecho de ser mujeres. De alguna manera se nos exige demostrar más nuestra capacidad política y tener una valoración y práctica excelentes para poder equiparar nuestra valía, no ya a la de nuestros compañeros, sino al de los hombres en sí, cuestionándose constantemente –en muchas ocasiones de manera inconsciente- nuestro derecho a ser escuchadas y tenidas en cuenta. Esto ocurre, sean conscientes de ello o no nuestros compañeros.

Cada vez se denuncian más actos de violencia que sobre nosotras realizan nuestros compañeros. Si bien estas actitudes desde luego no son nuevas, sí lo es el hecho de que las mujeres tengamos mayor conciencia de que no hemos de asumirlas como naturales y las denunciemos dentro de nuestras propias organizaciones, exigiendo que la teoría se complete en la práctica. Ya sea dentro del contexto de una relación sentimental o dentro de las relaciones de camaradería se suceden hechos como el acoso, la violencia, el “ligoteo” recurrente no correspondido, el ninguneo o incluso valoraciones generales sobre las mujeres en torno a su capacidad política o incluso su aspecto físico o su forma de vestir. Cuando una mujer denuncia un acto de este tipo, los pilares culturales del patriarcado se ponen de manifiesto. Comienza  un juicio sobre las intenciones que la mujer ha tenido para hacer pública su denuncia y es entonces cuando se llega a la gran perversión de que es la mujer la culpable de la situación generada dentro de la organización por haberlo hecho público. Así de sencillo. Los trapos sucios se arreglan en casa, pero si en casa no hay donde lavarlos, mejor callada.

Es obvio que las denuncias que se puedan dar dentro del seno de nuestras organizaciones, resultan “desestabilizadoras” del status quo mantenido con el patriarcado y sus formas más violentas a raya. Cuando la señalización de las actitudes machistas pasa de lo abstracto a lo concreto, y de puertas para fuera a puertas para dentro comienza una batalla ideológica, donde las mujeres solo estamos poniendo en práctica nuestra línea feminista de no callarnos ante las agresiones, aunque sean de nuestros compañeros. Y lo que tenemos que tener claro es que de esta batalla ideológica las organizaciones saldrán fortalecidas ideológicamente. Porque si las mujeres somos también la organización, todo lo que conlleve la superación práctica e ideológica de nuestras contradicciones será positivo para la misma, para la revolución y para nuestro objetivo de terminar con toda opresión.

Hay algunas cuestiones que la praxis de la lucha feminista ha puesto de manifiesto como imprescindibles para que realmente, dentro de las organizaciones, se pueda trabajar la cuestión antipatriarcal  y las contradicciones derivadas de la misma. Defendemos que algunas de las cuestiones de mínimos a defender son:

La existencia de espacios no mixtos donde las mujeres desarrollen el trabajo feminista de clase, dentro y fuera de la organización. En este sentido, las organizaciones han de dar expresión orgánica para la coherente puesta en práctica de la línea que defendemos: las mujeres obreras hemos de ser la vanguardia de nuestra propia lucha. Una organización no es feminista porque lo plasme en sus documentos, sino porque realmente integre el feminismo en su estructura teniendo medios y cauces para poder luchar contra el patriarcado en su propio seno.

El desarrollo de un protocolo de actuación ante agresiones machistas. Ante una agresión machista de cualquier índole ha de haber una respuesta clara y contundente. Es una cuestión de principios.

El patriarcado como estructura vertebra toda la sociedad, y condiciona desde la forma social y económica hasta nuestras relaciones personales. Es en este último punto donde debemos de estar más alerta en el día a día, puesto que es más difícil reconocer que se está dando una relación desigual de poder e incluso de violencia. Ante una agresión machista, las mujeres siempre han de ser escuchadas y no se debe cuestionar su denuncia pidiendo pruebas irrefutables, sobre hechos que como sabemos, suelen producirse en ámbitos privados, sin testigos y donde la mayoría de las veces, no hay señales visibles. Su propio testimonio es la prueba, y en caso de agresiones machistas la palabra de la mujer ha de tener mayor peso, pues como afirmábamos anteriormente, ignorar las correlaciones de fuerzas que parten de una contradicción estructural no hacen más que defender a la parte privilegiada de la ecuación, ya sea en materia de género o de otras contradicciones como puedan ser la de clase o la imperialista.

A menudo sucede que la persona denunciada tergiversa los hechos de tal forma que casi parezca un hecho aislado, en unas circunstancias muy concretas, donde él acabe por parecer víctima de un “complot” feminista. Puede reconocer públicamente que es negativa su actitud, pero no reconoce el daño producido y las causas reales de la misma. Lo habitual en estos casos, es que la persona denunciada niegue los hechos, y no olvidemos que cuenta con el apoyo de todo un sistema de creencias y valores que per sé tenderán a darle la razón o a minimizar su comportamiento, si no a justificarlo. Es también habitual que los hombres dentro de las organizaciones se declaren feministas y de esta forma nieguen que sus actitudes tengan que ver con el machismo, de nuevo cayendo en el idealismo de que la conciencia hace al ser. Aquí suelen surgir esos debates que dividen entre feminismos “buenos” y “malos”, cuestionando incluso la capacidad política de la mujer que denuncia el comportamiento para saber reconocer el propio machismo o analizar correctamente la situación.

En muchos casos nos encontramos que tras una denuncia machista, se genera un clima de desconfianza general que no ocurre con otro tipo de denuncias. Se dan cuestionamientos tales como “¿Por qué tengo que creer un testimonio sin pruebas?”,  “¿Y si miente?”. Dentro de la organización comienzan a sobrevolar varios “fantasmas” sobre la integridad de las mujeres. Cuestionar el hecho denunciado, nos conduce entonces a una única salida: es la mujer la que miente. En las denuncias por violencia de género no puede haber medias tintas, o estamos con la persona agredida o estamos con la persona agresora. Las personas que se posicionan en las posturas de no creer a la mujer que denuncia, afirman en su argumentación que este tipo de denuncias son un “arma” en manos de las mujeres para conseguir no sabemos muy bien qué -en este punto, sería mejor que fueran ellos mismos quienes nos lo explicasen-. La realidad que nos encontramos es que la mujer que se atreve a denunciar es sometida de pronto a un juicio público, con presunción de culpabilidad, desprestigio social y político y un sinfín de cuestionamientos sobre su persona, que en muchos casos acaba con la retirada por agotamiento y desgaste de la mujer. ¿Son estas las grandes ventajas y las razones que nos llevan entonces a denunciar?  Cuando una mujer denuncia una agresión violenta, algunas preguntas que se plantean son “¿Qué hacía allí y en qué circunstancias?” Pues bien, tenemos la respuesta: no nos importa. Lo que importa es lo que ha ocurrido, el hecho en sí y atajarlo de raíz.

Otra cuestión que sucede cuando una mujer denuncia, es el intento de aislamiento social y político que urde la persona denunciada y que suele encontrar un buen caldo de cultivo entre los compañeros. Ocurre de manera habitual en las denuncias por violencia de género en ámbitos no políticos buscando el apoyo de la familia y/o amistades de la víctima en contra de la mujer y ocurre también dentro de las organizaciones. Es una estrategia del agresor para asegurarse el máximo de apoyos posibles jugando su papel de víctima. En los ámbitos que sí son políticos se da una tendencia al falso abanderamiento de posturas feministas, y el acercamiento a colectivos y asambleas feministas, buscando su apoyo. Observamos con frecuencia, que la persona agresora defiende férreamente la lucha feminista, antes incluso, de que nadie le haya cuestionado en este punto. Esto debe hacernos recapacitar sobre las verdaderas intenciones que se esconden tras esta defensa que a menudo busca construir una barricada ideológica para protegerse ante su denuncia.

Otra de las estrategias que encontramos en las tendencias es la de que el agresor trate de colocarse en un papel de víctima que consiga la piedad y la pena del resto de personas. Esto puede parecer una cuestión poco “política”, pero no olvidemos la consigna de que lo personal es político. Es entonces cuando comienzan una serie de posicionamientos de paternalismo sobre ese hombre y sobre cómo tratar de minimizar el daño que este pueda sufrir a la hora de asumir las consecuencias de sus actos, tratando de concedérsele infinidad de oportunidades de rectificación. Pero nadie se cuestiona entonces el sufrimiento que esa mujer ha tenido durante todo el tiempo en que ha podido venir sufriendo una situación de violencia, sino que se pone el foco de atención en las consecuencias que para la persona denunciada pueda suponer.

Tampoco se tiene en cuenta que son las mujeres militantes las que han de sufrir esas opresiones y comportamientos en sus propias filas, ignorando una vez más la correlación de fuerzas y el derecho de las mujeres militantes a no tener que tolerar esto en sus propias organizaciones, lavándole la cara al machismo. No nos parece aventurado decir que en la sociedad patriarcal el sufrimiento de las mujeres es considerado como menos importante. Las mujeres tenemos que seguir pagando un castigo divino por habernos revelado ante nuestro destino.

De todos estos cuestionamientos tenemos muchos ejemplos dentro y fuera de las organizaciones.  Se acusa a la mujer de estar rompiendo la unidad de lucha, de crear un problema innecesario. Y sobre todo, se utiliza el argumento de que es una cuestión personal que como mucho deben de resolver entre ellas, negando de esta forma que existe una cuestión estructural en la que no tenemos la misma correlación de fuerzas y negando todos los condicionamientos que sobre las mujeres existen dentro de las relaciones personales. Es una forma más de negar en la práctica la existencia del patriarcado y, por consiguiente, el derecho de las mujeres a luchar por su emancipación.

Para revisar los cuestionamientos y aprender es necesario por parte de nuestros compañeros escuchar y encajar críticas, especialmente cuando sean realizadas por las mujeres en defensa de sus derechos. Luchar contra el patriarcado es una batalla difícil porque nos cuestiona como personas. Pero es una lucha política, histórica e imparable.

Así, desde Iniciativa Comunista abogamos por la continuación del desarrollo de la praxis de esta lucha, una tarea muy complicada pero fundamental. Entendemos que esta es una cuestión de principios y, por tanto, es imprescindible realizar un profundo ejercicio de autocrítica para construir organizaciones que no sólo atajen este problema en el plano abstracto y general, sino en el plano concreto, en su propio seno. Organizaciones capaces de dar respuesta a esta lucha desde la óptica de la clase obrera y la ciencia que nos es propia. Tenemos ante nosotras la ardua tarea de trabajar para ello, contra el patriarcado y el capital. Como mujeres de la clase obrera por el fin de alcanzar una sociedad donde hayan sido eliminadas todas las opresiones.

 

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