Reflexiones políticas bajo la ceniza

2025-08-24T23:41:19+02:0022 de agosto, 2025|Actualidad|

Escribo desde el patio de mi pueblo sobre una mesa que todavía tiene ceniza y pendiente de camaradas que han cogido el coche y están viajando a sus pueblos para hacer cortafuegos y proteger las tierras y los montes que los vieron crecer. Hoy nada está asegurado. Los fuegos asolan León, Ourense, Asturies, Salamanca, Cáceres, Zamora, Palencia… Los incendios forestales llaman a la puerta de nuestras casas, de nuestros recuerdos, de nuestra historia. De momento sólo conocemos que estamos viviendo la mayor oleada de incendios forestales de todos los tiempos y que todavía no han sido controlados la mayoría de focos. También conocemos que el incendio de Aliseda (Cáceres) fue provocado por los cazadores por motivos económicos vinculados a la caza, y que Repsol probablemente se beneficiará del incendio del Valle del Sil (El Bierzo) donde tenía proyectado un macroparque eólico que fue denegado por el Gobierno central por su gran impacto ambiental. Conocemos también que se han sustituido los bosques de robledales y hayas por especies como el eucalipto por su gran aprovechamiento para la madera, a pesar de que prende con excesiva rapidez. Sabemos que ha existido una nefasta gestión de Mañueco o Guardiola en la prevención y la extinción de incendios, que se ha reducido el presupuesto para ello, que se ha reducido la plantilla de bomberos forestales y que éstos trabajan en unas condiciones de absoluta precariedad económica y material. Hace apenas unos días, por cierto, murió un bombero forestal de CGT de Soria mientras conducía un camión autobomba para apoyar la extinción del incendio en el Bierzo.

Y en mitad de todo esto, asistimos una vez más al abandono de las instituciones autonómicas y del Estado ante las catástrofes: lo vimos con la pandemia, cuando nos obligaron a acudir a nuestros trabajos hacinados en el transporte público mientras nuestros familiares y amigos morían en hospitales que carecían de respiradores o asesinados en residencias de ancianos en la Comunidad de Madrid. Tuvimos al ejército metido en los autobuses revisando los tickets de la compra para comprobar si habíamos salido de casa con justificación, y a la policía municipal revisando los microchips de los perros para ver si el dueño era realmente el que salía de casa o era otro que “fraudulentamente” quería salir a tomar el aire. Lo vimos también con la Dana de Valencia, cuando la Generalitat Valenciana condujo a la muerte a más de 200 vecinos por las trombas de las lluvias torrenciales porque hicieron nada ante las alertas por fuertes lluvias de la AEMET, ni tampoco socorrieron a los pueblos una vez llegaba el agua. Y mientras el partido socialista y el partido popular se echan los trastos a la cabeza por ver quién es más responsable de las desgracias en una continua pelea electoral y oportunista, la clase trabajadora sigue pagando con su vida y sus montes la absoluta negligencia en la gestión de unas catástrofes que cada vez son más frecuentes.

Hoy pienso que las comunistas no podemos caer en el discurso del mal menor, en la postura de “unos lo hacen mal, pero los otros peor”, porque el horror ha llamado a nuestras puertas. La crisis climática cada vez es más cruenta y está destrozando los espacios naturales, la fauna de los montes, nuestros pueblos; serán más frecuentes las riadas, las sequías, las olas de calor, y con ello, los incendios forestales. Y mientras la evidencia nos golpea de cerca, los políticos reaccionarios de la derecha niegan la llamada “emergencia climática” y la política socialdemócrata solo ofrece una transición justa y verde, que consiste, en resumen, en que Repsol, Naturgy, Endesa o Iberdrola puedan reconvertir parcialmente su modo de generar y distribuir la energía con fondos de la UE, recurriendo a macroplantas fotovoltaicas y eólicas, a despidos colectivos masivos, a la electrificación del parque automovilístico con el plan “moves”, a la par que la clase trabajadora sigue obligada a desplazarse kilómetros ingentes a su trabajo y a comerse diariamente horas de atasco en las ciudades.

Es una trampa pensar que la solución pasa por el protagonismo de empresas energéticas y no por organizar nuestra fuerza para generar la energía necesaria para la vida, y no la necesaria para el funcionamiento devastador de la producción capitalista, la cual requiere ingentes cantidades de energía para seguir manteniendo las ganancias de las empresas. Las comunistas debemos de denunciar que la energía verde no puede servir para que las grandes compañías energéticas o distribuidoras se hagan más fuertes, o para que Amazon Fulfillment pueda levantar más plantas logísticas en la periferia de Madrid y electrificar su flota de furgonetas de reparto, para que se siga empleando una cantidad inimaginable de energía en producir y distribuir alimentos que luego los supermercados terminan tirando cuando ya no pueden venderlos, para que Mercadona siga obligando a sus empleados a repartir comida en mitad de una DANA, ni para que SEAT se alíe con Iberdrola para generar un parque de baterías eléctricas para los vehículos, mientras se reprime con cárcel a las organizaciones ecologistas que denuncian la negligente política ecológica y climática de los gobiernos y empresas.

La transición energética debe ser parte del propio proceso de la lucha de clases, donde la apariencia es la forma de producir -energía fósil vs energías renovables- y la esencia del debate es la finalidad en el uso de la energía. La transición energética no puede consistir en una reconversión empresarial impulsada desde la Unión Europea; al contrario, debe implicar más poder y conocimiento de la clase trabajadora, mayor organización para concienciar y combatir los impactos ambientales de la producción devoradora del modelo capitalista.

En mitad de este infierno, las comunistas no podemos mirar para otro lado: debemos fundirnos con nuestro pueblo, trabajar sindicalmente con nuestra clase para señalar a los responsables de la crisis climática y sus miserias y a un Estado capitalista que es y seguirá siendo deficiente, en tanto que permite a las empresas disponer de todos los recursos económicos y naturales para reconvertirse y asegurar así sus beneficios abandonando a su suerte a los montes, y a quienes los protegen. Debemos señalar las absolutas carencias conscientes y voluntarias de la política burguesa en la prevención de desastres ecológicos como riadas o incendios forestales y contraponerlas con la fuerza y suficiencia de la autoorganización de la clase obrera frente a estos desastres, tal y como se vio en la DANA o en los propios incendios forestales, donde se planifican grupos de trabajo y de comida para hacer cortafuegos sin supervisión de ninguna institución. Por ello hay que sembrar la idea de que nuestras manos hoy sostienen el mundo al servicio de las empresas, pero que las mismas manos pueden transformarlo todo, trabajarlo todo, enfrentarlo todo, una vez podamos librarnos de los grilletes.

Silvia A.

Ir a Arriba