PDF: Una luz fecunda e ilumina el camino de la lucha. Lenin y la lucha de libración nacional
La traducción que se ofrece aquí, directa desde el portugués, se trata de un discurso dado por un luchador anticolonial y revolucionario guineano-caboverdiano, asesinado hace algo más de 50 años, Amílcar Cabral. Este fue el fundador del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), que llevó a estas naciones a derrotar al colonialismo salazarista portugués a través de la lucha armada, en particular de la guerra de guerrillas. Guinea Bissau fue, de hecho, la primera colonia en liberarse del yugo portugués (1974). No es objeto de esta nota detallar nada sobre dicha lucha, dicha independencia, ni siquiera de dicho partido ni líder. Sin embargo, parece obligado apuntar brevemente algún que otro rasgo del revolucionario que habla de Lenin como maestro y aportador a la causa panafricanista, anticolonialista y antiimperialista. Amílcar Cabral nunca se autodenominó marxista, ni leninista, aunque si bien uno lee lo que dice de Vladimir Ilich y/o lee sus escritos y discursos, así como observa la práctica revolucionaria del camarada Cabral, le resultará difícil ver un pensamiento diferente del socialismo científico y revolucionario. Parte de lo interesante de Cabral es precisamente ver cómo un análisis materialista, científico y partidista de la realidad, conduce necesariamente a un planteamiento revolucionario correcto que permite la movilización de las masas para la transformación del orden existente, la creación de un partido de vanguardia compuesto por cuadros, de un ejército popular, etc. Otro breve comentario que queremos apuntar es que, parte de la originalidad del aporte de Amílcar Cabral es, curiosamente, la creación de un Partido y no un Frente o un Movimiento (como fueron los casos de Angola y Mozambique, sin que ello reste la corrección y el valor de los mismos).
El interés del presente discurso es, desde un punto de vista más o menos general, el acercamiento del pensamiento de este revolucionario a las personas de habla castellana. Pero el interés particular, en el centenario de la muerte de Lenin, es, precisamente, los aspectos resaltados por el mismo Cabral en el Discurso, que resultan de la mayor importancia en el contexto de lucha antiimperialista contemporánea, que nos deben hacer pensar en nuestras prioridades y tareas, así como poner en primer plano el aporte leninista a la liberación nacional, a la lucha anticolonial.
Como apunte final del presente discurso, se señala que se tuvo lugar en la República Socialista Soviética de Kazajistán en el año 1970, añadimos aquí que se produjo en el contexto de una conferencia acerca de la autodeterminación de las naciones oprimidas llamado “Lenin y Liberación Nacional”.
Una luz fecunda e ilumina el camino de la lucha. Lenin y la lucha de liberación nacional
El valor y el carácter trascendente del pensamiento y la obra humana, política, científica, cultural —histórica— de Vladímir Ilich Lenin son desde hace mucho tiempo un hecho universalmente reconocido. Incluso los más feroces adversarios de sus ideas han tenido que reconocer en Lenin un revolucionario consecuente, que supo dedicarse totalmente a la causa de la revolución y hacerla, un filósofo y un sabio cuya grandeza solo es comparable a la de los mayores pensadores de la humanidad.
Actualmente, no es raro oír a políticos —incluso los más anti-socialistas— citar a Lenin o jactarse de haber leído sus obras. Es evidente que no podemos creerlos al pie de la letra, pero eso da bien la medida de la importancia (incluso de la necesidad) del pensamiento de Lenin y de la vastedad de las consecuencias prácticas de su acción en el contexto histórico actual.
Para los movimientos de liberación nacional, cuya tarea es hacer la revolución, modificando radicalmente, por las vías más adecuadas, la situación económica, política, social y cultural de sus pueblos, el pensamiento y la acción de Lenin tienen un interés especial.
Pero Lenin no dejó solo su obra. Fue y sigue siendo un ejemplo vivo de combatiente por la causa de la humanidad, por la liberación económica y por tanto nacional, social y cultural del hombre. Su vida y su comportamiento como personalidad humana contienen lecciones y ejemplos útiles para todos los combatientes de la liberación nacional. Entre esas lecciones, las que nos parecen ser de mayor acuidad para los movimientos de liberación se refieren al comportamiento moral, a la acción política, a la estrategia y a la práctica revolucionarias.
En el ámbito general del movimiento de liberación nacional, especialmente en condiciones como las nuestras, el comportamiento moral del combatiente, en particular de los dirigentes, es un factor primordial que puede influir significativamente en el éxito o el fracaso del movimiento. Es evidente que la lucha es esencialmente política, pero las circunstancias políticas, económicas y sociales —históricas—, en que se estructura y desarrolla el movimiento, confieren a los problemas de naturaleza moral una particular importancia, debido principalmente a las debilidades propias del movimiento nacional de liberación en las colonias, al oportunismo o a las posibilidades de oportunismo que lo caracterizan, a las presiones y artimañas utilizadas por el enemigo imperialista, así como a la dificultad, incluso a la imposibilidad, de un control del movimiento y de sus jefes por las masas populares nacionalistas.
En el movimiento de liberación, como en cualquier otro emprendimiento humano —y cualesquiera que sean los factores materiales y sociales que condicionen su evolución—, el hombre (su mentalidad, su comportamiento) es el elemento esencial y determinante.
Lenin fue un ejemplo de coherencia consigo mismo y de coherencia entre las palabras y los actos. A lo largo de toda la evolución característica de su personalidad, supo mantenerse fiel a sí mismo en la verticalidad de sus opciones y de sus acciones. Estas siempre correspondieron a sus palabras, ya que supo rechazar el verbalismo fácil, la adulación y la demagogia.
Lenin fue un ejemplo de honestidad, probidad, sinceridad y coraje. Siempre colocó por encima de todas sus conveniencias la necesidad de observar rigurosamente los deberes de la moral y la justicia, rechazar la mentira y practicar la verdad, sean cuales sean las consecuencias o los problemas que pueda crear.
Como un ser humano integral, supo amar y odiar. Amar la causa de la liberación del hombre de cualquier tipo de opresión, la maravillosa aventura que es la vida humana, todo lo bello y constructivo en el planeta. Odiar a los enemigos del progreso y la felicidad del hombre, el enemigo de clase, los oportunistas, la cobardía, la mentira, todos los factores de envilecimiento de la conciencia social y moral del hombre. Siempre consideró al hombre como el valor supremo del Universo. Su dedicación a los niños se convirtió en legendaria porque, para él, esos seres delicados y a menudo incomprendidos, víctimas inocentes de la explotación del hombre por el hombre, son las flores de la humanidad, la esperanza y la certeza del triunfo de una vida de justicia.
La lucha de liberación nacional es, como ya hemos dicho, una lucha política que puede tomar diversas formas, según las circunstancias específicas en las que se desarrolle. En nuestro caso concreto, agotamos todos los medios pacíficos a nuestro alcance para llevar a los colonialistas portugueses a una modificación radical de su política en favor de la liberación y el progreso de nuestro pueblo. Solo encontramos represión y crímenes. Decidimos entonces tomar las armas para luchar contra el intento de genocidio de nuestro pueblo, decidido a ser libre y dueño de su propio destino.
El hecho de que estemos librando una lucha armada de liberación no modifica en nada el carácter esencialmente político de nuestro combate. Al contrario, lo acentúa. Ahora bien, no hay, no puede haber acción política, sea cual sea su forma, sin principios bien definidos, ya sean buenos o malos.
En el plano político, Lenin fue un ejemplo de fidelidad a los principios. Supo hacer concesiones sobre la forma de reivindicaciones, de acciones, pero nunca sobre los principios, especialmente cuando se trataba de defender los intereses de la clase y la nación que representaba, así como en la práctica consecuente de un internacionalismo desprovisto de reservas, de timidez o de condicionalismos.
Es igualmente una lección de realismo, de noción clara de la posibilidad y la oportunidad política, que encuentra su máxima expresión en la decisión de desencadenar la insurrección de octubre de 1917, a pesar de las enormes dificultades para vencer las vacilaciones y las oposiciones más o menos fundamentadas.
Una lección de firmeza en la vía determinada para conducir la acción política, ilustrada por el combate sin tregua que movió a todos los desvíos «de derecha» o «de izquierda» y que le creó tantos enemigos.
Superando la concepción vulgar, según la cual la política es el arte de lo posible, Lenin demostró que es más bien el arte de transformar lo que aparentemente es imposible en posible (hacer posible lo imposible), rechazando categóricamente el oportunismo. Así definida, la acción política implica una creatividad permanente. Para ella, al igual que para el arte, crear no es inventar.
La acción de Lenin se caracteriza por una gran flexibilidad constructiva. En cada problema, en cada hecho de la lucha, incluso en el más negativo, supo discernir el lado positivo para extraer todas las ventajas y hacer avanzar la lucha. En este ámbito, como en otros, demostró una perseverancia a toda prueba.
Él, que consideraba que «los hechos son obstinados», era obstinado como los hechos. Confiando en la opinión de los demás, a pesar de eso, seguro de que todo combatiente necesita de los demás, siempre supo cambiar de opinión cuando la razón —la verdad científica— no estaba de su lado.
Crítico riguroso, incluso violento, tanto de sus adversarios como de sus compañeros de lucha que caían en error, Lenin supo practicar ejemplarmente la autocrítica. Sabía reconocer sus errores y elogiar el valor de los demás, incluso de sus más feroces adversarios; pero sabía usar una severidad sin límites para atacar a quienes consideraba enemigos de clase y de la revolución.
Lenin siempre demostró una confianza ilimitada en la capacidad de las masas, pero supo también dejar claro que estas nunca deberían actuar de manera anárquica, sin un plan bien concebido, que correspondiera a las posibilidades concretas de acción. Para él, las masas nunca deben ser acéfalas.
En el ámbito general del movimiento de liberación nacional, así como en cualquier confrontación, pacífica o no, existe la necesidad vital de descubrir las leyes generales de la lucha y actuar sobre la base de un plan general concebido y elaborado a partir de la realidad concreta del entorno y de los factores en juego. Esto significa que cualquier movimiento de liberación necesita una estrategia.
En la elaboración de esa estrategia, es necesario ser capaz de distinguir lo esencial de lo secundario, lo permanente de lo temporal. Sin nunca confundir estrategia y táctica, la acción debe basarse en una concepción científica de la realidad, cualquiera que sea la influencia de los factores subjetivos que sea necesario enfrentar.
También en este plano, Lenin dio una lección muy útil a los movimientos de liberación, a los combatientes por la libertad. Tenía una clara conciencia del valor de la unidad como medio necesario para la lucha, pero no como un fin en sí mismo. Para Lenin, no se trata de unir a todos en torno a la misma causa, por más justa que sea, de realizar una unidad absoluta, de unirse no importa con quién. La unidad, como cualquier otra realidad, está sujeta a transformaciones cuantitativas, positivas o negativas. La cuestión es descubrir cuál es el grado de unidad suficiente que puede permitir el desencadenamiento y garantizar el avance victorioso de la lucha. Y, posteriormente, preservar esa unidad contra todos los factores de disolución o división, tanto internos como externos.
Por otro lado, Lenin tenía una conciencia profunda de la necesidad de conocer lo mejor posible, en la lucha, las fuerzas y debilidades del enemigo, así como nuestras propias fuerzas y debilidades. La concepción leninista de la estrategia implica que debemos actuar en el sentido de aumentar las debilidades del enemigo y convertir sus fuerzas en debilidades, y simultáneamente preservar y fortalecer nuestras fuerzas y eliminar nuestras debilidades o convertirlas en fortalezas. Esto es posible mediante la alianza permanente y dinámica entre la teoría y la práctica.
La vida de Lenin es la aplicación consecuente de esta máxima dialéctica de Paul Langevin: el pensamiento deriva de la acción y, en el hombre consciente, debe regresar a la acción. Esto implica que, como Lenin demostró a lo largo de toda su vida, la acción debe basarse en el análisis concreto de cada situación concreta. Según Lenin, tanto en la lucha como en cualquier otro fenómeno en movimiento, las transformaciones cualitativas solo se producen a partir de cierto nivel de modificaciones cuantitativas, lo que significa que el proceso de lucha evoluciona por etapas, por fases bien definidas. Sobre esta base y desde esta perspectiva, deben establecerse las tácticas a seguir, que son incompatibles incluso con los retrocesos que, en determinados momentos, pueden ser el único medio para hacer avanzar la lucha.
Cualquier lucha es una experiencia nueva, independientemente de la suma de conocimientos teóricos o experiencias prácticas que le conciernen. Cualquier lucha implica, por lo tanto, un cierto grado de empirismo, pero no es necesario inventar lo que ya se ha hecho: es necesario crear en las condiciones concretas en las que se libra la lucha.
En este punto también la lección de Lenin es pertinente: detestaba tanto el empirismo ciego como los dogmas. La asimilación crítica (de los conocimientos o experiencias de otros) es tan válida para la vida como para la lucha. El pensamiento de otros, ya sea filosófico o científico, por más lúcido que sea, es solo una base que permite pensar y actuar, por lo tanto, crear. Para crear en la lucha es necesario liderarla, desarrollar todos los esfuerzos y aceptar los sacrificios necesarios. La lucha no se basa en palabras, sino en la acción diaria, organizada y disciplinada, de todos los elementos válidos. La actividad múltiple desarrollada por Lenin a lo largo de una larga lucha es un ejemplo de continuidad y consecuencia, de esfuerzos y sacrificios, así como de la capacidad para movilizar las fuerzas necesarias en el tiempo y espacio requeridos.
Demostrando que, en una lucha, las dificultades subjetivas son las más difíciles de superar, Lenin tenía conciencia de esta realidad: la lucha está hecha de éxitos y fracasos, de victorias y derrotas, pero siempre avanza y sus fases, incluso las más similares, nunca se repiten, porque la lucha es un proceso y no un accidente, una carrera de fondo y no de velocidad: las derrotas eventuales no pueden justificar ni la desmoralización ni la deserción, porque incluso los fracasos pueden ser una base de partida para nuevos éxitos.
Esta superación solo es posible si extraemos una lección de cada error, de cada experiencia positiva o negativa, y partiendo del principio de que, si bien es cierto que la teoría sin práctica es una pérdida de tiempo, no hay práctica consecuente sin teoría.
Principal artífice de la gran Revolución de Octubre, que modificó el destino no solo del pueblo ruso sino de la humanidad; creador del primer Estado socialista; líder supremo de la Revolución en las antiguas colonias zaristas; teórico y practicante conocedor en la solución del delicado problema que representaba la cuestión nacional en el país de los soviets; militante catalizador del movimiento obrero internacional — Lenin marcó el siglo y el futuro del hombre con su personalidad revolucionaria, legando a las generaciones que le sucedieron una obra tan singular como llena de lecciones. Para los movimientos de liberación, Lenin proporcionó esta valiosa contribución: demostró, definitivamente, que los pueblos oprimidos pueden liberarse y superar todos los obstáculos para construir una vida de justicia, dignidad y progreso.
Es deseable que, independientemente de sus tendencias u opciones políticas, los auténticos movimientos de liberación puedan beber de las lecciones y el ejemplo de Lenin la inspiración necesaria para su pensamiento, su acción y el comportamiento moral e intelectual de sus líderes. En interés general de la lucha contra el imperialismo y teniendo en cuenta algunas contradicciones que caracterizan las actuales relaciones entre otras fuerzas antiimperialistas e incluso algunos aspectos de su acción, no sería justo ni quizás objetivo limitar este deseo únicamente a los movimientos de liberación.
Hoy en día, la doctrina de Lenin experimenta lo que ya ha ocurrido más de una vez en la historia con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y los líderes de clases o naciones oprimidas en lucha por su libertad. Durante la vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras los recompensan con persecuciones constantes: acogen sus doctrinas con furia salvaje, con odio tenaz, con las más intensas campañas de mentiras y calumnias. Después de su muerte, intentan convertirlos en íconos inofensivos, los canonizan, por así decirlo, rodeando su nombre con una cierta aureola para «consolidar» las clases o naciones oprimidas y mistificarlas; al hacerlo, vacían la doctrina revolucionaria de su contenido, la deprecian y destruyen su fuerza revolucionaria.
Es en esta forma de «manipular» el leninismo donde hoy coinciden la burguesía y los oportunistas, tanto del movimiento obrero como del movimiento de liberación nacional. Olvidan, silencian, distorsionan el lado revolucionario de la doctrina, su alma revolucionaria. Colocan en primer plano y exaltan lo que es o parece ser aceptable, incluso conveniente, para la burguesía y el imperialismo.
El lector habrá notado que lo que acaba de leer es una paráfrasis de parte de una afirmación lapidaria de Lenin sobre Marx. Hemos modificado los nombres y adaptado el discurso a la realidad esencial de la historia de nuestros días: la lucha de vida o muerte contra el imperialismo. Debemos admitir que el discurso se adapta perfectamente al propio Lenin, especialmente cuando consideramos lo que escribió sobre el imperialismo y la lucha contra el dominio imperialista.
Sin pretender ni tener la audacia de querer restablecer la doctrina de Lenin sobre el movimiento de liberación nacional, nos gustaría, sin embargo, evocar ciertos aspectos que nos parecen importantes, principalmente para aquellos que luchan por la libertad y el progreso de sus pueblos.
Lenin demostró de manera muy clara que el movimiento de liberación nacional, que ha cobrado fuerza desde principios del siglo XX, no es un hecho nuevo en la historia. En todos los continentes, en épocas más o menos lejanas, ha habido no solo luchas de liberación tribal o étnica, sino también movimientos de lucha de liberación nacional. Los pueblos de la antigua Indochina y otras regiones de Asia; de México, Bolivia y otros países del continente americano; de Grecia, los Balcanes en general, e incluso Portugal en Europa; de Egipto, África Oriental y África Occidental —por nombrar solo algunos— han tenido en el pasado su experiencia en la lucha de liberación nacional.
Estos movimientos han experimentado victorias o derrotas, pero existieron y dejaron huellas indelebles en los pueblos que afectaron, en el contexto histórico de las sociedades en cuestión, en una etapa determinada de la evolución económica y política de la humanidad.
Sin embargo, no hay lugar para confusiones. Lenin demostró que el Imperio Romano, por ejemplo, no es la misma realidad histórica que el Imperio Británico, aunque ambos comparten lo que parece ser, hasta ahora, una necesidad o constante en las relaciones entre las sociedades humanas: el intento o éxito del dominio político y la explotación económica de ciertos pueblos o naciones por parte de Estados extranjeros o, lo que es lo mismo, por parte de clases dominantes extranjeras.
Es evidente que Carlomagno no fue ni podía ser César o Atila, pero es aún más evidente que cualquier jefe de Estado imperialista no es, ni puede serlo, el Ghana del imperio africano que lleva su nombre, ni un emperador de la familia Ming, ni un Cortés, conquistador de las Américas, ni el zar de Rusia. Del mismo modo y por las mismas razones, los bancos y los monopolios imperialistas no son las antiguas asociaciones comerciales de Venecia o la Liga Hanseática.
Lenin demostró que la lucha de liberación contra el dominio de una aristocracia militar (tribal o étnica), contra el dominio feudal e incluso contra el dominio capitalista extranjero de la época del capitalismo de libre competencia, no es la misma realidad histórica que la lucha de liberación nacional contra el imperialismo, contra el dominio económico y político de los monopolios, del capital financiero, actuando en forma de colonialismo, neocolonialismo. Se ha vuelto y debe ser evidente para todos hoy que la aparición del imperialismo ha operado una transformación profunda e irreversible en el movimiento de liberación nacional, definiéndolo como la resistencia natural y necesaria al dominio imperialista.
Definiendo las características internas y externas del imperialismo — el estado supremo del capitalismo, resultado de la concentración del capital financiero en algunas empresas de unos pocos países, dominio insaciable de los monopolios —, Lenin caracterizó simultáneamente las transformaciones irreversibles operadas en el contenido y la forma del movimiento de liberación nacional, del cual previó científicamente la línea general de evolución.
A Lenin le corresponde el mérito de haber revelado, e incluso predicho, las realidades esenciales de la lucha de nuestros días, pues profundizó en el análisis del hecho imperialista y de la lucha general contra el imperialismo.
En su genial crítica, Lenin aclaró el carácter fundamentalmente económico del imperialismo, estudió sus características internas y externas y sus implicaciones económicas, políticas y sociales, tanto dentro como fuera del mundo capitalista. Destacó las fuerzas y debilidades de esta nueva realidad que es el imperialismo (casi de su misma edad), que abrió nuevas perspectivas para la evolución de la humanidad.
Al situar geográficamente el fenómeno imperialista en una parte bien definida del mundo; distinguiendo el factor económico de sus implicaciones políticas o sociopolíticas, sin olvidar las relaciones de dependencia dinámica entre estos dos aspectos de un mismo fenómeno; y caracterizando las relaciones del imperialismo con el resto del mundo, Lenin situó objetivamente tanto al imperialismo como a la lucha de liberación nacional en sus verdaderas coordenadas históricas. Estableció así, de manera definitiva, la diferencia y las conexiones fundamentales entre el imperialismo y el dominio imperialista.
El análisis de Lenin se revela así como un estímulo realista y un arma poderosa para el desarrollo ulterior y multilateral del movimiento nacional liberador. Sin embargo, es necesario notar que este análisis va aún más lejos en la contribución que ofrece a la evolución de dicho movimiento.
De hecho, si podemos decir que Marx, principalmente en su obra principal — El Capital —, llevó a cabo la anatomía o la anatomía patológica del capitalismo, la obra de Lenin sobre el imperialismo puede considerarse como la pre-autopsia del capitalismo moribundo. No es exagerado afirmar que, para él, a partir del momento en que el dominio económico y político del capital financiero (los monopolios) se consolidó en algunos países y se concretizó en el exterior de esos países mediante el movimiento de reparto del mundo, especialmente en África, con el monopolio de las colonias —el capitalismo, tal como se había definido anteriormente, se transformó en un cuerpo en putrefacción.
Un estudio, incluso superficial, de la historia económica contemporánea de los principales países capitalistas (quizás incluso de los menos importantes) revela que la tenaz lucha entre el capital financiero (representado por los monopolios y los bancos) y el capital de libre competencia suele saldarse con la victoria del primero, es decir, del imperialismo.
Por lo tanto, debemos constatar que Lenin tenía razón: el capitalismo creó el imperialismo y al mismo tiempo creó los elementos propicios para su destrucción. El imperialismo mató y sigue matando al capitalismo. En efecto, las transformaciones profundas realizadas en las relaciones de fuerzas en el ámbito de la libre competencia llevaron a los monopolios, a la acumulación gigantesca del capital financiero privado dentro de ciertos países y, como consecuencia de ello, al dominio político de estos por parte de los monopolios, lo que los convirtió en países imperialistas. Esta nueva situación está en la base de una confrontación permanente, abierta o no, «pacífica» o no, entre los países imperialistas que buscan nuevos equilibrios en la relación de fuerzas, en función del grado relativo de desarrollo de las fuerzas productivas y de la necesidad creciente tanto de obtener materias primas como de conquistar mercados, es decir, de la realización insaciable de plusvalía o de rendimiento para el capital financiero.
Basándose en un análisis tan lúcido y realista, era normal que Lenin extrajera conclusiones importantes para el desarrollo ulterior de la lucha contra el imperialismo.
Estas conclusiones parecen ser extremadamente ricas en consecuencias:
- La acumulación desenfrenada del capital financiero y el triunfo de los monopolios como la fase final de la apropiación privada de los medios de producción, con el agravamiento de la contradicción entre esta apropiación y el carácter social del trabajo productivo, han creado las condiciones propicias para la revolución, que eventualmente terminará con el régimen capitalista, actualmente representado por el imperialismo.
- Es posible, necesario y urgente llevar a cabo la revolución, si no en varios países, al menos en uno, especialmente en el momento en que la agresividad característica del imperialismo se manifiesta en una guerra entre los países capitalistas por una nueva división del mundo (Primera Guerra Mundial).
- La creación de un Estado socialista dará un golpe decisivo al imperialismo y abrirá nuevas perspectivas para el desarrollo del movimiento obrero internacional y el movimiento de liberación nacional.
- Es posible un nuevo enfrentamiento armado entre los Estados imperialistas-capitalistas, ya que la hipótesis del ultra-imperialismo o superimperialismo, que resolvería las contradicciones entre los Estados imperialistas, «es tan utópica como la ultra-agricultura». Este enfrentamiento debilitará inevitablemente al imperialismo (Segunda Guerra Mundial). Esto creará condiciones más favorables para el desarrollo de las fuerzas cuyo destino histórico es destruir el imperialismo: la instalación del poder socialista en nuevos países, el fortalecimiento del movimiento obrero internacional y el movimiento de liberación nacional.
- Los pueblos oprimidos de África, Asia y América Latina están llamados necesariamente a desempeñar un papel decisivo en la lucha por la liquidación del sistema imperialista mundial, del cual son las principales víctimas.
Estas conclusiones de Lenin, explícita o implícitamente contenidas en su obra dedicada al imperialismo y confirmadas por los hechos de la historia contemporánea, son otra notable contribución al pensamiento y la acción del movimiento de liberación.
Siendo marxista o no, leninista o no, es difícil para alguien no reconocer la validez, incluso el carácter genial del análisis y las conclusiones de Lenin, que se revelan de un alcance histórico inmenso, iluminando con una claridad fecunda el camino a menudo difícil e incluso sombrío de los pueblos que luchan por su total liberación del dominio imperialista.
Abril, 1970
Alma Ata, RSS de Kazajistán