Cayo Lara: «Cataluña no puede decidir su futuro unilateralmente»
Había una vez un casero malvado, dueño de un viejo y cochambroso edificio en el que vivían de alquiler diecinueve familias y otros tantos inquilinos.
Aprovechándose de que en aquel lugar no existía otro edificio, el casero había impuesto unas condiciones más que abusivas en el contrato de arrendamiento. No había agua corriente, ni electricidad, ni calefacción para pasar el invierno. El mantenimiento de este edificio corría por cuenta de los propios inquilinos, que apenas llegaban a pagar el precio del alquiler.
Había goteras en el tejado, manchas de humedad en todos los pisos, y por si fuera poco, una colonia de termitas estaba devorando la escalera comunitaria. Los inquilinos le pidieron varias veces al casero que arreglara los desperfectos, pero este, lejos de cumplir con sus obligaciones como arrendador, respondía a las demandas con subidas en el precio del alquiler.
Un buen día, una de las familias decidió abandonar el edificio y construir su propia vivienda en las afueras de aquel lugar, por lo que convocaron una reunión con el casero y los demás inquilinos para comunicarles su decisión. Al escuchar la noticia, el casero enfurecido les prohibió abandonar el edificio.
-¿Cómo vais a marcharos de aquí? ¡No encontraréis otro edificio mejor que este! ¡No os lo permitiré! –dijo el casero.
-Con el debido respeto, esa decisión nos corresponde únicamente a nosotros – respondieron al unísono los miembros de la familia.
El casero, impotente y desesperado, advirtió al resto de inquilinos de que, si la familia se marchaba, les tocaría pagar su alquiler entre todos.
-¡Entonces esa decisión no debe tomarse unilateralmente! –exclamó una voz con rotundidad.
Se trataba del inquilino Lacayo Lara, un hombre de quien se rumoreaba que pagaba un alquiler muy bajo y gozaba de ciertos privilegios y comodidades. En alguna otra ocasión, Lacayo había conseguido persuadir a sus vecinos de cometer ciertas «locuras», como aquel día en que algunas familias se negaron a seguir pagando el alquiler.
Con un grandilocuente discurso, el inquilino Lacayo puso al resto de vecinos en contra de esta familia, convenciéndolos de que lo más justo y democrático era que todos los vecinos decidieran por votación si permitían o no que la familia abandonase edificio.
Así se hizo, y de esta manera, los vecinos, engañados por Lacayo Lara, decidieron prohibir el derecho de las familias a abandonar libre y unilateralmente el edificio, pensando que aquello era lo más democrático.
El casero, satisfecho con la resolución, mandó instalar una puerta blindada y contrató a un portero con pistola para vigilar el portal. Por supuesto, los costes corrieron por cuenta de la comunidad.
Aquella misma noche, Lacayo Lara fue invitado a cenar langosta en la mansión del casero, que también le obsequió con una reducción en el precio del alquiler y unas palmaditas en la espalda, por su lealtad y buen servicio.
F. Pianiski, militante de Iniciativa Comunista