A los políticos de profesión se les llena la boca cuando hablan de los ciudadanos, de los derechos del ciudadano, del bien común de la ciudadanía, etc.
Es una palabra muy recurrente en discursos, tertulias mañaneras y campañas electorales.
La palabra tiene un significado concreto, pero en boca de embaucadores profesionales, ciertamente, me suena a adulación. Y creo que el camelo funciona bastante bien, tanto que incluso desde la izquierda extraparlamentaria, se habla a menudo en los mismos términos.
Nos sentimos plenamente identificados, y casi parece que tuviéramos que sacar pecho por pertenecer a un determinado Estado-Nación, que tuviéramos que estar orgullosos de vivir bajo el cobijo de una Constitución que en realidad no está hecha para el conjunto de la ciudadanía. Ellos hablan de los ciudadanos y nosotros nos damos por aludidos.
Todo esto viene a partir de uno de esos debates del 15M, en el que algunos plantean que hablar de la clase obrera en pleno Siglo XXI, suena extraño, rancio y desfasado. Resulta que hablar de la clase obrera y de conciencia de clase, no conecta con la gente. Es un lenguaje antiguo, propio de nuestros abuelos, alejado de este nuevo y moderno mundo de la Internet y los teléfonos móviles. El término «ciudadanía», que en realidad es mucho más antiguo que nuestros propios abuelos, y más antiguo incluso que el proletariado mismo, si que nos representa a todos, si que conecta con la gente. (esas manitas al aire)
Pero no es nuestra condición de ciudadanos la que nos mantiene oprimidos, sino nuestra condición de clase. Cuando decimos que los ciudadanos vamos a pagar las consecuencias de la crisis, eso no es cierto. La crisis la está pagando la clase trabajadora, así de claro. ¿O acaso no son ciudadanos Botín, Rubalcaba o Mariano Rajoy?
No se trata de una cuestión de marketing propagandístico, sino de borrar el contenido de clase de nuestro discurso político. Quienes redactaron, y recientemente modificaron la Constitución española, si que tuvieron muy en cuenta el contenido de clase de la misma. Es ese contenido de clase el que hace inútil el estatus de ciudadanía para los trabajadores del Estado español, porque la Constitución española no está hecha para los trabajadores, sino para los capitalistas y demás parásitos sociales.
La Constitución dice que todos los ciudadanos tenemos derecho a una vivienda digna, pero antepone el derecho a la propiedad privada y la especulación. La Constitución dice que todos los ciudadanos tenemos derecho a un trabajo digno, pero antepone la economía de Libre Mercado. En definitiva, con la Constitución española gana la burguesía y pierde la clase trabajadora, pero eso sí, todos somos ciudadanos.
Y si los ciudadanos de clase obrera no tenemos garantizados derechos fundamentales como son el trabajo y la vivienda ¿Qué garantías pueden esperar los trabajadores que no son ciudadanos? Porque cuando hablamos de los derechos de la ciudadanía, estamos excluyendo a los inmigrantes de cualquier reivindicación en ese sentido. Nos encontramos con un 12% de la población en el Estado español, que no goza de ese reconocimiento legal.
No hace falta profundizar demasiado en el análisis de la realidad concreta de nuestro tiempo, para darnos cuenta de que la contradicción principal sigue siendo la de explotados y explotadores (proletariado-capitalistas). El proletariado existe. Los trabajadores existimos como clase, y es justamente esa condición de clase la que nos enfrenta a los Botines y los Rubalcabas de turno, la que nos enfrenta a la Constitución que han fabricado en contra de los trabajadores. Y por supuesto, es esa condición de clase la que nos hermana con el 12% de no ciudadanos en cualquier pueblo del Estado español, así como con todos los trabajadores del planeta.
Ellos prefieren ciudadanos indignados antes que trabajadores furiosos y organizados.
F.Pianiski, militante de Iniciativa Comunista