«El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza»
– Marx, El Capital.
En los momentos de crisis, de agonía social, la verdadera forma de ser del capital se pone de manifiesto. En estos momentos se evidencia el lugar que ocupa cada cual en la producción, la capacidad que cada cual tiene para decidir sobre su vida y la de los demás.
Son ya cientos los fallecidos, miles los desaparecidos, y parece, según algunos, que nada podría haberse evitado. Pero quien dice esto parece poner únicamente el foco en lo meteorológico. Olvidan que la sociedad se organiza ante la inclemencia de una forma específica, concreta; que la forma de prevenir, afrontar, y solventar la inclemencia no es una cuestión de azar, de causalidad y fortuna. Por el contrario, es una cuestión social, puramente social, que depende, en lo esencial, de cómo producimos, de cómo nos organizamos, de quién decide sobre todo esto.
Y es que hay quién, sabiendo los peligros, decidió obligar a los trabajadores a marchar a sus puestos. Vemos aquí la primera cosa que se hace evidente: el poder de los capitalistas sobre la vida de los desposeídos. El trabajador, amenazado por el despido, atado a la necesidad y al riesgo de quedarse sin su sustento vital, no tiene más remedio que entregar su vida al capitalista. Este, el burgués, tiene la capacidad de legislar, de facto, sobre ella. El trabajador tiene que anteponerse al miedo inmediato que le causa la riada para no exponerse al riesgo de ser despedido y caer en desgracia. No tiene, el trabajador, más remedio que acatar las órdenes del patrón. Y en esas, el patrón, negligente, movido por el afán de interés, decide ordenar la marcha hacia la muerte.
¿En qué se concreta esto? En miles de trabajadores atrapados es sus centros de trabajo, en cientos de trabajadores desplazándose en mitad de la inclemencia. Todo porque los trabajadores no decidimos sobre nuestras vidas, todo porque deciden otros. Y en esto nada importa lo meteorológico.
Ahora, después de la tormenta, viene la calma, y en la calma sigue desvelándose la verdadera naturaleza del capital. Los recursos sociales aparecen como propiedad exclusiva de las empresas: hay comida, pero no se puede comer; hay agua, pero no se puede beber. ¿Por qué? Porque aquello que producen los trabajadores no es suyo, no está pensado para la satisfacción directa de sus necesidades. Lo que se produce es producido como medio de enriquecimiento para los capitalistas. Vemos aquí la segunda cosa que se hace evidente: los valores de uso, los productos que satisfacen necesidades, son, en realidad, mercancías que tienen el papel de garantizar, y realizar, la riqueza de los empresarios; no las necesidades de los trabajadores. El trabajador, si paga, accede a ello, si no paga, se muere de hambre. Algo que es especialmente cruel cuando el trabajador lo ha perdido todo y no tiene nada. Algo que es especialmente cruel cuando hay necesidades extraordinarias que cubrir.
Así, con los productos bajo el control de los capitalistas, dependemos de su voluntad. Y en esto, otra vez, nada importa lo meteorológico. Bajo el capitalismo es imposible centralizar la producción, disponer bajo un mando único de todos los productos y distribuirlos de forma eficaz, no en base al beneficio, sino en base a las necesidades. Bajo el capitalismo, esto es imposible porque la producción es privada, y los productos derivados de la producción propiedad de los capitalistas. Dependemos, pues, de que quieran ayudarnos con sus migajas. En estas perdemos tiempo crucial en organizar los productos, en distribuirlos, en atender necesidades. Y mirando atrás este tiempo es vital.
Así las cosas, resulta que muchas muertes eran evitables, que si importase más la vida que el beneficio no habría cientos, o miles, de trabajadores muertos, que si importase más la necesidad que el beneficio estaríamos atendiendo de forma más eficiente a los afectados. Y todo este margen de mejora lo vemos aun cuando en este escrito decidimos dejar a un lado el análisis de cómo las condiciones sociales influyen sobre el clima, sobre el trazado urbanístico, la construcción de infraestructuras y otras variables que entran en juego en este desastre. Si nos metemos a analizar, en detalle, estas cuestiones, el margen de mejora es, aún, mucho más grande.
Pero, sea como sea, hay un obstáculo fundamental para poder realizar este margen de mejora: el poder de los empresarios. Los empresarios pueden decidir sobre nuestra vida, sobre los productos, porque poseen la propiedad de los medios de producción. Esta es la clave de todo. Controlando los medios de producción se aseguran el control sobre la producción, y controlando la producción, es decir, la comida, el agua, la ropa, etc. controlan nuestras vidas.
Aquí se hace evidente una tercera cosa: el poder político de los empresarios descansa sobre la propiedad privada de los medios de producción. Ello nos impone una tarea, y es que, si queremos mejorar, si queremos cambiar las cosas, debemos cambiar el orden de propiedad que determina cómo actuamos. Debemos cambiar el orden de cosas que ha provocado muertes que eran evitables.
Para ello, para cambiar el orden de propiedad, es necesario organizarse políticamente, crear las estructuras, las herramientas, necesarias para realizar el cambio, sabiendo que tenemos en frente a una clase, la burguesía, que no tiene ningún respeto por nuestras vidas. Para no seguir muriendo necesitamos dar el paso a la organización, necesitamos cambiar el mundo de base.
– Nieves Blanco