Estamos en un año marcado por los procesos electorales en el que las distintas opciones pugnan, de forma más o menos evidente, por mantener incólumes los intereses de la oligarquía: la defensa de la propiedad privada, la explotación asalariada, pertenencia a la UE y la OTAN, el incremento de gastos militares y alineamiento con Estados Unidos especialmente en el ámbito militar. Y pese a que el socialreformismo condena en sus discursos a «los ricos» y a la «guerra» o incluso a la OTAN, en la práctica apuntala las bases económicas que los hace posibles.
Este modelo de democracia burguesa es, en resumidas cuentas, un proceso de legitimación de la hegemonía de la clase capitalista, mientras la mayoría de la población no puede decidir sobre los más básicos aspectos de su vida cotidiana; trabajo, salario, vivienda. Los mecanismos de participación popular se ven limitados a convocatorias periódicas y puntuales para elegir a unos representantes que, tras su nombramiento, no se ven sometidos a ningún control popular.
El gobierno se limita a realizar reformas de poco calado en un marco laboral y social, a la par que aplaude y fortalece la reconversión del modelo capitalista en crisis abogando por la «economía verde» y la digitalización sustentada por fondos europeos. Pero mientras la producción capitalista y la clase burguesa se rearman, las trabajadoras siguen soportando los efectos de la crisis económica: salarios congelados, incremento de los precios, temporalidad en el empleo, dificultad en el acceso a la vivienda y a los servicios públicos, cada vez más mermados.
Y ante esta decadencia, el Gobierno y la socialdemocracia agitan el miedo a la «derechona» a la par que desactivan y reprimen las legítimas protestas populares, sacando tanquetas como en la huelga del metal de Cádiz. Tampoco se cortan al asesinar y apalear a migrantes en las fronteras, que huyen de sus países tras el saqueo imperialista, ni dudan en mantener a salvo la Ley Mordaza o las infiltraciones policiales en los movimientos populares, por no mencionar el control abiertamente declarado de las comunicaciones privadas con la excusa de la pandemia del covid 19 y la represión judicial a las sindicalistas de la CNT de Xixón.
Todo ello con la complicidad necesaria de las cúpulas del sindicalismo mayoritario, que negocia y ampara la nueva hornada de leyes del Gobierno, que firma convenios colectivos con mermas salariales y retrocesos de derechos mientras se solidariza con las movilizaciones de Francia por la jubilación a los 62 años cuando aquí firma el retiro a los 67.
Nuestra organización apoya decididamente al minoritario pero digno sindicalismo combativo, y se alegra de los pasos por la unidad de acción que se han dado en los últimos tiempos.
Pero para cambiar esta situación no basta con acudir puntualmente a las urnas, con la resistencia de las organizaciones sindicales de clase, sino que es preciso que las obreras pongan todos sus esfuerzos en construir la organización comunista que combata la parálisis y el desánimo, que exponga y explique las causas de la violencia que sufrimos y la combata sin perderse en el marco legalista y represivo del Estado burgués. Una organización capaz de formar cuadros comunistas, de liderar el malestar y las reivindicaciones de la clase trabajadora y que, liberándose a sí misma libere a la humanidad.
Todo el poder para la clase obrera.
Construyamos la organización comunista.