Sobre la agitación y propaganda comunistas

2023-04-02T17:16:03+02:0025 de marzo, 2023|Formación|

Esta pequeña colección de fragmentos recoge la perspectiva de V.I. Lenin sobre distintos aspectos de la agitación y propaganda comunistas de la mano de diversos autores y del propio Lenin.

El texto toma los fragmentos de los siguientes escritos: Fragmento del discurso: Lenin, Cuestiones del Leninismo y Acerca de las tres consignas fundamentales del partido sobre la cuestión campesina de I.V. Stalin; Recuerdos sobre Lenin de Clara Zetkin; ¿Qué hacer?, La enfermedad infantil del “izquierdismo“ en el comunismo, Confusión entre política y pedagogía, ¿Por dónde empezar? y A propósito de las consignas de V.I. Lenin; Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo de J. Dimitrov.

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Habla Lenin

Vi por primera vez a Lenin en diciembre de 1905, en la Conferencia bolchevique de Tammerfors (Finlandia). Esperaba ver al águila de las montañas, al gran hombre de nuestro Partido, a un hombre no sólo grande desde el punto de vista político, sino también, si queréis, desde el punto de vista físico, porque me imaginaba a Lenin como a un gigante apuesto e imponente. Cuál no sería mi decepción, cuando vi a un hombre de lo más corriente, de talla inferior a la media y que no se diferenciaba en nada, absolutamente en nada, de los demás mortales…

Es costumbre que los “grandes hombres” lleguen tarde a las reuniones, para que los asistentes esperen su aparición con el corazón en suspenso; además, cuando va a aparecer el “gran hombre”, los reunidos se advierten: “¡Chist…, silencio…, ahí viene!”. Este ceremonial no me parecía superfluo, pues impone, inspira respeto. Cuál no sería mi decepción, cuando supe que Lenin había llegado a la reunión antes que los delegados y que, metido en un rincón, platicaba del modo más sencillo y natural con los delegados más sencillos de la Conferencia. No oculto que esto me pareció entonces una infracción de ciertas normas imprescindibles.

Sólo más tarde comprendí que esta sencillez y esta modestia de Lenin, este deseo de pasar inadvertido o, en todo caso, de no llamar la atención, de no subrayar su alta posición, que este rasgo constituía una de las mayores virtudes de Lenin como jefe nuevo de las masas nuevas, de las sencillas y corrientes masas de las “capas bajas” más profundas de la humanidad.

Admirables fueron los dos discursos que Lenin pronunció en esta Conferencia: sobre el momento y sobre la cuestión agraria. Por desgracia, no se han conservado. Fueron unos discursos inspirados, que arrebataron de clamoroso entusiasmo a toda la Conferencia. La extraordinaria fuerza de convicción, la sencillez y la claridad de los argumentos, las frases breves e inteligibles para todos, la falta de afectación, de gestos aparatosos y de frases efectistas, dichas para producir impresión; todo ello distinguía favorablemente los discursos de Lenin de los discursos de los oradores “parlamentarios” habituales.

Pero no fue este aspecto de los discursos de Lenin lo que me cautivó entonces. Me subyugó la fuerza invencible de su lógica, que, si bien era algo seca, dominaba al auditorio, lo electrizaba poco a poco y después, como suele decirse, hacía que se le rindiera incondicionalmente. Recuerdo que muchos de los delegados decían: “La lógica en los discursos de Lenin es como unos tentáculos irresistibles que le atenazan a uno por todos lados y de los que no hay modo de zafarse: hay que rendirse o disponerse a sufrir un fracaso rotundo”.

Creo que esta particularidad de los discursos de Lenin es el lado más fuerte de su arte oratorio.

V. Stalin. Fragmento del Discurso: Lenin (1924)

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Lenin se levanta a hablar. Su intervención es un modelo de elocuencia leniniana. Sin adornos retóricos de ningún género. La retórica es suplida por el peso de la idea, clara y diáfana, por la lógica inflexible de la argumentación, por la línea consecuentemente mantenida. Los períodos se lanzan como bloques sin tallar, y se unen, formando un todo armónico. Lenin no pretende fascinar ni arrebatar; quiere, sencillamente, convencer. Y convence y arrebata. No por la belleza resonante de las palabras que embriagan, sino por el espíritu luminoso, que enfoca sin engaños ni transfiguraciones, tal como es, en su auténtica realidad, el mundo de los fenómenos sociales y que, con cruel sinceridad, “dice lo que es”. Ahora, las afirmaciones de Lenin caen como latigazos, más aún, como porrazos, sobre aquellos “que se hacen un deporte de la batida contra los derechistas” y que no comprenden qué es lo que puede llevarnos al triunfo. Sólo podremos vencer verdaderamente si, luchando, sabemos traer a nuestro lado a la mayoría de la clase obrera, y no a la mayoría de los obreros exclusivamente, sino a la mayoría de los “explotados y oprimidos”.

Todos presentimos, que la batalla decisiva está dada. Al acercarme a estrechar la mano de Lenin con resplandeciente entusiasmo, no pude contenerme, y le dije:

—¿Sabe usted, Lenin, que en nuestros países ningún jefe de una asamblea, revestido de pontifical, se atrevería a hablar con la sencillez y la naturalidad con que usted habla? Temería que no se le considerase “bastante culto”. Yo sólo conozco algo comparable a su modo de hablar: el formidable arte de Tolstói. Tienen ustedes de común la gran línea armónica, cerrada, el inexorable amor a la verdad. Eso sí que es belleza. ¿Se trata, acaso, de una característica específicamente eslava?

—No lo sé —dijo Lenin—. Sólo sé que yo cuando “me hice orador” hablaba siempre mentalmente para los obreros y los campesinos. Mi única preocupación era que ellos me entendiesen. Y donde quiera que hable un comunista, debe pensar en las masas, hablar para ellas.

Clara Zetkin. Recuerdos sobre Lenin.

Propagandista y Agitador

(…) Un propagandista trata, por ejemplo, el problema del desempleo, debe explicar la naturaleza capitalista de las crisis, mostrar la causa que las hace inevitables en la sociedad actual, exponer la necesidad de transformar la sociedad capitalista en socialista, etc. en una palabra, debe comunicar “muchas ideas”, tantas, que todas ellas en conjunto podrán ser asimiladas en el acto sólo por pocas (relativamente) personas.

En cambio, el agitador, al hablar de este mismo problema, tomará un ejemplo, el más destacado y más conocido de su auditorio –pongamos por caso, el de una familia de parados muerta de inanición, el aumento de la miseria, etc. – y, aprovechando ese hecho conocido por todos y cada uno, orientará todos sus esfuerzos a inculcar en la “masa” una sola idea: la idea de cuán absurda es la contradicción entre el incremento de la riqueza y el aumento de la miseria; tratará de despertar en la masa el descontento y la indignación contra esta flagrante injusticia, dejando al propagandista la explicación completa de esta contradicción.

Por eso, el propagandista actúa principalmente por medio de la palabra impresa, mientras que el agitador lo hace de viva voz. Al propagandista se le exigen cualidades distintas que al agitador. (…)

Pero segregar un tercer terreno o tercera función de actividad práctica incluyendo en esta función “el llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas”, constituye el mayor desatino, pues el “llamamiento”, como acto aislado, o es un complemento natural e inevitable del tratado teórico, del folleto de propaganda y del discurso de agitación, o es una función netamente ejecutiva. En efecto, tomemos, por ejemplo, la lucha actual de los socialdemócratas alemanes contra los aranceles cerealistas. Los teóricos escriben estudios sobre la política aduanera y “llaman”, supongamos, a luchar por la conclusión de tratados comerciales y por libertad de comercio; el propagandista hace lo mismo en una revista, y el agitador, en discursos públicos. Las “acciones concretas” de las masas consisten en este caso en firmar peticiones dirigidas al Reichstag, reclamando que no se eleven los aranceles cerealistas. El llamamiento a esta acción parte indirectamente de los teóricos, los propagandistas y los agitadores, y directamente, de los obreros que recorren las fábricas y las viviendas particulares recogiendo firmas.

V. I. Lenin. ¿Qué Hacer? (1902)

Ganarse a las masas

Mientras se trate (como se trata aún ahora) de atraerse al comunismo a la vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer término; incluso los círculos, con todas las debilidades de la estrechez inherente a los mismos, son útiles y dan resultados fecundos en este caso. Pero cuando se trata de la acción práctica de las masas, de poner en orden de batalla —si es permitido expresarse así— al ejército de millones de hombres, de la disposición de todas las fuerzas de clase de una sociedad para la lucha final y decisiva, no conseguiréis nada con sólo las artes de propagandista, con la repetición escueta de las verdades del comunismo “puro”. Y es que en este terreno, la cuenta no se efectúa por miles, como hace en sustancia el propagandista miembro de un grupo reducido y que no dirige todavía masas, sino por millones y decenas de millones. En este caso tenéis que preguntaros no sólo si habéis convencido a la vanguardia de la clase revolucionaria, sino también si están dispuestas las fuerzas históricamente activas de todas las clases, obligatoriamente de todas las clases de la sociedad sin excepción, de manera que la batalla decisiva se halle completamente en sazón, de manera que 1) todas las fuerzas de clase que nos son adversas estén suficientemente sumidas en la confusión, suficientemente enfrentadas entre sí, suficientemente debilitadas por una lucha superior a sus fuerzas; 2) que todos los elementos vacilantes, versátiles, inconsistentes, intermedios —es decir, la pequeña burguesía, la democracia pequeñoburguesa, a diferencia de la burguesía—, se hayan puesto bastante al desnudo ante el pueblo, se hayan cubierto de ignominia por su bancarrota práctica; 3) que en el proletariado empiece a formarse y a extenderse con poderoso impulso un estado de espíritu de masas favorable a apoyar las acciones revolucionarias más resueltas, más valientes y abnegadas contra la burguesía. He aquí en qué momento está madura la revolución, he aquí en qué momento nuestra victoria está segura, si hemos calculado bien todas las condiciones indicadas y esbozadas brevemente más arriba y hemos elegido acertadamente el momento. (…)

La historia en general, la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva, más “astuta” de lo que se imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más adelantadas. Se comprende fácilmente, pues las mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad, la pasión, la imaginación de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la hacen, en momentos de tensión y excitación especiales de todas las facultades humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión, la imaginación de decenas de millones de hombres aguijados por la lucha de clases más aguda. De aquí se derivan dos conclusiones prácticas muy importantes: la primera es que la clase revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas y los aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social (dispuesta a completar después de la conquista del Poder político, a veces con gran riesgo e inmenso peligro, lo que no ha terminado antes de esta conquista); la segunda es que la clase revolucionaria debe hallarse dispuesta a reemplazar de un modo rápido e inesperado una forma por otra.

Todo el mundo convendrá que sería insensata y hasta criminal la conducta de un ejército que no se dispusiera a utilizar toda clase de armas, todos los medios y procedimientos de lucha que posee o puede poseer el enemigo. Pero esta verdad es todavía más aplicable a la política que al arte militar. En política se puede aún menos saber de antemano qué método de lucha será aplicable y ventajoso para nosotros en tales o cuales circunstancias futuras. Sin dominar todos los medios de lucha, podemos correr el riesgo de sufrir una enorme derrota, a veces decisiva, si cambios independientes de nuestra voluntad en la situación de las otras clases ponen a la orden del día una forma de acción en la cual somos particularmente débiles. Si dominamos todos los medios de lucha, nuestro triunfo es seguro, puesto que representamos los intereses de la clase realmente avanzada, realmente revolucionaria, aun en el caso de que las circunstancias no nos permitan hacer uso del arma más peligrosa para el enemigo, del arma susceptible de asestar con la mayor rapidez golpes mortales.

Los revolucionarios inexperimentados se imaginan a menudo que los medios legales de lucha son oportunistas, porque en este terreno (sobre todo en los períodos llamados “pacíficos”, en los períodos no revolucionarios) la burguesía engañaba y embaucaba con una frecuencia particular a los obreros, y que los procedimientos ilegales son revolucionarios. Tal afirmación, sin embargo, no es justa. (…)

No es difícil ser revolucionario cuando la revolución ha estallado ya y se halla en su apogeo, cuando todos y cada uno se adhieren a la revolución simplemente por entusiasmo, por moda y a veces por interés personal de hacer carrera. Al proletariado le cuesta mucho, le produce duras penalidades, le origina verdaderos tormentos “deshacerse”, después de su triunfo, de estos “revolucionarios”. Es infinitamente más difícil -y muchísimo más meritorio- saber ser revolucionario cuando todavía no se dan las condiciones para la lucha directa, franca, la verdadera lucha de masas, la verdadera lucha revolucionaria, saber defender los intereses de la revolución (mediante la propaganda, la agitación, la organización) en instituciones no revolucionarias y a menudo sencillamente reaccionarias, en la situación no revolucionaria entre unas masas incapaces de comprender de un modo inmediato la necesidad de un método revolucionario de acción. Saber encontrar, percibir, determinar exactamente la marcha concreta o el cambio brusco de los acontecimientos susceptibles de conducir a las masas a la grande y verdadera lucha revolucionaria final y decisiva, es en lo que consiste la misión principal del comunismo contemporáneo en la Europa occidental y en América.

En Inglaterra, los comunistas deben utilizar constantemente, sin descanso ni vacilación, las elecciones parlamentarias y todas las peripecias de la política irlandesa, colonial e imperialista mundial del gobierno británico, como todos los demás campos, esferas y aspectos de la vida social, trabajando en ellos con un espíritu nuevo, con el espíritu del comunismo, con el espíritu de la Tercera, no de la Segunda Internacional. No dispongo de tiempo y espacio para describir aquí los procedimientos “rusos”, “bolcheviques” de participación en las elecciones y en la lucha parlamentaria; pero puedo asegurar a los comunistas de los demás países que no se parecían en nada a las campañas parlamentarias corrientes en la Europa occidental. De aquí se saca a menudo la siguiente conclusión: “Es que vuestro parlamentarismo no era lo mismo que el nuestro”. La conclusión es falsa. Para ello existen en el mundo comunistas y partidarios de la III Internacional en todos los países, para transformar en toda la línea, en todos los dominios de la vida, la vieja labor socialista, tradeunionista, sindicalista y parlamentaria, en una labor nueva, comunista. En nuestras elecciones hemos visto también, de sobra, rasgos puramente burgueses, rasgos de oportunismo, de practicismo vulgar, de engaño capitalista.

Los comunistas de Europa occidental y de América deben aprender a crear un parlamentarismo nuevo, poco común, no oportunista, que no tenga nada de arribista; es necesario que el Partido Comunista lance sus consignas, que los verdaderos proletarios, con ayuda de la masa de la gente pobre, inorganizada y aplastada, extiendan y distribuyan octavillas, recorran las viviendas de los obreros, las chozas de los proletarios del campo y de los campesinos que viven en los sitios más recónditos (por ventura, en Europa los hay mucho menos que en Rusia, y en Inglaterra apenas si existen), penetren en las tabernas más concurridas, se introduzcan en las asociaciones, en las sociedades, en las reuniones fortuitas de los elementos pobres, que hablen al pueblo con un lenguaje sencillo (y no de un modo muy parlamentario), no corran, por nada en el mundo, tras un “lugarcito” en los escaños del parlamento, despierten en todas partes el pensamiento, arrastren a la masa, cojan a la burguesía por la palabra, utilicen el aparato creado por ella, las elecciones convocadas por ella, el llamamiento hecho por ella a todo el pueblo, den a conocer a este último el bolchevismo como nunca habían tenido ocasión de hacerlo (bajo el dominio burgués), fuera del período electoral (sin contar, naturalmente, con los momentos de grandes huelgas, cuando ese mismo aparato de agitación popular funcionaba en nuestro país con más intensidad aún). Hacer esto en la Europa occidental y en América es muy difícil, dificilísimo, pero puede y debe hacerse, pues las tareas del comunismo no pueden cumplirse, en general, sin trabajo, y hay que esforzarse para resolver los problemas prácticos cada vez más variados, cada vez más ligados a todos los aspectos de la vida social y que van arrebatándole cada vez más a la burguesía un sector, un campo de la vida social tras otro.

V. I. Lenin. La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. (1920)

La educación política de las masas

En cuanto los obreros vieron que los círculos socialdemócratas[1] querían y podían proporcionarles hojas de nuevo tipo –que les decían toda la verdad sobre su vida miserable, su trabajo increíblemente penoso y su situación de parias -, comenzaron a inundarlos, por decirlo así, de cartas de las fábricas y los talleres. Estas “publicaciones, de denuncias” causaban inmensa sensación tanto en las fábricas cuyo estado de cosas fustigaban como en todas las demás a las que llegaban noticias de los hechos denunciados. Y puesto que las necesidades y las desgracias de los obreros de distintas empresas y de diferentes oficios tienen mucho de común, la “verdad sobre la vida obrera” entusiasmaba a todos. Entre los obreros más atrasados se propagó una verdadera pasión por “ser publicado”, pasión noble por esta forma embrionaria de guerra contra todo el sistema social moderno, basado en el pillaje y la opresión. Y las “octavillas”, en la inmensa mayoría de los casos, eran de hecho una declaración de guerra, pues la denuncia producía un efecto terriblemente excitante, movía a todos los obreros a reclamar que se pusiera fin a los escándalos más flagrantes y los disponía a defender sus reivindicaciones por medio de huelgas. Los propios fabricantes tuvieron, en fin de cuentas, que reconocer hasta tal punto la importancia de estas octavillas como declaración de guerra, que, muy a menudo, ni siquiera querían esperar a que empezase la guerra. Las denuncias, como ocurre siempre, tenían fuerza por el mero hecho de su aparición y adquirían el valor de una poderosa presión moral. Más de una vez bastó con que apareciera una octavilla para que las reivindicaciones fuesen satisfechas total o parcialmente. En una palabra, las denuncias económicas (fabriles) han sido y son un resorte importante de la lucha económica. Y seguirán conservando esta importancia mientras exista el capitalismo, que origina necesariamente la autodefensa de los obreros. En los países europeos más adelantados se puede observar, incluso hoy, que las denuncias de escándalos en alguna “industria de oficio” de un rincón perdido o en alguna rama del trabajo a domicilio, olvidada de todas, se convierten en punto de partida para despertar la conciencia de clase, para iniciar la lucha sindical y la difusión del socialismo.

Durante los últimos tiempos, la inmensa mayoría de los socialdemócratas rusos ha estado absorbida casi enteramente por esta labor de organización de las denuncias de los abusos cometidos en las fábricas. (…) [Tanto ha sido así que] se olvidaba que semejante actividad, por sí sola, no era aún, en el fondo, socialdemócrata, sino sólo tradeunionista. En realidad, las denuncias no se referían más que a las relaciones de los obreros de un oficio determinado con sus patronos respectivos, y lo único que lograban era que los vendedores de la fuerza de trabajo aprendieran a vender a mejor precio esta “mercancía” y a luchar contra los compradores en el terreno de las transacciones puramente comerciales.

Estas denuncias podían convertirse (siempre que las aprovechara en cierto grado la organización de los revolucionarios) en punto de partida y elemento integrante de la actividad socialdemócrata, pero podían conducir también (y, con el culto a la espontaneidad, debían conducir) a la lucha “exclusivamente sindical” y a un movimiento obrero no socialdemócrata.

La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, sino para destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera en sus relaciones no sólo con un grupo determinado de patronos, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que, lejos de poder limitarse a la lucha económica, los socialdemócratas no pueden ni admitir que la organización de denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política. (…)

Cabe preguntar: ¿en qué debe consistir la educación política? ¿Podemos limitarnos a propagar la idea de que la clase obrera es hostil a la autocracia? Está claro que no. No basta con explicar la opresión política de que son objeto los obreros (de la misma manera que era insuficiente explicarles el antagonismo entre sus intereses y los de los patronos). Hay que hacer agitación con motivo de cada hecho concreto de esa opresión (como hemos empezado a hacerla con motivo de las manifestaciones concretas de opresión económica). Y puesto que las más diversas clases de la sociedad son víctimas de esta opresión, puesto que se manifiesta en los más diferentes ámbitos de la vida y de la actividad sindical, cívica, personal, familiar, religiosa, científica, etc., ¿no es evidente que incumpliríamos nuestra misión de desarrollar la conciencia política de los obreros si no asumiéramos la tarea de organizar una campaña de denuncias políticas de la autocracia en todos los aspectos? Porque para hacer agitación con motivo de las manifestaciones concretas de la opresión es preciso denunciar esas manifestaciones (lo mismo que arpa hacer agitación económica era necesario denunciar los abusos cometidos en las fábricas).

[1] – En este y en otros fragmentos citados aquí del ¿Qué Hacer? De Lenin, escrito en 1901-1902, se usan las palabras ‘socialdemócrata’, ‘socialdemocrático’ en el sentido en el que se usaría la palabra ‘comunista’ a día de hoy. El Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (Bolchevique) –POSDR(b) se denominó Partido Comunista a partir de 1917.

***

Se puede “elevar la actividad de la masa obrera” únicamente a condición de que no nos limitemos a hacer “agitación política sobre el terreno económico”. Y una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política consiste en organizar denuncias políticas omnímodas. Sólo con esas denuncias pueden infundirse conciencia política y actividad revolucionaria a las masas. De ahí que esta actividad sea una de las funciones más importantes de toda la socialdemocracia internacional, pues ni siquiera la libertad política suprime en lo más mínimo esas denuncias: lo único que hace es modificar un tanto su orientación. (…)

La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y de opresión, de todos los abusos y violencias, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde algún otro… la conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden —basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, actuales sin falta— a observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política; si no aprenden a hacer un análisis materialista y una apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de la población. Quien orienta la atención, la capacidad de observación y la conciencia de la clase obrera de manera exclusiva —o, aunque sólo sea con preferencia— hacia ella misma, no es un socialdemócrata, pues el conocimiento de la clase obrera por sí misma está ligado de modo indisoluble a la completa claridad no sólo de los conceptos teóricos… o mejor dicho: no tanto de los conceptos teóricos como de las ideas, basadas en la experiencia de la vida política, sobre las relaciones entre todas las clases de la sociedad actual. Por eso es tan nociva y tan reaccionaria, dada su significación práctica, la prédica de nuestros “economistas” de que la lucha económica es el medio que se puede aplicar con más amplitud para incorporar a las masas al movimiento político.

Para llegar a ser un socialdemócrata, el obrero debe formarse una idea clara de la naturaleza económica y de la fisonomía social y política del terrateniente y del cura, del dignatario y del campesino, del estudiante y del desclasado, conocer sus lados fuertes y sus puntos flacos; saber orientarse entre los múltiples sofismas y frases en boga, con los que cada clase y cada sector social encubre sus apetitos egoístas y su verdadera “entraña”; saber distinguir qué instituciones y leyes reflejan tales o cuales intereses y cómo lo hacen. Mas esa “idea clara” no se puede encontrar en ningún libro: pueden proporcionarla únicamente las escenas de la vida y las denuncias, mientras los hechos están recientes, de cuanto sucede alrededor nuestro en un momento dado; de lo que todos y cada uno hablan —o, por lo menos, cuchichean— a su manera; de lo que revelan determinados acontecimientos, cifras, sentencias judiciales, etc., etc., etc. Estas denuncias políticas omnímodas son condición indispensable y fundamental para infundir actividad revolucionaria a las masas.

¿Por qué el obrero ruso muestra todavía poca actividad revolucionaria frente al salvajismo con que la policía trata al pueblo, frente a las persecuciones de las sectas, los castigos corporales impuestos a los campesinos, los abusos de la censura, las torturas de los soldados, la persecución de las iniciativas culturales más inofensivas, etc.? ¿No será porque la “lucha económica” no le “incita a pensar” en ello, porque le “promete” pocos “resultados palpables”, porque le ofrece pocos elementos “positivos”? No; semejante juicio, repetimos, no es sino una tentativa de achacar las culpas propias a otros, imputar el filisteísmo propio (…) a la masa obrera. Debemos culparnos a nosotros mismos, a nuestro atraso con respecto al movimiento de las masas, de no haber sabido aún organizar denuncias lo suficiente amplias, brillantes y rápidas contra todas esas ignominias.

***

Hemos visto ya que la agitación política más amplia y, por consiguiente, la organización de denuncias políticas de todo género es una tarea necesaria en absoluto, la tarea más imperiosamente necesaria de la actividad, siempre que esta actividad sea de veras socialdemócrata. Pero hemos llegado a esta conclusión partiendo sólo de la necesidad apremiante que la clase obrera tiene de conocimientos políticos y de educación política. Sin embargo, esta manera de plantear la cuestión sería demasiado estrecha y daría de lado las tareas democráticas universales de toda la socialdemocracia, en general, y de la socialdemocracia rusa actual, en particular. Para explicar esta tesis del modo más concreto posible, intentaremos enfocar el problema desde el punto de vista más “familiar” al “economista”, o sea, desde el punto de vista práctico. “Todos están de acuerdo” con que es preciso desarrollar la conciencia política de la clase obrera. Pero ¿cómo hacerlo y qué es necesario para hacerlo? La lucha económica “hace pensar” a los obreros sólo en las cuestiones concernientes a la actitud del gobierno ante la clase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en “dar a la lucha económica misma un carácter político”, jamás podremos, en los límites de esta tarea, desarrollar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de conciencia política socialdemócrata), pues los propios límites son estrechos (…)

Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta de qué hacen para dotar de conocimientos políticos a los obreros no se puede dar únicamente la respuesta con que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados a la labor práctica, sin hablar ya de quienes, entre los, son propensos al “economismo”, a saber: “Hay que ir a los obreros”. Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército. (…)

Tomemos el tipo del círculo socialdemócrata más difundido en los últimos años y examinemos su actividad. “Está en contacto con los obreros” y se conforma con eso, editando hojas que fustigan los abusos cometidos en las fábricas, la parcialidad del gobierno con los capitalistas y las violencias de la policía; en las reuniones con los obreros, los límites de estos mismos temas; sólo muy de tarde en tarde se pronuncian conferencias y charlas acerca de la historia del movimiento revolucionario, la política interior y exterior de nuestro gobierno, la evolución económica de Rusia y de Europa, la situación de las distintas clases en la sociedad contemporánea, etc.; nadie piensa en establecer y desenvolver de manera sistemática relaciones con otras clases de la sociedad. En el fondo, los componentes de un círculo de este tipo conciben al militante ideal, en la mayoría de los casos, mucho más parecido a un secretario de tradeunión que a un jefe político socialista. Porque el secretario de cualquier tradeunión inglesa., por ejemplo, ayuda siempre a los obreros a sostener la lucha económica, organiza la denuncia de los abusos en las fábricas, explica la injusticia de las leyes y disposiciones que restringen la libertad de huelga y la libertad de colocar piquetes cerca de las fábricas (para avisar a todos que en la fábrica dada se han declarado en huelga), explica la parcialidad de los árbitros pertenecientes a las clases burguesas del pueblo, etc., etc. En una palabra, todo secretario de tradeunión sostiene y ayuda a sostener “la lucha económica contra los patrones y el gobierno”. Y jamás se insistirá bastante en que esto no es aún socialdemocracia, que el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de tradeunión, sino el tribuno popular, que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado. (…)

… debemos orientar nuestra atención principal a elevar a los obreros al nivel de los revolucionarios y no a descender indefectiblemente nosotros mismos al nivel de la “masa obrera”, como quieren los “economistas”, e indefectiblemente al nivel del “obrero medio”, como quiere Svoboda (que, en este sentido, se eleva al segundo grado de la “pedagogía” economista). Nada más lejos de mí que el propósito de negar la necesidad de publicaciones de divulgación para los obreros y de otras publicaciones de más divulgación aún (pero, claro está, no vulgares) para los obreros muy atrasados. Pero lo que me indigna es ese constante meter sin venir a cuento la pedagogía en los problemas políticos, en las cuestiones de organización. Pues ustedes, señores, que se desvelan pro el “obrero medio”, en el fondo más bien ofenden a los obreros con el deseo de hacerles sin falta una reverencia antes de hablar de política obrera o de organización obrera. ¡Yérganse para hablar de cosas serias y dejen la pedagogía a quienes ejercen el magisterio, pues no es ocupación de políticos ni de organizadores! (…)

Comprendan de una vez que los problemas de “política” y “organización” son ya de por sí tan serios que no se puede hablar de ellos sino con toda seriedad: se puede y se debe preparar a los obreros (lo mismo que a los estudiantes universitarios y de bachillerato) para poder abordar ante ellos esos problemas; pero una vez los han abordado, den verdaderas respuestas, no se vuelvan atrás, hacia los “elementos medios” o hacia las “masas”, no salgan del paso con retruécanos o frases.

V.I. Lenin. ¿Qué hacer? (1902)

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En la actividad política del Partido Socialdemócrata hay y habrá siempre ciertos elementos de pedagogía: es preciso educar a toda la clase de los obreros asalariados con el fin de que desempeñen el papel de combatientes para emancipar de cualquier opresión a toda la humanidad; es preciso instruir constantemente a nuevas y nuevas capas de esta clase, hay que saber abordar a los elementos de esta clase más atrasados, menos desarrollados, menos influenciados por nuestra ciencia y por la ciencia de la vida, para poder hablar con ellos, para poder establecer contacto con ellos, para poder elevarlos paciente y firmemente hasta el nivel de la conciencia socialdemócrata, sin convertir nuestra doctrina en un dogma seco, enseñándola no sólo con libros, sino también mediante la participación de estas capas más atrasadas y menos desarrolladas del proletariado en la lucha diaria y práctica. En esta actividad cotidiana hay, lo repetimos, ciertos elementos de pedagogía. Un socialdemócrata que olvidase esta actividad, dejaría de serlo. Eso es cierto. Pero entre nosotros se olvida ahora con frecuencia que un socialdemócrata que redujese las tareas políticas a una simple labor pedagógica, también -aunque por otra causa- dejaría de ser socialdemócrata. Quien tuviese la ocurrencia de hacer de esta “pedagogía” una consigna especial, de contraponerla a la “política”, de basar en esta contraposición una tendencia especial y de apelar a las masas en nombre de esta consigna contra los “políticos” de la social democracia, caería al instante y de manera irremediable en la demagogia.

V. I. Lenin. Confusión entre política y pedagogía. (Junio 1905)

Trabajo comunista entre las mujeres

Debe usted redactar líneas directrices para la labor comunista entre las masas femeninas. Como conozco la posición de principio de usted y su experiencia práctica, nuestra conversación acerca de esto puede ser breve. (…)

Las líneas directrices deberán expresar nítidamente que la verdadera emancipación de la mujer sólo es posible mediante el comunismo. Hay que hacer resaltar con toda fuerza la relación indisoluble que existe entre la posición social y humana de la mujer y la propiedad privada sobre los medios de producción. Con esto, trazaremos una divisoria firme e imborrable entre nuestro movimiento y el movimiento feminista. Además, de este modo echaremos las bases para enfocar el problema de la mujer como una parte del problema social, del problema obrero, firmemente unida, por tanto, a la lucha proletaria de clases y a la revolución. Hay que conseguir que el movimiento femenino comunista sea también un movimiento de masas, una parte del movimiento general de las masas. No sólo de los proletarios, sino de los explotados y oprimidos de toda clase, de todas las víctimas del capitalismo y de cualquier otro poder.

En eso estriba también su importancia para la lucha de clases del proletariado y para su creación histórica: la sociedad comunista. Podemos sentirnos legítimamente orgullosos de tener dentro del partido, dentro de la Internacional Comunista una “elite” de mujeres revolucionarias. Pero esto no es decisivo. De lo que se trata es de ganar para nuestra causa a los millones de mujeres trabajadoras de la ciudad y del campo. Para nuestras luchas, y muy especialmente para la transformación comunista de la sociedad. Sin atraer a la mujer, no conseguiremos un verdadero movimiento de masas.

De nuestro punto de vista ideológico se deriva el criterio de organización. Nada de organizaciones especiales de mujeres comunistas. La que sea comunista, tiene su puesto en el partido, lo mismo que el hombre. Con los derechos y deberes comunistas. Acerca de esto, no puede haber discrepancias. Sin embargo, hay que reconocer un hecho. El partido debe poseer órganos, grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones, o como quieran llamarse, cuya misión especial sea despertar a las grandes masas femeninas, ponerlas en contacto con el partido y mantenerlas de un modo constante bajo su influencia. Para esto, es necesario, naturalmente, que laboremos de una manera sistemática entre esas masas femeninas, que disciplinemos a las mujeres más despiertas y las reclutemos y pertrechemos para las luchas proletarias de clase bajo la dirección del partido comunista.

Y al decir esto, no pienso solamente en las proletarias, las que trabajan en la fábrica o las que atienden al fogón. Pienso también en las campesinas humildes, en las pequeñas burguesas de los diversos sectores sociales. También ellas son víctimas del capitalismo, y desde la guerra más que nunca. La psicología apolítica, asocial, rezagada de estas masas femeninas; su círculo aislado de acción, el corte todo de su vida son hechos que sería necio, absolutamente necio desdeñar. Para trabajar en este campo, necesitamos órganos especiales de trabajo, métodos de agitación y formas de organización especiales. Y esto no es feminismo: es eficacia práctica revolucionaria. (…)

¿Por qué en ninguna parte —ni siquiera aquí en la Rusia soviética— militan en el partido tantas mujeres como hombres? ¿Por qué es tan insignificante la cifra de las obreras organizadas sindicalmente? Los hechos dan qué pensar. La resistencia a admitir estos órganos especiales indispensables para trabajar entre las grandes masas femeninas es un indicio de las concepciones muy de principio también, muy radicales, de nuestros queridos amigos del Partido Comunista Obrero. Según ellos, sólo puede haber una forma de organización: la unión obrera. En no pocas cabezas de mentalidad revolucionaria, pero confusa, se invocan los principios siempre que “faltan los conceptos”, es decir, cuando la conciencia se cierra a los hechos reales y, objetivos, que no hay más remedio que reconocer. ¿Cómo se avienen esos guardianes de los “principios puros” a las necesidades imperativas, que la historia nos impone, de nuestra política revolucionaria?

Ante la necesidad inexorable, fallan todos los discursos. Sin tener a nuestro lado a millones de mujeres, no podremos ejercer la dictadura, ni podremos edificar la sociedad comunista. A todo trance tenemos que encontrar el camino que nos lleve a ellas, estudiar, ensayar, para encontrar ese camino. (…)

Ya se sabe que nosotros no vamos a rezar propagandistamente nuestras reivindicaciones por la mujer como las cuentas de un rosario, sino que debemos luchar tan pronto por unas como por otras, a medida que lo requieran las circunstancias. Y siempre, naturalmente, en relación con los intereses generales del proletariado.

Cada una de estas batallas nos coloca enfrente de la honorable hermandad burguesa y de sus no menos honorables lacayos reformistas. Obliga a éstos a una de dos cosas: o a luchar bajo nuestras banderas —cosa que no quieren—, o a desenmascararse. Por tanto, estas luchas deslindan nuestro campo y presentan a la luz del día nuestra faz comunista. Con ellas, ganamos la confianza de las grandes masas femeninas que se sienten explotadas, esclavizadas y pisoteadas por la supremacía del hombre, por la fuerza del patrono, por la sociedad burguesa entera. (…)

Pero las grandes masas femeninas del pueblo trabajador no se sentirán irresistiblemente arrastradas a compartir nuestras luchas por el Poder, si nos limitamos a soplar una y otra vez este solo grito, aunque lo soplemos con las trompetas de Jericó. ¡No y no! Nuestras reivindicaciones deben ir políticamente asociadas también en la conciencia de las masas femeninas a las penalidades, a las necesidades y a los deseos de las mujeres trabajadoras. Estas deben saber que, para ellas, la dictadura proletaria significa la plena equiparación con el hombre ante la ley y en la práctica, dentro de la familia, en el Estado y en la sociedad, así como también el estrangulamiento del poder de la burguesía. (…)

La Rusia soviética presenta nuestras reivindicaciones femeninas bajo un ángulo visual nuevo. Bajo la dictadura del proletariado, ya no son objeto de lucha entre el proletariado y la burguesía. Implantadas, se convierten en piedras para el edificio de la sociedad comunista. Esto demostrará a las mujeres de otros países la importancia decisiva que tiene la conquista del Poder por el proletariado. (…)

Pero no nos engañemos. Nuestras secciones nacionales no ven todavía claro esto. Se comportan de un modo pasivo, indolente, ante el problema de organizar el movimiento de masas de las mujeres trabajadoras bajo la dirección comunista. No comprenden que el desarrollo y el encauzamiento de este movimiento de masas es una parte importante de las actividades globales del partido, más aún, el cincuenta por ciento de labor general del partido. Y si de vez en cuando reconocen la necesidad y el valor de organizar un movimiento femenino enérgico, con una clara meta comunista, no es más que un reconocimiento platónico de labios afuera, al que no corresponden un desvelo constante y la conciencia del deber de laborar día tras día.

Se considera la actuación agitadora y propagandista entre las masas femeninas, la obra de despertar y revolucionar a la mujer, como algo secundario, como incumbencia de las camaradas solamente. Y se las reprocha, a ellas, el que las cosas no vayan más de prisa y se desarrollen con más fuerza. ¡Eso es falso, rematadamente falso! Verdadero separatismo y feminismo rebours, como dicen los franceses, ¡feminismo a contrapelo! ¿Qué hay en el fondo de esta manera falsa de plantearse el problema nuestras secciones nacionales? No hay, en última instancia, más que un desdén hacia la mujer y hacia la obra que ésta puede realizar. Sí, señor.

Desgraciadamente, también de muchos de nuestros camaradas se puede decir aquello de “escarbad en el comunista y aparecerá el filisteo”. Escarbando, naturalmente, en el punto sensible, en su mentalidad acerca de la mujer. ¿Se quiere prueba más palmaria de esto que la tranquilidad con que los hombres contemplan cómo la mujer degenera en ese trabajo mezquino, monótono, de la casa; trabajo que dispersa y consume sus fuerzas y su tiempo, y sumisión al hombre? Naturalmente, no aludo a las damas burguesas, que encomiendan todos los quehaceres domésticos, incluido el cuidado de los niños, a personas asalariadas. Todo lo que digo se refiere a la inmensa mayoría de las mujeres, comprendidas las mujeres de los obreros, aunque se pasen todo el día en la fábrica y ganen su salario.

Son muy pocos los maridos, hasta entre los proletarios, que piensen en lo mucho que podrían aliviar el peso y las preocupaciones de la mujer, e incluso suprimirlos por completo, si quisieran ayudar “a la mujer en su trabajo”. No lo hacen, por considerarlo reñido con “el derecho y la dignidad del marido”. Este exige descanso y confort. La vida casera de la mujer es un sacrificio diario en miles de detalles nimios. El viejo derecho del marido a la dominación continúa subsistiendo en forma encubierta. Su esclava se venga de él objetivamente por esta situación, también en forma velada: el atraso de la mujer, su incomprensión de los ideales revolucionarios del marido debilitan el entusiasmo de éste y su decisión de luchar. Estos son los pequeños gusanos que corroen y minan las energías de modo imperceptible y lento, pero seguro. Conozco la vida de los obreros, y no sólo a través de los libros.

Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres. Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces del viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. Debemos hacerlo tanto en el Partido como en las masas. Esto afecta a nuestras tareas políticas, lo mismo que la imperiosa necesidad de formar un núcleo de camaradas —hombres y mujeres— que cuenten con una seria preparación teórica y práctica para realizar e impulsar la labor de Partido entre las trabajadoras. (…)

El Gobierno de la dictadura del proletariado, en alianza, naturalmente, con el Partido Comunista y los sindicatos, hace todos los esfuerzos necesarios para superar las concepciones atrasadas de los hombres y las mujeres y acabar así con la base de la vieja sicología no comunista. Huelga decir que se ha efectuado la plena igualdad de derechos del hombre y la mujer en la legislación. En todas las esferas se observa un deseo sincero de llevar a la práctica esta igualdad. Estamos incorporando a las mujeres al trabajo en la economía soviética, en los organismos administrativos, en la legislación y en la labor de gobierno. Les estamos abriendo las puertas de todos los cursillos y centros docentes para elevar su preparación profesional y social.

Estamos creando diversos establecimientos públicos: cocinas y comedores, lavaderos y talleres de reparación, casas-cuna, jardines de la infancia, orfanatos y todo género de establecimientos educativos. En una palabra, estamos aplicando de verdad la reivindicación de nuestro programa de transmitir las funciones económicas y educativas de la vida doméstica individual a la sociedad. De este modo, la mujer es liberada de la vieja esclavitud doméstica y de toda dependencia del marido. Se le brinda la plena posibilidad de actuar en la sociedad de acuerdo con sus capacidades e inclinaciones. En cuanto a los niños, se les ofrecen condiciones más favorables para su desarrollo que las que pudieran tener en casa. En nuestro país existe la legislación más avanzada del mundo en lo que atañe a la protección del trabajo femenino. Delegados de los obreros organizados la llevan a la práctica. Estamos organizando casas de maternidad, casas para la madre y el niño, consultorios para las madres, organizamos cursillos para aprender a cuidar a los niños de pecho y de corta edad, exposiciones sobre la protección de la maternidad y de la infancia, etc. Hacemos los mayores esfuerzos para satisfacer las necesidades de las mujeres cuya situación material no está asegurada y de las trabajadoras en paro forzoso.

Sabemos muy bien que todo esto es todavía poco en comparación con las necesidades de las masas femeninas trabajadoras, que esto es aún completamente insuficiente para su efectiva emancipación. Pero esto representa un paso gigantesco hacia adelante con respecto a lo que existía en la Rusia zarista, capitalista. Esto es incluso mucho en comparación con lo que se hace allí donde el capitalismo ejerce aún su dominio absoluto. Este es un buen comienzo. El rumbo es acertado, y lo seguiremos de manera consecuente, con toda nuestra energía. Ustedes, en el extranjero, pueden estar seguros de ello. Cada día de existencia del Estado soviético nos hace ver con más claridad que no avanzaremos sin el concurso de millones de mujeres.

Clara Zetkin. Recuerdos sobre Lenin.

La necesidad de un Periódico

A nuestro juicio, el punto de partida para la actuación, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, finalmente, el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ensanchar incesantemente esta organización, debe ser la creación de un periódico político para toda Rusia. Antes que nada, necesitamos un periódico. Sin él sería imposible desarrollar de un modo sistemático una propaganda y agitación fieles a los principios y extensivas a todos los aspectos, que constituye la tarea constante y fundamental de la socialdemocracia y es una tarea particularmente vital en los momentos actuales, en que el interés por la política, por los problemas del socialismo se han despertado en las más extensas capas de la población.

Nunca se ha sentido con tanta fuerza como ahora la necesidad de completar la agitación dispersa, llevada a cabo por medio de la influencia personal, por medio de hojas locales, de folletos, etc., con la agitación regular y general, que sólo puede hacerse por medio de la prensa periódica. No creo que sea exagerado decir que el grado de frecuencia y regularidad de la publicación (y difusión) de un periódico puede ser la medida más exacta de la solidez con que esté organizada entre nosotros esta rama de nuestra actividad de combate, la primordial y más urgente. Además, necesitamos un periódico destinado precisamente a toda Rusia. Si no sabemos, y mientras no sepamos, coordinar nuestra influencia sobre el pueblo y sobre el gobierno por medio de la palabra impresa, será utópico pensar en la coordinación de otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas.

Nuestro movimiento, tanto en el sentido ideológico como en el sentido práctico, en materia de organización, se resiente, sobre todo, de dispersión, de que la inmensa mayoría de los socialdemócratas están casi totalmente absorbidos por un trabajo puramente local, que limita su horizonte, el alcance de su actividad y su aptitud y preparación para la clandestinidad. Precisamente en esta dispersión deben buscarse las más profundas raíces de la inestabilidad de las vacilaciones de que hemos hablado más arriba. Y el primer paso adelante para eliminar estas deficiencias, para convertir los diversos movimientos locales en un solo movimiento de toda Rusia, tiene que ser la publicación de un periódico para toda Rusia.

Por último necesitamos sin falta un periódico político. Sin un órgano político, es inconcebible en Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político. Sin él, es absolutamente irrealizable nuestra misión de concentrar todos los elementos de descontento político y de protesta, de fecundar con ellos el movimiento revolucionario del proletariado.

La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir las ideas, educar políticamente y a atraer aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandístico colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido se le puede comparar con los andamios se levantan alrededor de un edificio en construcción, que señalan sus contornos, facilitan las relaciones entre los distintos sectores, les ayudan a distribuir el trabajo y observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado. Mediante periódico y en relación con éste, se irá formando por sí misma una organización permanente, que se ocupen no sólo del trabajo local, sino también de la labor general regular, que habitué a sus miembros para seguir atentamente los acontecimientos políticos, a apreciar su significado y su influencia sobre las distintas capas de la población, a elaborar los medios más adecuados para qué el partido revolucionario influya en estos acontecimientos. La sola tarea técnica de asegurar un suministro normal de materiales al periódico y la normalidad de su difusión obliga ya a crear una red de agentes locales del partido único, de agentes que mantengan animadas relaciones entre sí, que conozcan el estado general de las cosas, que se acostumbren a cumplir sistemáticamente las funciones parciales de un trabajo realizado en toda Rusia y que prueben sus fuerzas en la organización de distintas acciones revolucionarias. Esta red de agentes servirá de armazón precisamente para la organización que necesitamos: lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente vasta y variada para establecer una rigurosa y detallada división del trabajo; lo suficientemente firme para saber proseguir sin desmayo su labor en todas las circunstancias y en todos los “virajes” y situaciones inesperadas; lo suficientemente flexible para saber, de un lado, rehuir las batallas en campo abierto contra un enemigo que tiene superioridad aplastante de fuerzas, cuando éste concentra toda su fuerza en un punto, pero sabiendo, de otro lado, aprovecharse de la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos espere ser atacado. (…)

Y si unimos nuestras fuerzas para asegurar la publicación de un periódico común, ese trabajo preparará y destacará no sólo a los propagandistas más hábiles, sino a los organizadores más experimentados, a los dirigentes políticos del partido más capaces, que puedan, en el momento necesario, dar una consigna para el combate decisivo y dirigido.

I. Lenin. ¿Por dónde empezar? (1901)

Dirección: consignas y dialéctica

Ocurre con harta frecuencia que, cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados necesitan de un período más o menos largo para habituarse a la nueva situación y repiten consignas que, si bien ayer eran justas, hoy han perdido ya toda razón de ser, han perdido su sentido tan “súbitamente” como “súbito” es el brusco viraje de la historia.

  1. I. Lenin. A propósito de las consignas. (Julio 1917)

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Podría (y debería) ser una lección útil lo ocurrido con jefes de la II Internacional tan eruditos marxistas y tan fieles al socialismo como Kautsky, Otto Bauer y otros. Comprendían perfectamente la necesidad de una táctica flexible, habían aprendido y enseñaban a los demás la dialéctica de Marx y (mucho de lo hecho por ellos en este terreno será considerado siempre como una valiosa aportación a la literatura socialista); pero al aplicar esta dialéctica han incurrido en un error de tal naturaleza o se han mostrado en la práctica tan apartados de la dialéctica, tan incapaces de tener en cuenta los rápidos cambios de forma y la rápida entrada de un contenido nuevo en las antiguas formas, que su suerte no es más envidiable que la de Hyndman, Guesde y Plejánov.

La causa fundamental de su bancarrota consiste en que “han fijado su mirada” en una forma determinada de crecimiento del movimiento obrero y del socialismo, olvidando el carácter unilateral de la misma; han tenido miedo a ver la brusca ruptura, inevitable por las circunstancias objetivas, y han seguido repitiendo las verdades simples aprendidas de memoria y a primera vista indiscutibles: tres son más que dos. Pero la política se parece más al álgebra que a la aritmética y todavía más a las matemáticas superiores que a las matemáticas elementales. En realidad, todas las formas antiguas del movimiento socialista se han llenado de un nuevo contenido, por lo cual ha aparecido delante de las cifras un signo nuevo, el signo “menos”, mientras nuestros sabios seguían (y siguen) tratando con tozudez de persuadirse y de persuadir a todo el mundo de que “menos tres” es más que “menos dos”. Hay que procurar que los comunistas no repitan el mismo error en sentido contrario (…)

  1. I. Lenin. La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. (1920)

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El Partido, si quiere mantenerse como Partido del proletariado, debe saber que, ante todo y sobre todo, es el dirigente, el jefe y el maestro de la clase obrera. No podemos olvidar las palabras escritas por Lenin a este propósito en el folleto El Estado y la Revolución:

“Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del proletariado, vanguardia capaz de tomar el Poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente y el jefe [Subrayado por mí. J. St.] de todos los trabajadores y explotados en la obra de organizar su propia vida social sin la burguesía y contra la burguesía”.

¿Puede, acaso, considerarse el Partido como el verdadero dirigente de la clase, si su política es desacertada, si su política choca con los intereses de la clase? ¡Naturalmente que no! En tales casos, el Partido, si quiere mantenerse como dirigente, debe revisar su política, debe corregir su política, debe reconocer su error y enmendarlo. En confirmación de esta tesis, podríamos remitirnos, aunque sólo fuese a un hecho tomado de la historia de nuestro Partido: al período de la abolición del sistema de contingentación, cuando las masas obreras y campesinas estaban manifiestamente descontentas de nuestra política y cuando el Partido accedió, franca y honradamente, a revisar esa política. He aquí lo que dijo entonces Lenin, en el X Congreso, a propósito de la abolición del sistema de contingentación y de la implantación de la nueva política económica:

“No debemos tratar de ocultar nada, sino decir francamente que el campesinado está descontento de la forma de relaciones establecidas entre él y nosotros, que no quiere esa forma de relaciones y que no está dispuesto a seguir así. Esto es indiscutible. Esta voluntad se ha manifestado de un modo resuelto. Es la voluntad de masas enormes de la población trabajadora. Debemos tenerla en cuenta, y somos políticos lo suficientemente sensatos para decir abiertamente: ¡Vamos a revisar nuestra política con respecto al campesinado!” (Subrayado por mí. J. St.)

¿Puede, acaso, considerarse que el Partido debe asumir la iniciativa y la dirección en la organización de las acciones decisivas de las masas basándose sólo en que su política es, en general, acertada, si esta política no goza aún de la confianza y del apoyo de la clase, a causa, pongamos por ejemplo, del atraso político de ésta, si el Partido no ha logrado convencer aún a la clase de lo acertado de su política, a causa, pongamos por ejemplo, de que los acontecimientos no están todavía lo suficientemente maduros? No, no se puede. En tales casos, el Partido, si quiere ser un verdadero dirigente, debe saber esperar, debe convencer a las masas de lo acertado de su política, debe ayudar a las masas a persuadirse por experiencia propia de lo acertado de esta política.

“Si el partido revolucionario — dice Lenin — no cuenta con la mayoría dentro de los destacamentos de vanguardia de las clases revolucionarias ni dentro del país, no se puede hablar de insurrección”.

“Si no se produce un cambio en las opiniones de la mayoría de la clase obrera, la revolución es imposible, y ese cambio se consigue a través de la experiencia política de las masas”.

“La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el triunfo. Pero de esto al triunfo hay todavía un buen trecho. Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de neutralidad benévola con respecto a ella y no son completamente incapaces de apoyar al adversario, seria no sólo una estupidez, sino, además, un crimen. Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición, la propaganda y la agitación, solas, son insuficientes. Para ello se precisa la propia experiencia política de las masas”.

Es sabido que así fue como procedió nuestro Partido durante el período que media entre las Tesis de Abril de Lenin y la insurrección de Octubre de 1917. Y precisamente por haber actuado conforme a estas indicaciones de Lenin, fue por lo que triunfó en la insurrección.

Tales son, en lo esencial, las condiciones para que las relaciones entre la vanguardia y la clase sean acertadas.

¿Qué significa dirigir, si la política del Partido es acertada y no se infringen las relaciones acertadas entre la vanguardia y la clase?

Dirigir, en estas condiciones, significa saber convencer a las masas del acierto de la política del Partido; significa lanzar y poner en práctica consignas que lleven a las masas a las posiciones del Partido y les ayuden a convencerse por su propia experiencia del acierto de la política del Partido; significa elevar a las masas al nivel de conciencia del Partido y asegurar así el apoyo de las masas, su disposición para la lucha decisiva.

Por eso, el método fundamental en la dirección de la clase obrera por el Partido es el método de la persuasión.

“Si hoy, en Rusia —dice Lenin—, después de dos años y medio de triunfos sin precedentes sobre la burguesía de Rusia y la de la Entente, estableciéramos como condición para el ingreso en los sindicatos el ‘reconocimiento de la dictadura’, cometeríamos una tontería, quebrantaríamos nuestra influencia sobre las masas y ayudaríamos a los mencheviques, pues la tarea de los comunistas consiste en saber convencer a los elementos atrasados, en saber trabajar entre ellos, y no en aislarse de ellos mediante consignas sacadas de la cabeza e infantilmente ‘izquierdistas’”.

Esto no significa, naturalmente, que el Partido deba convencer a todos los obreros, del primero al último; que sólo después de haberlos convencido a todos se pueda pasar a los hechos, que sólo entonces se pueda empezar a actuar. ¡Nada de eso! Significa únicamente que, antes de lanzarse a acciones políticas decisivas, el Partido debe asegurarse, mediante una labor revolucionaria prolongada, el apoyo de la mayoría de las masas obreras o, por lo menos, la neutralidad benévola de la mayoría de la clase.

I. V. Stalin. Cuestiones del Leninismo. (1926)

La importancia de las consignas en estrategia y la táctica

Las decisiones formuladas con acierto, que reflejan los objetivos de la guerra o de una batalla determinada y que son populares entre las tropas, tienen a veces una importancia decisiva en el frente, como medio de animar al ejército para la acción, de mantener su moral, etc. Las correspondientes órdenes, consignas o arengas a las tropas tienen para todo el curso de la guerra tanta importancia como una excelente artillería pesada o como los tanques rápidos de primera calidad.

Más importancia todavía revisten las consignas en la esfera política, donde hay que actuar entre decenas y centenares de millones de personas de la población con sus diversas reivindicaciones y necesidades.

La consigna es una fórmula concisa y clara de los objetivos inmediatos o lejanos de la lucha, dada por el grupo dirigente, del proletariado pongamos por caso, por su partido. Las consignas cambian según cambien los objetivos de la lucha, que abarcan, o bien todo un período histórico, o bien algunas de sus fases o episodios. La consigna de “abajo la autocracia”, se lanzó por primera vez el grupo “Emancipación del Trabajo”3 en los años 80 del siglo pasado, era una consigna de propaganda, ya que se proponía ganar para el Partido, individualmente o en grupos, a los luchadores más firmes y enteros. En el período de la guerra ruso-japonesa, cuando para vastos sectores de la clase obrera fue más o menos evidente la inestabilidad de la autocracia, esta consigna se transformó en una consigna de agitación, porque se proponía ya ganar masas de millones de trabajadores. En el período que precedió a la revolución de febrero de 1917, cuando el zarismo había llegado a desacreditarse definitivamente a los ojos de las masas, la consigna de “abajo la autocracia” dejó de ser ya una consigna de agitación para convertirse en una consigna de acción, porque su objetivo era movilizar masas de millones de personas para lanzarse al asalto del zarismo. En las jornadas de la revolución de febrero, esta consigna se transformó ya en una directiva del Partido, es decir, en un llamamiento directo a tomar tales o cuales instituciones y tales o cuales puntos del sistema zarista en un plazo determinado, porque ya se trataba de derribar al zarismo, de destruirlo. La directiva es un llamamiento directo del Partido, invitando a la acción en un momento y en un lugar determinados, obligatorio para todos los militantes del Partido y habitualmente secundado por las amplias masas trabajadoras, si el llamamiento formula con acierto y tino las reivindicaciones de las masas y es verdaderamente oportuno.

Confundir las consignas con las directivas o una consigna de agitación con una consigna de acción es tan peligroso como suelen serlo las acciones prematuras o tardías, en ocasiones hasta funestas. En abril de 1917, la consigna de “Todo el Poder a los Soviets” era una consigna de agitación. La conocida manifestación de Petrogrado en abril de 1917 bajo la consigna de “Todo el Poder a los Soviets”, manifestación que rodeó el Palacio de Invierno, fue una tentativa, una tentativa prematura y, por consiguiente, funesta, de convertir esta consigna en una consigna de acción. Aquello fue un peligrosísimo ejemplo de cómo se confunde una consigna de agitación con una consigna de acción. El Partido tuvo razón al condenar a los iniciadores de aquella manifestación, porque sabía que aún no existían las condiciones necesarias para transformar esta consigna en una consigna de acción y que una acción prematura del proletariado podía ocasionar la derrota de sus fuerzas.

Por otra parte, hay casos en que el Partido se ve en la necesidad de retirar o modificar “en 24 horas” una consigna (o una directiva) ya aprobada y que era oportuna, con el fin de preservar a sus filas de una emboscada tendida por el enemigo, o bien de aplazar temporalmente la aplicación de una directiva hasta que llegue un momento más propicio. Esto sucedió en Petrogrado en junio de 1917, cuando la manifestación de obreros y soldados, minuciosamente preparada y fijada para el 10 de junio, fue “súbitamente” suspendida por el C.C. de nuestro Partido, en vista del cambio operado en la situación.

La misión del Partido consiste en transformar acertada y oportunamente las consignas de agitación en consignas de acción, o las consignas de acción en determinadas directivas concretas, o bien, si así lo exige la situación, tener la flexibilidad y la decisión suficientes para suspender a tiempo la aplicación de tales o cuales consignas, aunque sean populares y oportunas.

  1. V. Stalin. En torno a la cuestión de la estrategia y de la táctica de los comunistas rusos. (1923)

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Lenin dice que “la cuestión más importante de toda revolución es la cuestión del Poder estatal”. ¿En manos de qué clase o de qué clases está concentrado el Poder? ¿Qué clase o qué clases deben ser derrocadas y qué clase o qué clases deben tomar el Poder? En esto reside “la cuestión más importante de toda revolución”.

Las consignas estratégicas fundamentales del Partido, vigentes a todo lo largo de tal o cual etapa de la revolución, no podrían llamarse consignas fundamentales si no se apoyasen plena e íntegramente en esta tesis cardinal de Lenin.

Las consignas fundamentales sólo pueden ser acertadas si se basan en el análisis marxista de las fuerzas de clase; si trazan un esquema acertado de la disposición de las fuerzas revolucionarias en el frente de la lucha de clases; si facilitan la tarea de conducir a las masas al frente de la lucha por el triunfo de la revolución, al frente de la lucha por la toma del Poder por la nueva clase; si facilitan al Partido la tarea de crear el amplio y potente ejército político, formado por las grandes masas populares, necesario para cumplir esta tarea.

Durante una u otra etapa de la revolución pueden darse derrotas y repliegues, reveses y ciertos errores tácticos; pero esto no significa todavía que la consigna estratégica fundamental sea equivocada. (…)

Por eso, las consignas estratégicas de nuestro Partido no deben enjuiciarse ni desde el punto de vista de los éxitos o fracasos episódicos del movimiento revolucionario en tal o cual período ni, mucho menos, desde el punto de vista de los plazos o formas de realización de tales o cuales reivindicaciones derivadas de esas consignas. Las consignas estratégicas del Partido sólo pueden enjuiciarse desde el punto de vista del análisis marxista de las fuerzas de clase y de la disposición acertada de las fuerzas de la revolución en el frente de la lucha por el triunfo de la revolución, por la concentración del Poder en manos de la nueva clase.

I. V. Stalin. Acerca de las tres consignas fundamentales del partido sobre la cuestión campesina. (1927)

Apéndice

Dimitrov sobre el uso del lenguaje

Debemos tener en cuenta que imposible que las amplias masas comprenderán nuestras resoluciones si no aprendemos a hablar su propio lenguaje. No siempre, ni mucho menos, sabemos hablar de un modo sencillo, concreto, con conceptos familiares y comprensibles para ellas. Todavía no sabemos renunciar a las fórmulas abstractas, aprendidas de memoria. En efecto, fíjense en nuestros manifiestos, periódicos, resoluciones y tesis, y verán que están escritos muy a menudo en un lenguaje y en una redacción tan pesados, que su comprensión resulta inclusive difícil para los militantes responsables de nuestros partidos, y no digamos para nuestros militantes de fila.

Si pensamos camaradas, que en los países fascistas los obreros, que difunden y leen estas hojas, se juegan la vida, salta a la vista con toda claridad la necesidad de escribir para las masas en un lenguaje comprensible para ellas, a fin de que también los sacrificios que se realicen no sean estériles.

En un grado no menor, esto se refiere también a nuestra agitación y propaganda oral. Hay que reconocer con toda sinceridad que en este punto los fascistas han demostrado ser con harta frecuencia más hábiles y flexibles que muchos de nuestros camaradas.

Recuerdo, por ejemplo, un mitin de obreros desocupados en Berlín, antes del ascenso de Hitler al poder. Era por los días del proceso de los hermanos Sklarek, conocidos especuladores y estafadores, proceso que duró meses. El orador nacionalsocialista que habló en el mitin explotó ese proceso para sus fines demagógicos. Señaló las especulaciones, los sobornos y otros delitos cometidos por los hermanos Sklarek, y subrayó cómo el proceso contra ellos se alargaba meses, calculó cuántos cientos de miles de marcos le había costado ya al pueblo alemán el proceso, y entre grandes aplausos del público dijo que a bandidos de la calaña de los Sklarek había que fusilarlos sin contemplaciones y destinar a los desocupados el dinero que se malgastaba en el proceso.

Se levantó un comunista y pidió la palabra. Al principio el que presidía no lo dejó hablar, pero ante la presión del público, que quería oír al camarada comunista, se vio obligado a concederle la palabra. Cuando nuestro camarada subió a la tribuna, todo el mundo estaba atento a la espera de lo que diría el comunista. ¿Y qué dijo?:

«¡Camaradas! –exclamó con voz potente y sonora–. Acaba de clausurarse el Plenario de la Komintern. Él nos enseña el camino para la salvación de la clase obrera. La tarea principal que nos plantea es, camaradas, «conquistar la mayoría de la clase obrera». (Risas) El Plenario de la Komintern ha señalado que es necesario «politizar» el movimiento de los parados. (Risas). El Plenario nos llama a elevar este movimiento a un nivel más alto». (Discurso de un comunista anónimo según los recuerdos de Jorge Dimitrov, en un mitin de obreros desocupados en Alemania en verano de 1932 aproximadamente)

Y el orador siguió hablando en el mismo sentido, creyendo, sin duda, que de ese modo «explicaba» las verdaderas resoluciones del Plenario de la Komintern.

¿Podía semejante discurso conmover a los desocupados? ¿Podía satisfacerles que se los congregase, primero para acentuar el contenido político de sus campañas, luego revolucionalizarlos y después movilizarlos y elevar su movimiento a un grado más alto?

Sentado en un rincón, yo observaba con tristeza cómo aquel público de obreros desocupados, que tanto habían ansiado oír al comunista para que les dijese lo que tenían que hacer de modo concreto, comenzaba a bostezar y daba, pruebas inequívocas de su decepción. Y no me causó gran asombro ver que, por último el presidente retiraba groseramente la palabra a nuestro orador, sin que surgiese protesta alguna por parte del público.

Este no es, por desgracia, un caso único en nuestras campañas de agitación. Casos de estos no se dan sólo en Alemania. Agitar así, camaradas, significa agitar contra nosotros mismos. Es hora ya de acabar, de una vez y para siempre, con este método infantil –permítanme que lo llame así, para no emplear palabras más duras– de agitación.

Mientras yo pronunciaba mi informe, el presidente, el camarada Otto Kuunisen, recibió de la sala una carta muy significativa dirigida a mí. Voy a leerla:

«Le ruego que en su intervención en el congreso toque un problema, a saber: que de aquí en adelante todos los acuerdos y decisiones de la Komintern se redacten de tal modo que puedan entenderse no sólo por los comunistas preparados, sino también cualquier trabajador, sin preparación alguna, que leyendo los materiales de la Komintern vea en seguida lo que quieren los comunistas y qué beneficio aporta el comunismo a la humanidad. Es cosa que olvidan algunos dirigentes del partido. Hay que recordárselo con más energía aún. Y desarrollar la agitación por el comunismo en un lenguaje comprensible». (Carta anónima dirigida a Jorge  Dimitrov presentada por él en su discurso del 13 de agosto de 1935)

No sé a ciencia cierta quién es el autor de la carta. Pero no hay duda que este camarada refleja en ella el sentir y deseo de millones de obreros. Muchos de nuestros camaradas piensan que su agitación y su propaganda son mejores cuanto más palabras altisonantes, fórmulas y tesis incomprensibles para las masas se empleen; olvida que Lenin, el jefe teórico de la clase obrera más grande de nuestro tiempo, hablaba y escribía siempre en un lenguaje muy comprensible para las amplias masas.

Es menester de cada uno de nosotros asimilar con firmeza, como ley bolchevique, esta regla elemental:

¡Cuando escribas o hables, piensa siempre en el obrero sencillo que tiene que entenderte, creer tus llamamientos y estar dispuesto a seguirte! ¡Piensa en aquellos para quienes escribes o a quienes hablas!

J. Dimitrov. Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo. (1935)

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