Ayer mismo, el TC paralizó el debate parlamentario de una proposición de ley que modifica el sistema de elección del CGPJ y del propio TC, para que sus miembros se designen por mayoría simple y no por mayoría cualificada.
Tanto unos como otros tienen el mandato expirado puesto que el PSOE y el PP no han llegado a un acuerdo mayoritario para renovar ambos órganos, por lo que la mayoría “conservadora” del Poder Judicial sigue decidiendo quién ocupa el Tribunal Supremo, entre otras competencias. Por su parte, el TC, con su mayoría conservadora, sigue decidiendo sobre la constitucionalidad de distintas leyes: modificación del delito de malversación, modificación del delito de agresión sexual, ley de vivienda en Catalunya, etc.
Juristas y políticos debaten hoy sobre estas cuestiones: ¿pueden los magistrados del TC paralizar la actividad de un parlamento? ¿Es un golpe de Estado? ¿Debe la UE tomar cartas en el asunto y “corregir” las desviaciones del Estado? ¿Puede el TC autoperpetrarse en su mandato y extralimitarse de las competencias que la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional establece?
Pese a que este Órgano no forma parte del «poder judicial» está igualmente compuesto por las facciones más reaccionarias de la burguesía. El “poder judicial” no ha sido alterado ni en lo más mínimo desde la Transición: el poder reaccionario de la burguesía franquista sigue hoy ocupando las más altas posiciones del Estado y ataca fieramente al enemigo político, como evidencian las torturas a militantes comunistas, antifascistas, la ilegalización de organizaciones comunistas y nacionalistas de Euskal Herria, la censura de medios de comunicación “incómodos”, la militarización de los colegios electorales durante el Procés en 2017 y el encarcelamiento de líderes independentistas, o la persecución política de nuevas fuerzas electorales como Podemos.
¿Son todos estos hechos propios de un Estado poco democrático? ¿Es una intromisión antidemocrática que el Tribunal Constitucional diluya competencias del Parlamento?
Las comunistas no debemos de confundir los términos del debate ni las bases del conflicto. Esto que hemos expuesto, es tan sólo la concreción, -o mejor dicho, una concreción más- de cómo funcionan las distintas facciones del poder burgués en la pugna por la hegemonía a través de las instituciones del Estado.
En esta coyuntura, en el que la burguesía más reaccionaria impide el funcionamiento de las Cortes Generales y demuestra que la separación de poderes es un verdadero mito, la tapadera del poder burgués, la facción progresista llama a “defender la democracia”. Y es que en su intento desesperado por defender las bases democráticas, se convierte en verdadero cómplice de la represión que ejerce el Estado a la clase obrera, al mismo tiempo, que abre la puerta al fortalecimiento del fascismo en esta época de crisis y de fricciones políticas. Y debemos ser claros aquí: los socialdemócratas, liberales y progresistas sobreviven al fascismo, pero las obreras organizadas, las antifascistas y comunistas seremos las víctimas predilectas de aquellos.
No podemos ignorar la gravedad de los ataques de la burguesía reaccionaria, que al calor de las últimas fracturas institucionales, está cocinando los embriones de las futuras embestidas del fascismo, que combinan “law fare” con propaganda mediática, y que no acuden al lenguaje bélico por simple estrategia electoralista, sino porque lleva en sus entrañas las herencias del Golpe Militar que originó la Guerra Civil, o el intento de Golpe de Estado de los tricornios (¡la Transición modélica dicen muchos!).
¿Es esto un Golpe de Estado? ¿Es esto el funcionamiento ordinario de la democracia burguesa? Ahora que ya hemos intuido la respuesta, ahora que ya hemos denunciado cómo la socialdemocracia amortigua las crisis institucionales, es evidente, como diría Lenin, que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante. Y es que no existe ni existirá verdadera democracia más allá del poder obrero, de la sociedad comunista.