¿A qué esperamos las comunistas para organizarnos, para organizar a las masas femeninas? ¿Qué solución puede dar el reformismo a las mujeres, si sólo ofrecen acabar con el machismo a través de las instituciones si consiguen un buen puñado de votos? Los partidos políticos progresistas llevan años en ayuntamientos y Gobierno demostrando que no son una solución real a los problemas de las mujeres y que jamás pondrán freno a la violencia machista y la dominación que sufrimos. En un encuentro feminista, hace escasos meses, la Ministra de Trabajo afirmó que la libertad es que una mujer trabajadora pueda mirar a los ojos a su empresario y decirle que quiere ganar el mismo salario que el hombre. ¿Cómo van a poner fin a la violencia que sufrimos, si la libertad es para ellos la libertad del empresario para explotar por igual tanto al hombre como a la mujer obrera?
La realidad es que el Estado capitalista tan sólo puede garantizar la igualdad formal en las leyes, pero no la igualdad material ni la liberación de las mujeres. Como decía la revolucionaria soviética A. Kollontai, ¿de qué sirven estos derechos a las mujeres trabajadoras en el marco del parlamento burgués? Mientras el poder está en manos de los capitalistas ningún derecho político salvará a la mujer trabajadora de su posición tradicional de esclavitud en el hogar y en la sociedad.
Y es que las mujeres siguen siendo una gran masa empobrecida dentro de la clase trabajadora: la mitad de las madres solteras está en situación de pobreza, casi la mitad de las mujeres menores de 25 años está en paro, la mayoría de las pensiones no contributivas las perciben las mujeres, y especialmente las mujeres obreras migrantes se encuentran atrapadas en la economía sumergida, sin contratos, y sin derechos de ninguna clase. Todo esto no va a cambiar porque el socialdemócrata de turno elabore una ley que prohíba que esto suceda. La explotación y la dominación de las mujeres no responde a una mera cuestión de voluntad ni de agenda política, sino a la devaluación de la mano de obra femenina que sirve a los intereses de la acumulación capitalista, cuanto más barata y precaria sea la fuerza de trabajo femenina, más se favorece la acumulación de capital. Y para muestra, un botón: el Gobierno más progresista de la historia ha elaborado una reforma laboral de la mano de la patronal que sigue favoreciendo la subcontratación, los ERE y el despido improcedente sin apenas coste para la empresa, lo que apuntala el abaratamiento de la mano de obra femenina.
Tampoco el feminismo más barrial y autónomo ha sabido dar respuesta organizativa a las necesidades de emancipación de las mujeres obreras, pues incluso ha renunciado a la Huelga General que plantearon a los sindicatos de clase en 2018 y 2019 para el 8M. Esto es un claro reflejo de la descomposición del movimiento feminista, que se ha hecho fuerte en las poltronas académicas e institucionales gracias a su sector más reaccionario, que defiende a ultranza la institución de la familia y que se alía incluso la extrema derecha so pretexto de combatir el posmodernismo.
Las comunistas tenemos claro que la lucha por la emancipación de las mujeres es plenamente una cuestión de clase, porque todo ataque hacia las mujeres trabajadoras supone apuntalar la segregación existente en nuestra clase, devaluar la fuerza de trabajo y por tanto favorecer la ganancia de los capitalistas. Nuestro deber es construir el referente político: la organización que pueda encauzar los intereses de las masas proletarias femeninas, que rompa los sueños reformistas de “dominar las instituciones del Estado”. Las mujeres comunistas tenemos que marcar la agenda, imponer nuestros propios objetivos y construir espacios con autonomía económica y política respecto de los partidos e instituciones burguesas en los que trazar la estrategia de liberación femenina, con el claro objetivo de construir el referente comunista, la organización revolucionaria.
¡Mujeres, construyamos la organización comunista!