Iniciaba Marx su 18 brumario de Luis Bonaparte con una matización irónica a Hegel, señalando que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. Una y otra vez nos encontramos con lugares comunes a los que la burguesía se empeña en aferrase, como si fuesen tótems inamovibles.
Desde el pasado 16 de noviembre, el sector del metal en Cádiz continúa con las movilizaciones tras declararse en huelga indefinida a causa del bloqueo en las negociaciones del convenio colectivo. Como no podía ser de otra manera, la actualización progresiva de salarios de trabajadoras y trabajadores, acompañada de una también progresiva reducción de horas durante la vigencia del nuevo convenio, constituye el principal escollo para la patronal, que a su vez propone una ridícula contraoferta apelando a una supuesta salvaguarda de la estabilidad económica del sector. Amenazan, de hecho, con que aceptar una subida de salarios que en el último periodo del convenio supondría un 3%, daría al traste con este segmento de la producción en la zona.
No deja de ser irónico que una patronal comandada por empresas como Dragados, Airbus o Navantia, buques insignia de la burguesía imperialista en el Estado español; parásitos que extienden el capital industrial a modo de fauces sobre cualquier lugar del mundo cuyas fuerzas productivas no puedan hacer sombra a sus ansias monopolistas, expoliando sus recursos y explotando hasta las condiciones más extremas a su proletariado, acumulando capital hasta unas cotas tan altas que trascienden por mucho su propio marco, vean con tanto temor para el sustento económico del sector del metal en Cádiz una subida de salarios que en cuatro años no superaría un 3%.
Dragados sin ir más lejos, una de las filiales de ACS desde 2002 tras su «expansión internacional», no deja de ser actualmente uno de los numerosos tentáculos de Florentino Pérez para extraer plusvalía de México, Guatemala o Chile entre muchos otros lugares, llevándose contratas para extraer recursos o realizar monumentales proyectos de obra civil. No es un hecho casual que este tipo de noticias no se extiendan mucho en los medios del capital, que están demasiado ocupados especulando sobre fichajes galácticos para el club de fútbol que preside como para hablar de cómo le arrebató a las comunidades indígenas en torno al río Cahabón la posibilidad de acceder a su única fuente de agua potable.
No es muy distinto el caso de Airbus o el de Navantia. En el primer caso, una empresa propiedad de miembros de fondos de inversión interesados en que se les asocie con lemas promocionales como «por unos cielos azules más verdes», mientras acumula contratas con países imperializados para militarizar sus fronteras. En el segundo, una mastodóntica constructora naval que negocia la venta de sus corbetas con Arabia Saudí; un gigante orientado tanto a la exportación de capital como a la construcción de herramientas para la guerra imperialista de rapiña. Estos son elementos concretos, pero responden a una tónica general en el desarrollo de las fuerzas productivas en un Estado imperialista como el español. Una vez más, esa segunda vuelta de la historia a modo de farsa que nos obliga a recordar el desmantelamiento industrial que ya se produjo en el Estado, con la total intención de integrarse en el seno de una asociación aún mayor del gran capital europeo para alcanzar nuevas cotas de explotación a nivel mundial, a costa de la miseria de incontables personas.
Recordamos (también gracias a esta misma farsa) cómo se ha criminalizado una y otra vez a la clase trabajadora en sus conflictos con la patronal, deslegitimando todas sus herramientas de lucha, con campañas de difamación y apelación al temor de la opinión pública. Del mismo modo que ocurrió con aquella destrucción del tejido industrial con fines imperialistas, se vuelve a señalar a las trabajadoras y trabajadores como delincuentes, adjudicando la violencia desde sus púlpitos; señalando y criticando la autodefensa de un sector del proletariado, la respuesta coordinada a la necesidad de alcanzar unos objetivos inmediatos para su sustento, y también quitándole importancia a la respuesta de las fuerzas represivas del Estado al servicio de su propia clase, la burguesa.
Y mientras tanto, los agentes del reformismo se apresuran constantemente a apagar cualquier rescoldo que pueda prender la mecha del conflicto entre clases. El alcalde de Cádiz, José María González, «Kichi», también protagonizó su «18 de brumario» particular, megáfono en mano, tratando de solidarizarse con las obreras y obreros en lucha mientras compraba el discurso mediático que criminaliza sus actos. Una vez más, responden a su papel de intermediarios del capital, limando sus filos hasta poder encajar en el engranaje institucional sin reconocer que así solo pasan a ser un arma más de la burguesía. Hacer propios los conceptos de libertad, justicia e igualdad que obvian la explotación de una clase por la otra y los medios que la primera de ellas tiene a su disposición para someter a la segunda no es más que obviar el propio significado que encierran.
Debemos cerrar filas en torno a la necesidad histórica del proletariado de organizarse en su autodefensa, sin olvidar que estas contradicciones son fruto del desarrollo de un sistema que nos condena a producir nuestros medios de vida a beneficio de una clase parasitaria, una minoría que se apropia y concentra el capital en sus manos y nos obliga a convertirnos en una mercancía más que pueden adquirir a voluntad.
Recoge Marx en el octavo capítulo de su primer tomo de El Capital varios testimonios en torno a la duración de la jornada laboral. Aparecen aquí ya apelaciones por parte de la burguesía a cuestiones como la estabilidad económica de su negocio como excusa para la supresión de derechos del proletariado. Las excusas del estilo «¿Reducir la jornada a 12 horas? ¡Eso hundiría mi empresa!» que aparecen en los albores del desarrollo capitalista tras las diversas revoluciones democrático-burguesas, como respuesta a los primeros pasos del movimiento obrero, forman parte de un modo de violencia fundamental que se ha ido desarrollando y reproduciendo a lo largo del desarrollo de ambas clases.
Actualmente, con una fase inferior del capitalismo muerta y enterrada desde hace ya largo, son los grandes conglomerados empresariales en plena lucha por el monopolio quienes señalan que el menor avance en los intereses más inmediatos de sus trabajadoras y trabajadores harían tambalearse sus transatlánticos, hasta el punto de hundirlos. La realidad, sin embargo, es mucho más cruda: es la externalización de la producción a zonas periféricas la que determina los costes de producción en los centros imperialistas, lo que presiona a la baja los salarios para mantener los mismos niveles de beneficio patronal. Los empresarios, presos de su propio afán de acumulación, de la guerra por una conquista absoluta del mercado, se encaraman sobre los hombros de los sectores más explotados de la clase trabajadora para mantener sometido a su conjunto bajo sus condiciones.
Después de producir la tragedia, quieren imponernos su farsa, y ya es hora de que toque a su fin.