Desde el punto de vista político, los años 70 debieron ser muy duros en el Estado español. Yo no me acuerdo de nada porque era muy pequeño, pero he visto la serie «Cuéntame» y además, los camaradas menos jóvenes me han contado mil y una batallas.
Eran tiempos de militancia clandestina y las organizaciones revolucionarias, a pesar de haber sufrido cuarenta años de dictadura, se encontraban en plena efervescencia tras la muerte del dictador en el año 75.
Supongo que nadie pondrá en duda el hecho de que, en aquellos tiempos, las organizaciones revolucionarias se encontraban, desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo, en mejores condiciones que en las que se encuentran ahora. Y sin embargo, a pesar de esa cultura política entre las masas, a pesar de esa efervescencia revolucionaria, a pesar de la relativa fortaleza de las organizaciones obreras, en el año 78 consiguieron colarnos una Constitución, diseñada por y para los intereses de la misma burguesía franquista que cuarenta años atrás había conquistado el poder.
Hoy parece que la Constitución española está más cuestionada que nunca, hasta el punto de que los mismos que hicieron campaña en su favor, ahora dicen querer «refundarla».
Se nota, se siente, somos constituyentes
Incluso desde Izquierda Unida se lo están tomando en serio. La coalición, que hasta hace cuatro días ha exaltado y defendido la Constitución española como si de la piedra filosofal se tratara, y cuyo Coordinador Federal aseguraba no hace mucho, que el planteamiento estratégico de IU es llegar al «socialismo o casi al socialismo» a través de la Carta Magna, ahora clama, junto a otros grupos parlamentarios, por el necesario proceso constituyente.
Más que proceso constituyente, lo que IU plantea es una reforma constitucional, coincidiendo en algunos puntos con la ultraderecha encarnada en UPyD, que también pretende «refundar el Estado» a golpe de proceso constituyente.
Este proceso constituyente se ha venido reclamando con mayor intensidad en los últimos meses, desde que la Coordinadora del 25-S lo planteó como principal objetivo político. Ahora son decenas de grupos y plataformas ciudadanas de reciente creación, las que se suben a la ola del proceso constituyente por todo el Estado. No obstante, lejos de hacerme demasiadas ilusiones y después de analizar los diferentes «manifiestos constituyentes» publicados en internet, la hipotética creación de una nueva Constitución en el contexto actual se me presenta desalentadora.
En ninguno de estos manifiestos se menciona una sola vez la palabra capitalismo, la crítica al «sistema» no señala con claridad a la estructura económica del mismo, sino a las «taras» de la estructura política del Estado. Tampoco encontramos una sola referencia a la clase trabajadora. No se plantea abiertamente la lucha de clases, la defensa de los intereses de clase, la organización de los trabajadores o la conquista del socialismo. El sujeto llamado a desarrollar este proceso constituyente es el ciudadano, que se organiza en torno a lo que se ha definido, en algunas ocasiones como poder constituyente, en otras como mayoría social, poder popular, poder destituyente o incluso contrapoder.
Algunos plantean la opción de constituirse como partido político para la consecución de este objetivo, pero lo que de forma inmediata están planteando estos movimientos, no es otra cosa que la convocatoria de unas elecciones libres ad hoc y la ratificación del proceso por referéndum, es decir, lo que se pretende es que los ciudadanos presionen al Estado con la suficiente contundencia para que éste acceda, con la cabeza gacha, a poner en marcha un proceso constituyente con todas las de la Ley. Esto es lo que algunos “constituyentes” han descrito como la “única forma pacífica de hacer una revolución”.
Todos los manifiestos que he leído hasta ahora coinciden en ese carácter pacifista, argumentando que el proceso constituyente ha de realizarse sin ningún tipo de violencia o imposición por la fuerza, ya que este carácter pacífico es el que determina la legitimidad del proceso. ¿Qué significa todo esto? sencillamente, que los revolucionarios no tienen la hegemonía en ninguno de estos autoproclamados frentes constituyentes.
¿Cuál debe ser la postura de los revolucionarios?
Ni los comunistas, ni las organizaciones de clase en general, podemos caer en esta ilusión antidialéctica. No podemos confiar en que el Estado burgués vaya a entregar el poder a las masas, ni tan siquiera que garantice la más mínima reforma democrática en sus estructuras sin la imposición por la fuerza de la clase trabajadora.
Desterrar de nuestro discurso los conceptos de clase, revolución o socialismo, significa debilitarnos ideológicamente frente a la burguesía, y en definitiva, abandonar las herramientas de análisis científico con las cuales se ha dotado el proletariado, haciéndolo avanzar en los últimos 130 años. Renunciar al uso de la fuerza significa renunciar a cualquier posibilidad de victoria e invitar al enemigo a que nos aplaste sin miramientos.
La lucha de clases sigue siendo el motor de la historia, y la clase trabajadora sigue siendo, en el contexto del capitalismo desarrollado, el principal sujeto revolucionario. Eso es lo que las organizaciones de clase deben tener claro. La principal tarea es organizar a la clase trabajadora, educarla y fortalecerla ideológicamente, y en ese sentido, estos discursos no hacen sino desarmarla y debilitarla más de lo que ya está. Sin una organización de clase fortalecida, sin la hegemonía de los revolucionarios en los frentes de masas ¿qué nueva Constitución favorable a nuestros intereses de clase vamos a conseguir? Ninguna.
Ya nos colaron una Constitución burguesa en 1978, en un contexto mucho más favorable para los revolucionarios desde el punto de vista de la organización y la lucha ideológica. No debemos caer nuevamente en esa trampa. Bajo los mínimos que plantean estos manifiestos, las posibilidades no apunta ni tan siquiera a una reforma constitucional que nos haga avanzar un sólo paso en la lucha de clases.
No es el momento de alianzas tácticas con la socialdemocracia. No bajo estas condiciones de debilidad absoluta. Es el momento, aquí y ahora, de la unidad y la consolidación de un proyecto revolucionario, que apunte directamente a la construcción del socialismo en nuestros pueblos y enfrente a los verdaderos enemigos de clase. Un proyecto que parta de la acción conjunta y cotidiana, con trabajo concreto, con unidad verdadera más allá de resoluciones en el papel.
F. Pianiski, militante de Iniciativa Comunista