El auto con el que el juez Santiago Pedraz ha dado carpetazo a las delirantes acusaciones que pesaban sobre algunas de las personas que participaron en la convocatoria del 25-S “Ocupa el Congreso” –se les imputaban delitos decimonónicos- es interesante, más que por su contenido, por la polvareda que ha levantado.
Ha sacado a la palestra, al calificar a la clase política española como “decadente,” algunas cuestiones acerca que de lo institucionalistas de todo tipo y pelaje denominan “independencia judicial”.
Esto de la independencia judicial es un tema misterioso, casi esotérico, a la altura de enigmas como la transmigración de las almas o la piedra filosofal. Como estos conceptos, existe sólo en las ensoñaciones de algunos. Ciertamente, hay muchas personas que afirman la necesidad de órganos judiciales neutros e imparciales, que se limiten a aplicar la ley sin sujeción a ideologías o creencias. Pero hay un problema en todo esto; los jueces, además de ser por lo general extremadamente conservadores y con unos intereses propios claros, son personas. Ni son, ni pueden ser neutrales; tienen, como todas las personas, convicciones políticas, morales y religiosas, y de acuerdo con ellas juzgan y hacen ejecutar lo juzgado. Y ello, en el mejor de los casos. Otras veces son sencillamente fanáticos o corruptos. Pero además son funcionarios públicos de un Estado con una forma política y un sistema económico determinado. Constituyen, en fin, una pieza más del sistema en su conjunto; y una de las más importantes. No imparten justicia; en el mejor de los casos imparten la justicia del sistema capitalista, es decir, injusticia flagrante las más de las veces. Por eso resulta a todas luces quimérica la pretensión de que existan jueces neutrales e independientes.
Por demás, los conceptos de independencia judicial y separación de poderes son una de las bases teóricas de la doctrina liberal. Doctrina ésta que nunca dejará de sorprenderme, por cuanto sus defensores entonaron los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, y aún hoy dicen defenderlos. Sin embargo, a lo largo y ancho del globo, llevan decenios pisoteando la libertad. La igualdad y la fraternidad, en cambio, se las dejaron olvidadas por el camino: ya ni las mencionan.
Otra cuestión interesante del auto del juez Pedraz es que en él se menciona cómo la policía monitorizaba las actividades de las personas pertenecientes al 25-S. En los informes policiales figura la filiación de determinadas personas, su aspecto, y sus intervenciones en asambleas. Sirva esto de advertencia para los ilusos que creen que pueden actuar de forma irreflexiva, o que piensan que la maquinaria de la seguridad estatal permanece pasiva mientras ellos tratan de organizarse políticamente. Infiltrados los hay, y los ha habido siempre. Lo que no se puede hacer es negar su existencia o sus actividades. Y hay que tener en cuenta que cualquier intento de cambiar el sistema en perjuicio de los intereses de las clases dominantes será, en última instancia, combatido con todas las fuerzas de la maquinaria del Estado. Es algo que conviene no olvidar. La convenida decadencia del capitalismo no lo hace más débil; si acaso, más peligroso. Un enemigo acorralado lucha desesperadamente.
Raquel Gómez, militante de Iniciativa Comunista